Por José Alberto Sánchez Nava
“Mientras el maíz mexicano sea moneda de codicia, el campesino seguirá pagando con hambre y el país con su identidad.”
- El principio del fin: cuando el maíz dejó de ser nuestro
La tragedia de los productores de maíz que hoy se manifiestan en carreteras y plazas no surge de la casualidad. Su origen está en decisiones políticas tomadas hace más de tres décadas. Bajo el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se desmantelaron los sistemas de precios de garantía y se priorizó a las grandes harineras, abriendo la puerta al maíz transgénico importado de Estados Unidos. Lo que se vendió como modernización fue, en realidad, un proceso de subordinación del campo mexicano: el maíz pasó a ser mercancía antes que alimento, y los campesinos comenzaron un camino de precarización que aún no termina.
- Las harineras: los nuevos dueños del grano
Las harineras mexicanas, protegidas por el Estado, se convirtieron en los verdaderos árbitros del mercado. Al trasladar sus plantas a Estados Unidos y comprar maíz transgénico barato, eliminaron competencia local y desplazaron al productor nacional. Manipularon el proceso harinero: la fécula del maíz se destinó a aceite y nutrientes, la cáscara a pectinas, y la harina que llega a nuestra mesa ya no contiene la riqueza original del grano mexicano.
El resultado: un mercado monopolizado, precios controlados por intereses privados y campesinos condenados a la incertidumbre y a la protesta.
III. Crisis del campo mexicano: historias que lo confirman
- En Sinaloa, productores de maíz denuncian que, pese a cosechas exitosas, el precio por tonelada no cubre ni los costos de producción, llevando a familias enteras a endeudarse con intermediarios.
- En el Bajío, la disminución de apoyos y el aumento de fertilizantes importados han provocado migración temporal de campesinos a la ciudad o a Estados Unidos.
- En Oaxaca y Chiapas, comunidades indígenas luchan por conservar semillas nativas frente a la presión de corporaciones transnacionales, arriesgando su soberanía alimentaria.
Estas situaciones muestran que la crisis no es coyuntural: es estructural, resultado de décadas de políticas que privilegiaron al capital industrial sobre la subsistencia campesina.
- Propuestas propositivas: rescatar el maíz y al campo mexicano
- Precios de garantía reales: El Estado debe establecer precios mínimos justos para el maíz nativo y para variedades híbridas, garantizando que los productores cubran sus costos y obtengan un margen digno.
- Fomento a la producción nacional: Incentivar la siembra de maíz mexicano mediante subsidios, créditos blandos y asistencia técnica, privilegiando la preservación de semillas autóctonas.
- Control y regulación del mercado harinero: Revisar la concentración de plantas harineras, asegurar transparencia en los procesos de compra y venta, y sancionar prácticas monopólicas que afectan al productor.
- Cadena de valor integrada: Promover que las cooperativas campesinas procesen parte de su cosecha para vender harina, aceite o productos derivados, generando valor agregado y fortaleciendo la economía local.
- Educación y tecnología accesible: Capacitar a los productores en técnicas de agricultura sostenible, fertilización orgánica y control biológico de plagas, reduciendo dependencia de insumos caros y contaminantes.
- Programas de consumo interno: Fomentar que el maíz nacional llegue a la industria alimentaria local (tortillerías, panaderías, cerealeras) con incentivos para priorizar el producto mexicano.
- Volver a sembrar patria: más que un eslogan, una necesidad
Recuperar el maíz mexicano no es un lujo; es un acto de justicia histórica y de soberanía nacional. Cada tonelada de maíz que se produce en el país fortalece la identidad, la economía rural y la seguridad alimentaria. Mientras el maíz siga sometido a intereses corporativos y los campesinos sigan en la incertidumbre, México seguirá pagando un precio muy alto: la pérdida de su cultura, su historia y su independencia alimentaria.
El maíz que hoy se protesta en las calles es también un llamado al Estado, a las corporaciones y a la sociedad: es hora de dejar atrás décadas de abandono, reconectar al campesino con su tierra y garantizar que el grano que nos alimenta vuelva a ser nuestro, íntegro y digno.




