CU+Palacio Negro = 2 de Octubre de 1968
Por Gilberto Celis
Ignorante del rojo amanecer y a pesar de la masacre en la noche de Tlatelolco, en mi conciencia crítica de reclamar la injusticia de la justicia, ningún temor tenía. Sobre este fuego, la gasolina de la sinrazón de la razón del gobierno ¿Estado?
— Ya ve usted, hace 50 años de aquello y los del común seguimos en lo mismo.
Cuando esa tarde del 2 de octubre de 1968 se escucha el paso de la bota militar hacia la Plaza de las Tres Culturas, se da una desbandada de los manifestantes. Empero, desde el Edificio Chihuahua, el Consejo Nacional de Huelga Estudiantil invita a regresar y continuar el programa; porque no hay nada que temer.
— ¿Cómo huir atemorizado cuando no se está cometiendo ningún delito?
— ¿Cómo pensar o siquiera imaginar que el Ejército nos dispare y mate asesinando?, si aquí también están los familiares y amigos y vecinos de los soldados que ahí vienen.
— El Ejército no asesina al pueblo del que forma parte.
Alguien dispara al tiempo que el ronronear del helicóptero ya no sobrevuela la Plaza, sino está sobre la iglesia y de él lanzan las bengalas de humo verde, blanco y rojo. Tras un tronido se sueltan todos como sonido de matraca ferrocarrilera y cual maizal segado de un solo tajo, así los enhiestos manifestantes se doblan y caen asesinados, masacrados.
— ¿Cómo podrían fallar, a esa distancia, balas de alcance efectivo de mil metros?
— No había pierde o tiro errado, ni siquiera necesidad de apuntar.
Corrí y corrí sin rumbo ni dirección, acicateado por los tronidos de las armas que disparaban contra todos los que no tenían el distintivo acordado y conocido por ellos; y que después recordamos haber visto, por ejemplo, la cita blanca o el guante blanco.
— El Batallón Olimpia.
DE CU AL PALACIO NEGRO
Ya estaba fuera de mi encarcelamiento en el llamado Palacio Negro de Lecumberri. Ahí fuimos llevados cuando el Ejército toma Ciudad Universitaria. Ese día, 18 de septiembre de 1968, era un día muy especial para nosotros los miembros del Consejo Nacional de Huelga. Se hacía presente una reestructuración en la representación gráfica del movimiento estudiantil.
— Acreditaciones y símbolos
Alrededor de cuatro horas nos tuvieron boca abajo en el piso encharcado por la ligera lluvia septembrina. Entre la Torre de Rectoría y el edificio de la Biblioteca Central de la Ciudad universitaria.
— A pesar del frío, no sentíamos el cale helado; con todo y estar la ropa húmeda.
Sin embargo, cuando el camión de pasajeros CLASA en que nos sacaron de CU dio el giro hacia el oriente y toma Fray Servando Teresa de Mier, se escuchó el fuerte respiro por el consuelo que esa ruta nos daba. Es que si fuera hacia la izquierda, el Poniente, entonces entenderíamos que nuestro destino era el Campo Militar Número Uno.
— Y ahí, dentro, del territorio militar, ¿usted sabe quién entró?
— Uno, menos.
En mi correr por la vida, sin rumbo ni sentido, nada había qué pensar, ni siquiera había lugar para ello en nuestra mente perdida; pero al final no dudé en aceptar la invitación de una de las señoras que pedían a quienes veían, perseguidos, ofrecer su hogar como refugio.
— Coño, tenía razón doña Eunice cuando con firmeza aseguró que don Andrés, su esposo, cuando lograra pasar el cerco militar, apoyaría su decisión.
En la mañana del 3 de octubre de 1968, en la Calzada de Tlalpan y Calzada del Hueso, entrada a la Prepa 5, Coapa, de la UNAM, ardía en fuego un tranvía. Protesta por las noticias que, controladas, apenas registraban la gran matanza del pueblo manifestado en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, Distrito Federal.
BOLETÍN OFICIAL DE GOBIERNO ¿ESTADO?
¿Cuántos murieron en la explanada de la Plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco? Solo el primer nivel de mando lo sabrá, porque desde que las luces de las bengalas marcaron el cielo y empieza el tiroteo, los camiones del Ejército y habilitados, sin importar si eran heridos o muertos, recogían a los caídos.
Uno del común, precisamente por serlo, reflexiona que el número de los muertos y heridos que se dan, oficialmente, corresponden a los levantados por la Cruz Roja cuando alrededor de las 7 de la noche se le permitió entrar a la plaza tlatelolca de Las Tres Culturas.
— ¿Cuántos murieron? ¿Estudiantes, vecinos, familias, niños, adultos, hombres y mujeres, que ese día se dieron cita en la Plaza?
Vaya sumando y agregue a quienes buscaron esconderse en los subterráneos de Tlatelolco y que por su debilidad no logaron salir y ahí murieron. O quienes hasta ahí llegaron y donde después fueron encontrados.
— Porque no ha lugar a errar el tiro a mansalva, sin siquiera apuntar o precisar la mira.
Éramos miles, todos concentrados en la plaza rectangular de Las Tres Culturas, en Tlatelolco, Ciudad de México, Distrito federal.
Los policías y elementos de seguridad y de represión, nos tenían rodeados por los cuatro lados del rectángulo.
Y, a ellos, los soldados cuando llegaron y tomaron plaza.
¿Qué fue fuego cruzado?, pues sí, entre ellos.
Por eso muchos de ellos murieron por disparos de ellos mismos
¿Cómo dicen en la Tv que se llama esto?, ah sí, ‘fuego amigo’.
— ¿Daño colateral? ¡Por favor!
Gracias a Dios, de la noche en Tlaltelolco no viví su rojo amanecer; porque salí muy de madrugada del departamento de la familia que me brindó refugio en el Edificio Estado de Guerrero. Incluso don Andrés hasta me dio cincuenta pesos para que, una vez alejado de Tlaltelolco, tomara un taxi.
Habrá de considerar que quienes logramos salir del cerco castrense, policiaco y de grupos de represión, sí, como los llamados ‘Halcones’ en la represión del 1 de junio en San Cosme, éramos perseguidos como presas de caza. De donde estaba resguardado, vi caer a otros compañeros que en el titubeo de aceptar el refugio ofrecido por los habitantes de los edificios de Tlaltelolco, fueron muertos a tiros.
Tiempo después, mucho después de tener que salir huyendo de la Ciudad de Matías Romero, trepado en el Tren Número 102 rumbo a la fronteriza Tapachula, Chiapas, regresé a México. Después, acompañado de mi padre, don Gilberto Celis Casanova, Maquinista de Camino de la División Nacionales de Tehuantepec, regresaría al Edificio Estado de Guerrero, en Tlatelolco, Distrito Federal.
En agradecimiento a su honrosa y digna actitud, ofrecimos totopo, camarón, queso seco y fresco, quesadillas de arroz. Y el eterno agradecimiento a su oportuna decisión, después de la noche de Tlatelolco, sacarme antes y librarme del rojo sangriento amanecer.
— Por eso le digo.
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