Por Mouris Salloum George
La indiferencia y el hartazgo ante las malas noticias, finalmente se apoderaron del sentimiento popular, mayoritario. Al menos eso parece. Las masacres, las tragedias y los hechos reprobables que debieran conmover a muchos mexicanos, se acumulan en cantidades industriales sin mayores consecuencias para los criminales ni para las autoridades responsables.
Entre masacres y casos aislados, en este sexenio, México acumula 187 mil 337 ejecuciones del crimen organizado -hasta el 16 de mayo del presente-, según la Consultora TResearch International, con datos oficiales. Las estadísticas ya reportan arriba de 50 mil desapariciones físicas de personas, en el mismo periodo. Al mismo tiempo el país suma un millón 305 mil 062 casos de denuncias por violencia intrafamiliar, solo en la presente administración; que incluyen lesiones físicas a menores de edad. Los feminicidios en esta administración suman cuatro mil 817 casos hasta enero del año en curso. Los abusos sexuales contra menores tienen a México en el penoso lugar número uno.
Los asesinatos o ataques intimidatorios contra aspirantes a puestos de elección popular, en estos últimos meses se han multiplicado como nunca.
Así mismo, los atentados contra defensores del medio ambiente; de los derechos humanos y contra periodistas, también rebasan con mucho las estadísticas de otros gobiernos.
Los cementerios clandestinos son noticia frecuente. Y la negación de la realidad es persistente.
Los ecocidios suceden sin mayores consecuencias, y mueren ejemplares de flora y fauna indispensables para el equilibrio ecológico. Miles de mexicanos pobres han sido expulsados a punta de pistola de sus comunidades. Y la Guardia Nacional permanece espectadora.
Las noticias de corrupción mayor, que involucran a los más altos funcionarios y personas influyentes, escurren todos los días de entre las páginas de los diarios o si acaso llaman la atención momentánea de los televidentes, y hasta ahí. Los aludidos, como si nada.
Ante cada noticia trágica o reprobable, de todos los días, el público escucha o mira simplemente y sigue su camino o da vuelta a la página. La autoridad inmediata emite un comunicado, la prensa local publica la crónica. Algún alto funcionario expresa condolencias y promete “investigar a fondo”, y todo vuelve a la “normalidad”: el dejar hacer, dejar pasar.
Hace unos días una masacre más tuvo lugar en la comunidad de Chicomuselo, Chiapas. Fueron asesinadas 11 personas; cinco de las cuales pertenecían a una familia, que fue acribillada sin piedad simplemente por negarse a colaborar con una de las mafias que se disputan el control de la pequeña localidad. Como esa, muchas otras.
Cuando todavía no acabamos de digerir el reprobable suceso, otra noticia peor sepulta a la anterior, con apenas una diferencia de minutos o de algunas horas.
México atraviesa una de sus épocas más tristes y aciagas de las últimas décadas o quizás siglos. Y a los ojos de muchos todo parece parte de la normalidad. Las explicaciones y los reclamos desde todos los ángulos, si los hay, expelen ideología rancia.
Los especialistas y los altos funcionarios tienen y tendrán explicaciones al respecto. Mientras tanto, en la coyuntura política actual -de relevo sexenal- debe prevalecer la indignación y el reclamo a los responsables para que atiendan al México sangrante, en calidad de urgencia nacional.