Viernes 10 de mayo de 2019
Claudia Rodríguez
El régimen democrático que se presume en México y que nos cuesta año con año a los mexicanos miles de millones de pesos para mantener no sólo a los propios órganos electorales –los que organizan y califican–, sino también a los partidos políticos que compiten por el poder para lo que buscan la mayoría del voto ciudadano; tendrían que marchar en el camino lógico del perfeccionando cada vez más, en lugar de debilitarse.
Por sexenios el Partido de la Revolución Nacional (PRI), delineó y controló las estrategias no sólo de Gobierno desde lo federal hasta el municipio, y de igual forma los Congresos y los ámbitos jurisdiccionales; conviviendo con una oposición que era hasta aniquilada por el mismo poder.
El cada vez más abusivo y de contubernio, en el que se convirtió el poder político de los priistas, dio paso a la alternancia, la cual parece solo dejó pasar con quienes se emparentaban abiertamente: a la derecha panista.
La izquierda antes empoderada en la cuna perredista, fue vilipendiada y abusada, e incluso dibujada mediáticamente como rijosa, sin objetivo claro de gobierno y hasta floja por representar más que los intereses las necesidades de las grandes mayorías desposeídas; mismas que fueron empoderándose en la tarea sufragista con candidatos como el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador.
El papel de la oposición en las democracias no debe ser el factor deslegitimizado; sino de límites al Gobierno en turno. Tal posición garantizaría el equilibrio entre la tarea de la autoridad y el debido apego a la legalidad.
Hoy en día, es evidente que la oposición cruza por una crisis de legitimidad tan grande, que sus intentos de contrapeso no se pueden tomar en serio. Si se trata de corrupción, simulación, actos autoritarios, inseguridad, violencia, maquinaria de pobreza y desposeídos, estafas y negocios con los recursos de la
Nación y más episodios vergonzosos para los mexicanos; la oposición puede ser hasta perito en tales materias.
Esa oposición ha fincado la división política en el adjetivo de “fifí”, enunciado por Andrés Manuel López Obrador, tratando de ocultar que fueron ellos los que etiquetaron en primerísima instancia, como “chairos” a los seguidores y seguro también votantes por el ahora presidente de México.
Se entiende la pobreza en acción, de que la oposición PRI-PAN, base su estrategia de limitar la autoridad en la división adjetiva de los mexicanos, ya que ni siquiera tienen consistencia al interior de sus cuerpos políticos y están sino aniquilados, si muy desdibujados en el mapa del poder.
Ni ellos pueden negar, que como oposición antes Gobierno, hoy no tengan más armas que apoyar a la división social.
Acta Divina… “Chairo; adjetivo y sustantivo: persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se le atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes”: Colegio de México.
Para advertir… “Chairos vs. fifís” la polarización del odio y la vergüenza.
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