De memoria
Carlos Ferreyra
Un comentario desde el país del norte me alertó para saber si seguimos teniendo patria, si la seguimos celebrando o de plano nos vale… sombrero.
El comentario decía haber visto el desfile del 15 de septiembre, pero no le encontró sentido patriótico, sino una especie de reclamo publicitario que lo mismo podía ser de Coca-Cola, bien fría, que de Morena, la esperanza que ha quedado en eso.
El mes de la patria, de hecho, desde los días antes, adornábamos balcones, poníamos en la ventana de los coches la confeccionada banderita, en el cristal trasero un tendedero con varias banderas nacionales.
Por las calles, principalmente en las avenidas, se ubicaban estorbosos carromatos ofreciendo la variada mercancía, consistente en todo tipo de presentaciones: cornetines, tricolores, coronas y papel picado, todo con los tonos del ejército trigarante. O de los chiles en nogada.
En las vecindades, no importa si horizontales o verticales, alguno de los vecinos organizaba un micro festejo, repartía ponche, banderitas y hasta pozole.
Este día tiene especial significado porque fue la fecha en que nació mi hija Magdalena y a la que, ante la carencia de recursos, no pudimos dejarla hospitalizada. Al día siguiente, 16 de septiembre, trepamos nuestros bártulos, incluyendo a la mocosa chillona, a nuestro vetusto Studebaker convertible y nos encaminamos al departamento situado en Regina y Pino Suárez.
Mala cosa. Tanto en 20 de Noviembre como en Pino Suárez estacionaban a las tropas que participarían en la marcha patriótica. Convencerlos de que nos dejaran cruzar la calle en el primer caso fue simple y sencillamente abrir las filas y dejar pasar.
En Pino Suárez, el capitán a cargo del contingente tuvo una puntada maravillosa: formó una doble columna para que cruzara el coche y a la vez saludaran y dieran la bienvenida a la recién llegada. O sea, la patria agradecida le daba la bienvenida a tan hermosa niña.
Curioso. Carlos, el mayor, se retrasó un día y se brincó el Día de los Santos Inocentes, nació el 29 de diciembre, pero Ana Victoria, siempre oportuna, vio la primera luz el 28 de julio, fasto de vida o muerte para la revolución cubana.
Vi por pura curiosidad y haciendo un enorme esfuerzo, el desfile en la ciudad de Morelia a lo largo del hermosísimo acueducto.
Tanto el 15 como el 30 de septiembre eran los máximos días para los habitantes de Morelia. El 15 marchábamos los alumnos de escuelas primarias y concursábamos por el grupo más coordinado, más marcial, y en lo que no competíamos era en los uniformes, cuyo premio se lo llevaban los “nalga polveada” (a quienes decíamos nada más “polveados” para no vulgarizar el uso de su tafanario), quienes desfilaban con un blazer azul marino, toques con borlas amarillas en la hombrera izquierda, camisa blanca, corbata rojo sangre, pantalón gris rata y zapatos de charol negros.
Se bebían chulos de bonitos ante los desarrapados de las escuelas públicas, donde nuestros padres hacían cualquier sacrificio tratando de uniformarnos, aunque nunca lo lograban.
Las escuelas públicas tenían a cambio la asesoría del inolvidable maestro Ángel Godínez, quien enseñaba a las bandas de guerra a dar los redobles cuidados porque el exceso del uso inadecuado de los tambores y las baquetas en un toque demasiado entusiasta podía hacer que se fuera al fondo del instrumento. Las cornetas, brillantes y hermosas, con algunas abultaduras por el uso, eran cuidadosamente seleccionadas por el maestro Godínez.
El 15 era el día supremo de fiesta para los escolapios, cuyo desfile generalmente terminaba con una kermés en los portales de la plaza principal. El 30, natalicio en la ahora colonia citadina Tzindurio de Morelos, se recordaba al héroe independentista por el que Morelia cambió su nombre y abandonó el de Valladolid.
Ese día se concentraban en la capital tarasca contingentes de los cuarteles ubicados en ciudades como Guadalajara, Irapuato, Toluca y varias otras, quienes aportaban una lúcida muestra de caballería con elegantes cadetes, fieros guerreros con cascos de acero enormes asomando por una claraboya en tanques ligeros donde desfilaban con una mano en el cañón.
Naturalmente, participaban contingentes de a pie y algunos grupos que, al trote sobre la marcha, realizaban pirámides y otros ejercicios gimnásticos que nos dejaban verdaderamente bobos.
En este 15 desfilaron los burócratas morelianos federales, estatales y municipales, todos perfectamente trapeados y todos sosteniendo un pendón, como se usaba en la colonia o en la Edad Media para anunciar el paso de su majestad. No me fue posible leer lo que anunciaban los banderines, pero atengo a la versión de quien me lo comentó desde Estados Unidos, eran anuncios publicitarios para el partido en el poder y los burócratas, al uso tradicional, lo único que les faltó fue balar y expulsar finas bolitas de excremento a su paso, borregos, sin duda.
Me queda la duda de si, después de haber presenciado tal desfile, podremos algún día recuperar nuestro amor por la patria y sus símbolos. Yo no lo veré.