Joel Hernández Santiago
De un tiempo a esta parte los políticos de nuestro país luchan por su propia subsistencia en el ámbito político mexicano. ¿La patria es primero?
De cualquier partido, de cualquier coloratura, de cualquier signo ideológico -si es que tienen ideología política y doctrinaria e incluso proyecto de Nación-. Son ellos ‘y su circunstancia’. Y pelean y luchan, aun entre integrantes de su propio instituto político, como ocurre en el caso más notable que es el de Morena y sus ad lateres políticos.
Pasa en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) entre Alejandro Moreno, a) Alito y priistas tradicionales a los que ha hecho a un lado; pasa en el Partido Acción Nacional, que al interior hay pugnas de poder y pugnas por la preeminencia declarativa.
Y no se diga en la función pública. Funcionarios hay -de Morena en su gran mayoría- que venden su alma al diablo por estar ahí, aunque no tengan nada que ver la entelequia política; están ahí para estar en posición privilegiada, que lo mismo significa poder político, como poder social y poder económico; y para saberse vivos en un mundo tan extraño como complicado el de la burocracia.
¿Alguna vez hemos tenido políticos y funcionarios públicos a la altura del arte? Si. Muchas veces aunque visto a distancia es por etapas o episodios nacionales. En el siglo XIX proliferaron en México los políticos convencidos de su participación para la construcción de un país, una Nación, un Estado…
Los hubo del lado liberal y conservador. Enfrentados siempre. Los hay los que querían un país de leyes y consolidado en sus instituciones. Los hubo quienes veían en el exterior la solución a los males internos.
Y trajeron a un emperador que les resultó liberal y que, por lo mismo, lo dejaron a la deriva esos conservadores que lo eran en todo sentido, no los de la actual narrativa que ven conservadoras hasta detrás de las piedras, por el sólo hecho de ser críticos a un gobierno que no es de izquierda ni de derecha “sino todo lo contrario” diría el clásico.
Una vez concluida la aventura imperial, como pocas veces en la historia mexicana hubo un periodo de lucha interna, de lucha por consolidar a una República de leyes. Juárez, el presidente oaxaqueño, reunió a lo mejor del pensamiento liberal de la época: Melchor Ocampo, Matías Romero, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Ignacio Mejía, Antonio Martínez de Castro, Ignacio Mariscal, Manuel Saavedra…
Fueron ellos, entregados a la causa nacional los que diseñaron un país y sus leyes, las que regirían a favor de la igualdad, la democracia, las libertades, los derechos, la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de tránsito, la negación al esclavismo… Las leyes de Reforma y la Constitución de 1857 fueron hechas por hombres hechos y derechos, con convicciones e ideales, quienes pensaban en el país, en un México sólido e inquebrantable; no pensaban en sus privilegios como legisladores o funcionarios públicos. Ninguno de ellos –que se sepa- se enriqueció o medró con el poder político o burocrático, como sí ocurre hoy en este 2025 aciago.
Y fueron ellos quienes dieron paso a una de las etapas más brillantes y consolidadas en la historia de nuestro país: La República Restaurada, que duró 9 años, desde 1867 hasta 1876. Comenzó con el triunfo de los liberales sobre el Segundo Imperio Mexicano y terminó con el ascenso de Porfirio Díaz a la presidencia.
Nueve años de lucidez institucional. Nueve años de consolidación de instituciones. Nueve años de recuperación política. Nueve años para el diseño de un país en el que las leyes fueran el eje central de la vida nacional, con las libertades a salvo de cualquier menesteroso legislador o funcionario que pudiera llevar agua a su molino político, como sí ocurre hoy.
Luego llegó el porfiriato, una primera etapa también de construcción y lucidez. Una etapa en la que el país comenzaba a despegar como potencia internacional. Un país con muchísimas desigualdades pero al mismo tiempo con la ilusión de ser mexicanos y uno sólo en un país que ya había sufrido guerras interminables, invasiones, mutilaciones… pero que seguía aquí, a pesar de todos los pesares.
Es cierto que Díaz se engolosinó con el poder presidencial. Pero fue él mismo quien consideró que México ya estaba listo para la democracia y se fue. Lo que siguió fue una Revolución de lucha entre facciones, constitucionalistas y del orden agrario…
Ganaron los Constitucionalistas y surgió un país en el que unos cuantos se hicieron del poder, y traicionaron los ideales revolucionarios. Luego etapas brillantes como el período de Lázaro Cárdenas (1934-1940) … y luego: lo que sería la historia interminable; la lucha de hombres por el poder y el recurso.
Y así hasta hoy, que no tenemos políticos o funcionarios que piensen en el país y su futuro y su consolidación y su fortaleza y sus instituciones a salvo y su constitución intocada: nada.
Son gente del poder por el poder mismo para los que la patria no es primero. Son sus privilegios y su poder lo que les importa, y su preeminencia y su sobrevivencia económica y política. El país es lo de menos. La injusticia es lo de menos. La seguridad es lo de menos.
Dejar muertos y heridos a su paso y familias deshechas, para ellos es lo de menos: de cualquier partido, de cualquier puesto, de cualquier borrosa convicción ideológica. Hemos ido de más a menos en un país en el que la democracia no termina por consolidarse. Es lo de menos, para ellos.