El sábado pasado se conmemoraron 170 años del nacimiento de José Martí en 1853 en La Habana, cuando la perla de las Antillas era aún una preciada posesión española. La efeméride no pasó por alto, la figura del Apóstol de la Independencia Cubana y prohombre latino americano sigue constituyendo un fuerte referente de identidad y memoria histórica. No en vano, como dice el destacado historiador cubano-mexicano Alejandro González Acosta, profundo conocedor de la vida y obra de su ilustre paisano, Martí une y divide, las imágenes del apóstol en afiches, placas, lienzos, bronces y mármoles son constantes en distintas latitudes que van de La Habana, a Miami y a la Ciudad de México y que comparten, en distintas ceremonias y homenajes, los apologistas del actual régimen isleño así como el exilio, que en México debe rondar poco más de 120,000 cubanos con fuerte presencia en las ciudades de México y de Mérida.
Si bien es cierto que al momento de su muerte el 19 de mayo de 1895 en la localidad de Dos Ríos, Martí recién se encontraba incorporado a las fuerzas de Máximo Gómez luchando por la independencia de su patria con la espada, a lo largo de su vida disparó más cartuchos de tinta que de pólvora, pero no por ello fueron menos certeros ni tampoco estuvo exento de una vida llena de sacrificios que le valieron vivir gran parte de su existencia en el destierro y someter a su familia a grandes penas. Martí antepuso todo: familia, libertad, patrimonio e incluso una vida cómoda en México donde pudo disfrutar de un merecido y sólido prestigio como periodista, dramaturgo e intelectual, en cambio, eligió bregar por la independencia de Cuba. Cuando José Martí llego a la Ciudad de México por primera vez en febrero de 1875, venia de su primer exilio en España donde se hizo abogado, intentó ejercer su profesión, pero los estudios no podían ser validados en México, entonces se tuvo que decantar por el periodismo bajo el auspicio de Manuel Mercado su influyente “hermano” mexicano y es aquí donde echó mano de una de sus atinadas frases: “el periodismo es cátedra en tiempos de paz y ariete formidable en tiempos de guerra”.
No pretenden estas líneas, formar una semblanza biográfica de Martí, afortunadamente la bibliografía martiana es abundante, sin embargo, si destacar a una de las personalidades más prominentes del siglo XIX latinoamericano, periodo convulso de luchas libertarias y formación de estados independientes. Martí fue reconocido en todo el hemisferio, vivió en Estados Unidos y Centro América, fue cónsul de Argentina y Uruguay, pero sin duda alguna México fue su segunda patria, donde fue feliz, escribió sin parar, disfrutó de su familia, de las mieles del amor y las lealtades de la amistad que conformó con el talentoso circulo de intelectuales mexicanos con veteranos como Altamirano, el Nigromante y Riva Palacio, así como jóvenes promesas como Justo Sierra y Juan de Dios Peza. También contó con el afecto de los “Manueles”, Mercado el político y Ocaranza el pintor quien también fue prometido de su bella hermana Ana, fallecida prematuramente en México. Rompió corazones, y a él se lo rompió Rosario Peña, la del “Nocturno a Rosario” de Acuña, Aquí también conoció y se casó con Carmen Zayas Bazán, oriunda de Camagüey.
Existen dos anécdotas que dan cuenta de cómo Martí hizo de su discurso y de su pluma la más afilada espada por la causa de Cuba. Como bien es sabido desde su adolescencia, Martí destacó como un patriota y un militante decidido por la independencia cubana. Un incidente banal de muchachos en las calles habaneras fue el pretexto idóneo para que las autoridades españolas sujetaran a proceso al inquieto muchacho. El juicio no otorgó garantías ni equidad al joven patriota, la sentencia era conocida de antemano, Martí hizo gala de sus dotes de orador, pero la suerte estaba echada, el joven fue condenado a seis años de trabajos forzados en las duras canteras. El presidio robusteció su carácter y espíritu, pero desafortunadamente mermó su salud que siempre fue frágil.
En prisión conoció a muchos patriotas y fue testigo de la crueldad del Comandante Mariano Gil del Palacio. Su familia movió cielo y tierra para lograr su liberación, no sin dificultades y la ayuda de amigos influyentes lograron el indulto después de un año de encierro. Sin embargo, no hay victorias completas, el indulto vino acompañado del destierro perpetuo y Martí debió embarcarse rumbo a España. Durante el trayecto en el Atlántico, se daban largas sobremesas en el comedor del barco, ahí en una ocasión Martí narró a los pasajeros los horrores del presidio, indignados y enfurecidos todos alzaron la voz pidiendo al joven desterrado que les diera el nombre del sátrapa del comandante del penal, entonces Martí sereno y con aplomo se levantó de su silla y señalo con firmeza a Gil del Palacio que se encontraba entre los pasajeros. El capitán del barco se acercó a Martí y le rogó que no siguiera, el joven con absoluta educación le respondió que no se preocupara, que ya había terminado.
Durante su primera estancia en España, José Martí se convirtió primero en Madrid y después en Zaragoza en una de las voces más valientes del exilio cubano. No perdió oportunidad para manifestarse por la independencia de su país. Fue también testigo en esos días de la convulsa Primera República española, su último presidente fue el prestigiado intelectual Emilio Castelar. Los cubanos en España, entre ellos Martí ilusamente creyeron que Castelar por su talante liberal, sería más benévolo con Cuba, pero su decepción fue mayúscula cuando vieron que Castelar ordenó reforzar los contingentes militares para combatir con más energía a los independentistas.
Poco después, ya estando Martí en México, escribiendo en la Revista Universal y siendo una promesa del periodismo mexicano, se publicaron en diversos medios nacionales artículos de Emilio Castelar, quien gozaba de un nutrido grupo de seguidores, en una de las columnas, Castelar afirmó con arrogancia que no aceptaría la presidencia de una Cuba independiente. Martí indignado escribió exhibiéndolo y recordándole su trato hacia Cuba y el exilio cubano cuando fue presidente español, los seguidores de Castelar se rasgaron las vestiduras y lo atacaron, pero Martí con su prosa los evidenció e irónicamente los puso en su sitio al igual que a Castelar una vez más. A estos dos actos valientes y de juventud, sucedieron muchos más, dando cuenta de cómo con tan solo una pluma y una hoja de papel, Martí pavimentó el camino hacia la independencia de Cuba.