La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
La premisa es muy simple: sus seguidores tienen otros datos
Aunque la pandemia y los errores en las políticas públicas tienen sumido al país, en una circunstancia muy lejana de lo que pudiera considerarse un paraíso terrenal que ponga al pueblo feliz, feliz, feliz, la popularidad del presidente López Obrador no ha sufrido una disminución drástica, su caída es marginal.
Qué sí el bono democrático se ha extendido, qué sí el ‘efecto teflón’, qué sí las tropelías de los anteriores gobiernos fueron de tal magnitud que le perdonan todo al tabasqueño, lo que gusten, la aceptación del mandatario es robusta.
Más allá de que la 4T cumpla o no sus propósitos (todo indica que no podrán), el susodicho tiene una base de apoyo inamovible, la ha construido a lo largo de varios lustros y es monolítica, en ninguna coyuntura le escatiman solidaridad electoral al líder moral.
Ningún político tiene, ni de lejos, la fortaleza del presidente, por lo que entrar a una confrontación directa con él les puede provocar un fuerte traspié, aún sin que se tome la molestia de voltear a verlos.
Don Andrés puede impulsar a un abusador como Macedonio, a un cuestionado Bartlett, su primogénito puede ir a Vail y su hermano recibir fajos de dinero y no pasará nada, su fanaticada es para siempre, porque como bien dicen: la esperanza dura más que la lealtad.
En este contexto, los opositores se lo deben pensar dos veces, si suponen que con denostar la imagen de AMLO les alcanzará para ganar, sería idóneo que mejor se pusieran a realizar propuestas más inteligentes, que sólo criticar a los que toman caguamas.