Fuera de Todo
Denise Díaz Ricárdez
En México la energía es un recurso vital para el desarrollo económico y social, cualquier cambio en su regulación y estructura implica consecuencias profundas que afectan a todos los sectores de la sociedad.
La administración actual ha promovido esta reforma con el argumento de recuperar el control del Estado sobre los recursos energéticos, pero la viabilidad y las implicaciones de esta propuesta generan muchas dudas y confusiones.
Uno de los principales pilares de la reforma es el fortalecimiento de Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
La idea de revitalizar estas empresas estatales busca revertir años de desinversión y privatización que, según los defensores de la reforma, han llevado a una dependencia excesiva de la inversión privada y a la pérdida de soberanía energética.
Sin embargo, el retorno a un modelo más estatista plantea interrogantes sobre la eficiencia y la capacidad de estas entidades para operar en un mercado que exige innovación y competitividad.
Además, la reforma energética incluye un enfoque en la producción de energías fósiles, lo que ha generado críticas por parte de ambientalistas y expertos en sostenibilidad.
En un contexto global donde la transición hacia fuentes de energía renovables es cada vez más urgente, la insistencia en un modelo que prioriza el petróleo y el gas puede resultar contraproducente. Ya que marca un significativo retroceso en comparación a países primermundistas.
Esta postura no solo podría aislar a México en el ámbito internacional, sino que también plantea riesgos significativos para el medio ambiente y la salud pública.
Ergo, el aspecto crucial de la reforma es su impacto en los precios de la energía.
Los detractores argumentan que la centralización del control energético podría llevar a un aumento de costos para los consumidores, en un momento en que la inflación y la crisis económica ya están afectando a muchos hogares mexicanos.
La promesa de precios accesibles y un suministro confiable debe ser cuidadosamente monitoreada, ya que cualquier desvío podría desencadenar un descontento generalizado.
La propuesta provoca preocupaciones sobre la inversión extranjera. México ha sido históricamente un destino atractivo para la inversión en el sector energético, y la reforma podría generar incertidumbre que desincentive a los inversores. La falta de capital y tecnología para modernizar la infraestructura energética podría resultar en un estancamiento que afecte el crecimiento del país a largo plazo.
Es un tema que requiere un análisis profundo y equilibrado. Mientras que la intención de fortalecer el papel del Estado en la energía es comprensible, es fundamental considerar las implicaciones económicas, ambientales y sociales de dicho enfoque.
La clave radica en encontrar un equilibrio que permita al país avanzar hacia un modelo energético sostenible y eficiente, que garantice la soberanía sin sacrificar el desarrollo.
Aunque la reforma energética devengue un impacto significativo en la generación de nuevos empleos e inversiones, el futuro energético de México debe ser una prioridad, y las decisiones que se tomen en este ámbito tendrán repercusiones que se sentirán durante generaciones.
La discusión debe ser abierta, informada y, sobre todo, centrada en el bienestar de todos los mexicanos.
Denise_diaz9@icloud.com