Luis Farías Mackey
Prostituir implica deshonrar y degradar, pero con abuso de lo prostituido, cuyo atropello se ejerce con bajeza, inquina e infamia, obteniendo, además, un beneficio. La prostitución es, pues, lo prostituido y quien lo prostituye. Se pueden prostituir sujetos y objetos; también instituciones, creencias, ritos, costumbres, actividades y hasta naciones.
Generalmente quien prostituye ya es en sí mismo prostituido.
En México sufrimos una avanzada prostitución generalizada, donde mucho y muchos han sido y son prostituidos, y donde muchos también prostituyen como forma de vida y perversión.
Nuestra representación política es la más acabada muestra de lo variopinto, profundo, extendido y putrefacto de lo prostituido en nosotros: putonas y padrotes de arrabal, ¡hasta con jirafas!; ignorancia fatua y altanera, violadores impunes, feministas defensoras del violador de casa, viajeros perdonavidas, analfabetos con fuero, chusma hecha pandilla, voceras, voceros y líderes con cara de “rómpeme la madre”, sobremayorías robadas, mayorías calificadas compradas en fosa séptica del infierno y, en general, una fauna de circo de piojos.
Hace mucho dije que no había habido devaluación mayor en México que la de la política, pero hoy me percato que el verbo no era devaluar, sino prostituir: porque se puede perder valor sin necesariamente pudrirse, y lo nuestro es ya una podredumbre terminal.
Y al interior de la prostitución del ser nacional, brilla en su vanagloria la de nuestra democracia.
¡Qué gran daño nos hicieron nuestros próceres de la democracia impostada!, que convirtieron aquélla en moda, ostentación y blasón, mas no en forma de vida y menos en responsabilidad ciudadana. Asumimos nuestra democracia, como quien se traviste con ropajes ajenos, pero jamás la construimos, nunca la sudamos: un buen día nos declaramos democracia plena y al día siguiente aplaudimos una alternancia de fiesta de disfraces. Al hacerlo, prostituimos ambas. Y así, nuestra democracia es un sistema de partidos de vividores charlatanes y corruptos, un negocio de publicistas e influencers, convertida en un electorerismo que institucionalizó el chantaje, la simulación y la propaganda negra; la política escándalo, aderezada de espectáculo y ridículo, y que termino por asesinar la inteligencia, el pensamiento y el discurso políticos.
Pero todo lo anterior aborda solamente la parte prostituida, no la de quien prostituye.
Los primeros prostituidores de nuestra democracia fueron quienes la usaron para lavarse la cara y granjearse una especie de patente de corso de “próceres de la democracia”, pero atrás de ellos venían quienes no buscaban ser leyenda, sino el poder inconmensurable. Y así fueron desplazados por los salvadores rencorosos y resentidos: siempre robados, siempre abusados, siempre victimados; para quienes la democracia es solo cuando ellos triunfan; los eternos “Yo acuso” de todo y a todos, los condes de la rijosidad y marqueses de la mentira.
Empezaron por prostituir los procesos electorales, sus normas, instituciones y usos; vaciaron los partidos de ideas y los poblaron de vividores, de trásfugas y de granujas, mercaron hasta a su madre por una pizca de poder, convirtieron todo en reclamo e institucionalizaron el conflicto como modus operandi de la política, la camorra por religión y el bautizo político salvífico para quienes limpian sus pecados en las aguas negras de su Jordán.
Abrazaron la democracia, pero para destruirla prostituyéndola y sodomizándola. Empezaron por la democracia a mano alzada, al calor de la plaza y del verbo encantado y encantador. ¡Qué mayor democracia que la directa y falsa! La democracia de “Aquí y ahora”, sin dolor, en vivo, por aclamación enajenante y autoengaño. La democracia verdadera, le llamaron, sin normas estorbosas, instituciones melindrosas, contendientes engorrosos, requisitos incómodos, resultados desmandados y por sobre todo sin autoridades exigentes ni rendición de cuentas ciudadanas.
De allí a las consultas populares a modo, ruidosas y simuladas, con organizadores santones que nadie eligió, que a nadie representan ni a nadie rinden cuentas, solo hubo un paso. Una democracia sin demos, pero con gran despliegue comunicacional, capaz de imponer el mandato del 7 por ciento de participación ciudadana sin rigor alguno, la obligación de lo simulado y, de ser necesario, de lo presumido, lo soñado y hasta lo revelado; la fe ciega en la opacidad de las capillas, el capricho mesiánico y repetición de los mantras políticos, que, cual fuelles, mientras más se inflan, más vacíos están. Por supuesto que todo ello sólo pudo ser posible gracias a unas autoridades de grima, cobardes y ausentes, sólo aquiescentes al aplauso y al cochupo, no a la monserga esa de cumplir y hacer cumplir la ley.
Luego vino la prostitución de la revocación de mandato hasta convertirla en caricatura y adicción populista a la campaña eterna, aunque ahora sea la espada de Damocles sobre la cabeza de la vicaria de Palacio. Revocación seguida de la consulta contra los expresidentes, una prostitución sádica de las consultas populares con cargo al gobierno sobre los recursos de medicinas, hospitales, escuelas y guarderías; distractor barato pero efectivo.
Tras de ello la conquista de instituciones con personajes de prostitución sublimada hasta la pestilencia, seguida de la de las precampañas adelantadas, impúdicas e ilegales, la de las encuestas y tómbolas con candidatos salidos de las cloacas; la de una elección de Estado en abrazo con el crimen organizado, la del poder parcializado, metiche, falaz y rijoso, la de la sobrerrepresentación robada, la de los magistrados electorales golpistas y amancebados, la de la mayoría calificada por los aquelarres de los Yunes, la de la supremacía constitucional como licencia de impunidad y, finalmente, la de la reforma judicial y una elección de acordeón con numeritos, para que el ciudadano vote sin siquiera tener que saber qué carajos vota y a quién diablos vota.
Todo ello, aderezado con la prostitución de instituciones, de la conversación pública y de la verdad; la del estercolero de Zaldívar, las de las presidencias de los plenos de las cámaras del Congreso, la del envilecimiento de la vida nacional, la del asesinato del poder Judicial, la división de poderes y la República misma.
Y hoy nos piden votar para salvar lo que aún queda de su prostituida democracia, pero votar no salva de la prostitución ni de los prostituidores. Cuando votar sería ahondar lo prostituido, abrazarlo. Porque no estamos ante una elección judicial, estamos de cara a la mayor prostitución que se haya hecho de la cosa pública desde que el mundo lo es.