La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
La mentira resulta terapéutica para el emisor: siempre tienen la conciencia tranquila
Uno de los principales déficits éticos de la clase política, es su enorme proclividad a mentir o para decirlo de manera eufemística: su habilidad para salirse por la tangente.
Si uno pregunta al empresario encumbrado, a la señora de la casa (que no es Peña), al analista político, al policía de la esquina, a la maestra del Jardín de Niños, a los de la Limpia Pública, a un narcomenudista, a la tamalera, a quién ustedes gusten: ¿Quién crees que va a designar al candidato de MORENA a la presidencia?, sin excepción dirán: YSQ.
Sin embargo, el presidente López Obrador jura y perjura, con crucifico en el bolsillo, que él no decidirá nada, que el pueblo pondrá a la o el elegido, en suma, que ya no hay ‘dedazo’.
Si revisamos un sitio de noticias, de cualquier estado, encontraremos declaraciones en el sentido de que la entidad está mejor que nunca, que hay inversiones ‘históricas’ y que las carencias son cosa del pasado, sobra decir que, si averiguamos con los ciudadanos de a pie, las respuestas irán en otro sentido.
Para los mandamases en turno, todo es maravilloso, es inusual escuchar a un dirigente aceptar que su administración ha quedado a deber, que la corrupción no ha desaparecido o que, de plano, no tiene la menor idea de cómo entrarle a resolver los problemas.
Pero, además, hay otra modalidad de este pernicioso hábito, la del auto engaño, misma que tiene que ver con los aspirantes a una candidatura que no tienen la mínima posibilidad de acceder a la misma: confío en la dirigencia del partido, creo que no habrá dados cargados y otros lugares comunes que, son una negación del principio de realidad.
Los casos extremos, que ya no tienen remedio, son los adversarios políticos imputados que, antes de cruzar la puerta del penal, claman: creo en la ley y en las instituciones del Estado.