José Luis Parra
La democracia mexicana se reduce, a veces, a un solo voto. A una ceja levantada. A una instrucción no dicha, pero comprendida. Esta vez, el bisturí corta en dirección al Instituto Nacional Electoral, donde la consejera Carla Humphrey, aliada sentimental de Santiago Nieto y políticamente vinculada a Morena, dio el voto decisivo que validó una elección judicial plagada de anomalías. Aquel que crea que la democracia mexicana se decide en las urnas, que tire la primera boleta.
Porque mientras consejeros describían prácticas que resucitan los fantasmas de los años dorados del fraude –urnas embarazadas, casillas con más votos que votantes, boletas clonadas y caligrafía sospechosamente homogénea–, Humphrey enlistaba las irregularidades como si estuviera presentando pruebas… para luego votar a favor de la validez. ¿Cinismo? ¿Instrucción? ¿Interés? Usted escoja.
La escena tiene el aroma rancio del pasado. Aquel “ratón loco” del PRI ochentero ahora se digitalizó. Se sube a redes, se imprime con letra de molde, se acompaña de videos, pero sigue siendo el mismo: la anulación del voto libre. El INE, ese organismo autónomo que hace unos años encabezaba marchas por su defensa, hoy se desangra desde dentro. Carla Humphrey empuñó el bisturí y lo hundió con cuidado quirúrgico.
No está sola en el quirófano. El voto de Yunes Márquez en el Senado dio a Morena la mayoría calificada. Otro voto, el del ministro Pérez Dayán, detuvo la inconstitucionalidad de la Reforma Judicial. Tres escenarios, tres instituciones, tres votos solitarios que inclinaron la balanza hacia un mismo desenlace: el desmantelamiento institucional.
Y todo con la bendición de Guadalupe Taddei, presidenta del INE y también pariente del oficialismo. Su frase lapidaria: “Tuvimos un proceso electoral excelente”. Excelente… si el estándar de comparación es 1988.
La narrativa oficial es simple: se anulan 818 casillas de más de 84 mil. ¿Y? “No afecta el resultado”. Pero se omite mencionar que en esas casillas ocurrieron los delitos electorales más burdos. Que fueron suficientes para generar una “duda razonable”, como dijo el consejero Castillo. Que más de la mitad de los votos respondieron a una operación “acordeón”, descrita con precisión quirúrgica por el consejero Faz. Pero no, aquí no pasó nada. El INE cumplió. Y cumplió bien. Tan bien como en los tiempos de Bartlett.
Así que no nos sorprenda que mañana se elimine el Banco de México o se redacte una nueva Constitución entre amigos. Si todo puede validarse con un solo voto –incluso un fraude–, ¿qué no podrá hacerse con una mayoría calificada a modo?
Bienvenidos al futuro, donde todo se decide por uno. Y todos nos callamos como si fuéramos ninguno.