José Luis Parra
A Ricardo Salinas lo sentaron en el banquillo y no precisamente por andar jugando Monopoly. Fue llamado ante la nueva Santa Inquisición que despacha desde la Suprema Corte y que ahora se disfraza de legalista feroz. El verdugo de esta función, vestido de inquisidor fiscal, atiende por el nombre de SAT. Y aunque parezca novela de época, esto es el México actual. El México que se inventó López Obrador para seguir mandando sin estar sentado. Aunque dicen que en política no hay coincidencias, llama la atención que hoy jueves, el expresidente celebra uno más de sus cumpleaños. ¿Regalazo? Pueque.
Pero la historia no acaba ahí. En lo oscurito, otro movimiento se cocina: una reforma constitucional para empalmar la revocación de mandato con las elecciones generales. Una joya jurídica a modo para los que entienden que en política, lo importante no es ganar, sino controlar el sustituto.
En este juego de sillas, el reemplazo presidencial no saldría de una urna libre, sino de un Congreso dominado por los fieles al caudillo. Un tapado entre los suyos. Si AMLO logra imponer su mayoría, el nuevo Congreso de 2028 bien podría revivir la figura del Maximato, con Claudia como presidenta nominal y el dedo redentor decidiendo en la sombra. ¿Una Sheinbaum con fuero, pero sin poder? O viceversa.
Y ahí, entre los hilos del poder, asoma Andy López Beltrán. El heredero sin corona pero con el voto más poderoso del país: el de papi. AMLO ya prepara su reaparición como intelectual orgánico de la tragedia nacional, libro en mano, mensaje envenenado, reflector asegurado. No se equivoquen: no es literatura, es campaña.
Afuera, el país se quema. La violencia se multiplica, las protestas se diversifican y Estados Unidos afina la puntería judicial: narcos arrepentidos, extraditados y cantores van dibujando una red que podría dejar mal parados a muchos en el gabinete y sus satélites. ¿Les suena el nombre de Ovidio? ¿El Mayo? ¿García Luna? Agárrense.
En lo económico, el panorama huele a podredumbre. El cambio de régimen —ese que nos venden como histórico— trae consigo la amenaza real de una estampida de capitales, una recesión a la vista y una parálisis institucional disfrazada de transformación. El INE es el próximo en la lista de ejecuciones simbólicas, porque nada más molesto para el poder que una institución con autonomía.
La presidenta Sheinbaum, si quiere tomar el control de su sexenio y no ser una pieza decorativa en el ajedrez lopezobradorista, deberá hacer limpieza profunda. Dejar de simular que gobierna y empezar a hacerlo. Que revise su gabinete, que deje de defender subsidios inútiles a partidos parasitarios, que se atreva a construir su propio Congreso, su propia narrativa, su propia autoridad.
Porque aunque lo intente negar, esta película no es nueva.
México se reinventa cada seis años para seguir igual. El gatopardismo es el guión eterno de nuestra política. Cambiarlo todo para que nada cambie.
Y mientras tanto, el país espera.
Con miedo. Con hartazgo.
Y con una ceja levantada.
