José Luis Parra
La Secretaría de Agricultura no parece un premio. Es más bien una trinchera con el blindaje oxidado, asediada por bloqueos, tractores, rabia campesina y un secretario (Julio Berdegué) que llegó prometiendo resolver con diplomacia conflictos que piden machete y machete político. Hoy, en la Cámara de Diputados, circula con creciente velocidad el rumor de que Alfonso Ramírez Cuéllar podría sustituirlo.
Sí, ese Alfonso: fundador de El Barzón, rebelde de izquierda y hoy diputado morenista que no pinta ni en las selfies grupales. Pero también interlocutor de Palacio y cercano a Claudia Sheinbaum, aunque en el obradorismo duro lo acusen de pensamiento independiente (pecado capital en la 4T).
Si el rumor se confirma, Ramírez Cuéllar pasaría del rincón legislativo al epicentro de una guerra: la del campo. Una batalla que Berdegué ha perdido sin presentar combate, encerrado en su oficina con su lenguaje florido y su ausencia de resultados.
Ramírez Cuéllar, con más calle que protocolo, llegaría a una de esas secretarías donde los enemigos no están solo afuera sino adentro. Porque su eventual ascenso no solo trastocaría el tablero del gabinete, sino también el de la bancada morenista, donde Pedro Haces sirve cenas cada vez más lujosas y guarda cada vez más secretos. Y donde Monreal, el equilibrista profesional, prefiere que sus compañeros sigan siendo peones, no alfiles.
En ese ecosistema de celos y lealtades volátiles, Ramírez Cuéllar tendría que mirar con cautela no solo a los productores del norte y el sur, sino también a sus “compañeros” de partido que lo miran como un infiltrado. El más venenoso entre ellos: Pedro Haces, que sabe historias no contadas de Tlalpan. Y en la política mexicana las anécdotas viejas valen más que las credenciales actuales.
Pero el juego aún no está definido. Hay otro nombre en la tómbola: Leonel Godoy. De vieja guardia y de lealtades verticales. Godoy representa esa franja del obradorismo que no duda en declarar la guerra a los adversarios ni en poner la mejilla si el caudillo lo ordena.
Además, Godoy ha sido de los pocos que han salido a defender al Gobierno cuando Michoacán arde. Para algunos, su designación sería un premio de consolación: no le tocó Palenque, pero le podría tocar SADER.
¿Y por qué la urgencia? Porque la protesta agraria ya se volvió un riesgo electoral. Y en el cálculo del régimen, lo electoral es lo único que no se puede perder.
Lo que está en juego no es quién cuida las vacas, sino quién controla los votos del campo.





