Horizonte de los eventos
ADVIERTO nuevamente, el presente, continuación de “César ante el Rubicón”, publicado en este mismo espacio, el anterior día 19, será de muy difícil lectura y superior incomprensión para quienes no pasan de leer las solapas del libro, lo mismo para aquellos que buscan respuestas fáciles y rápidas al tránsito presente del país, a un despotismo desilustrado o en sentido contrario, a su Renacimiento independentista y revolucionario.
Pues no hurgan mis palabras en el monto cuantitativo de las mayorías, que son las aparentes herramientas que legitiman y otorgan el mando a un hombre o mujer, ante sus conciudadanos, para gobernarles. Tampoco busco en las cualidades o prometedores dones de los contendientes a la Primera Magistratura.
Indago perversamente, primero, en las limitaciones de cada hombre, queriendo saber primero, las que padece el presidente -por mera estrategia. Segundo, en los imponderables con que el azar echa abajo la traidora certeza del hombre aquel, que en un momento dado, se siente, se sabe y es así reconocido, como el mismísimo Cayo, Julio, César, antes del Rubicón, pues está jodido, porque así entró, y allí adentro, de nada le sirvió su atrevimiento de cruzar el Rubicón: ¡Hasta Brutus lo pinchó!
Me alcanza la emoción para intentar apuntar circunstancias -variables, por supuesto- que hicieron para unos, la derrota ¡teniendo la victoria en sus manos! El azaroso e inverosímil destino para Marco Antonio, por Accio. Antítesis de la inmortalidad con que invistió a Octavio ¡Augustos! El mismísimo Accio.
O Cortés, el invulnerable ante el resto del mundo: con 300 hombres y media docena de caballos, conquistó a millones. En la historia, nadie mayor. Pero no mayor a su señor, D. Carlos I de España, que de una vez y para siempre, le negó La Colonia de la Nueva España, que él mismo conquistó, y designó a un Virrey, que atendiera también sus asuntos. No más Cartas de Relación a Carlos I de España;
Y V de Alemania, en quien concluyó la tradición ¿no se si llamarle real o cortesana) de casar primos con primos, a fin de que la herencia no terminara en manos ajenas (los “braguetazos, cuando valían la pena), fue haciendo de todas las “familias reales europeas”, una sola, hasta que nació un niño, heredero de todos los títulos y bienes de la nobleza europea, Carlos de Habsburgo y Trastámara -primos hermanos los abuelos maternos, de tal suerte, que ese pequeño futuro rey del mundo, fue el último de los Trastámara, hijo de Juana, la Loca y Felipe, el Hermoso -para mayor deleite- quien justo al cumplir 25, venció al 5 veces más grande ejército imperial francés, comandado por su propio Rey, Francisco I, de 26 años, en la memorable batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525, aniversario de su natalicio, recuperando el Ducado de Milán (“Milanisado”), heredado de su abuelo, Maximiliano de Habsburgo.
En la batalla murieron todos los comandantes franceses: de La Tremoille, La Palice, Galeazzo Sanseverino y Francisco de Lorena, y otros muchos fueron hechos prisioneros, como el condestable Anne de Montmorency y Robert III de la Marck. La nobleza francesa.
Apenas antes de partir, tras años cazando la oportunidad y meses de preparación exhaustiva, nada indicó -como no indican los imponderables- que cupiera duda alguna: Francisco I y los franceses, eran muy superiores, profesionales, probados y con mejor equipo ¡Todos iban por gloria!
No podía perder: atacaría Pavía con más de 30 mil hombres a 6 300 mil. Estarían comandados por la más alta nobleza francesa, la mejor preparada en las artes de la guerra, todos iban por el Ducado de Milán, que por ser Francisco I, descendiente también de Carlo Magno, alegaba suyo.
Ese “César” de 26, al cruzar el Rubicón, no tuvo LA SUERTE DEL CÉSAR. Y cayó preso de Carlos I, Sí, para acabarla de amolar.
¿Quién tiene la fortuna del azar? ¿Cómo saberlo? Supongo que uno se la juega. Lo que sí os puedo asegurar, es que hay hombres que en un momento exacto de la historia, y por tales circunstancias, resultan invulnerables a cualquier hombre -algunos hasta su muerte, como Juárez.
A eso sueñan todos, a ser invulnerables hasta morir de forma natural, con el Poder… En México, sólo Juárez. Lenin, Stalin, Mao, Sukarno. Este siglo, joven todavía, ninguno. Pienso en la naturaleza del hombre de tales aspiraciones… y me da risa. Yo quiero terminar esto, para irme a corretear a mi mushasha.
Pero emprender una lucha por algo que vale entregar la vida, debe reunir, obligadamente, dos condiciones: Una inconformidad insoportable y un k brón insoportable.
Tenemos un Andrés Manuel que escribe dictados para que sean aprobados por las Naciones Unidas. También se permite sugerir-instruir al premier chino sobre el fentanilo, sin controlar nuestras propias fronteras, ajeno por completo a los temas agendados por ambas potencias.
Critica al presidente gringo justificado por muy vagas opiniones. Desacata mandatos que le obligan, también en el ámbito internacional, Tratados suscritos por México, alegando opiniones subjetivas insostenibles -por no prestar la atención debida antes de suscribir (!).
Luego se desdijo con argumentos que la comunidad internacional sabe que son mentiras. Le saca a la verdad, le gusta lo parcial y se fuga con dicharachos. Sin importarle si esta obligado y los mexicanos exigimos un presidente serio, no un abusador del me canso ganso -¿ya no trae nada en la pichada?
No es difícil sospechar algún psicótico elemento en la comunicación sináptica, que afecte su ubicación y percepción sinaléctica, con tales antecedentes. Aunque como he afirmado, hasta probar, es el más dotado, en pueblo y en acción política.
La historia está hecha de hechos concluidos. A la vez que la historia me ha enseñado a apreciar momentos aquellos en que el hombre del alma grande, crece de tamaño superior a sí mismo. Uno sabe que trae el Poder. Se aprende a distinguir en distintas biografías ¡como la de nuestro mismísimo presidente!
He tenido que indagar más sobre ellos y es el caso, que al señor presidente, debe interesarle tanto “César ante el Rubicón”, como esta, “La suerte del César”, pues otros Césares ante otros Rubicones, resultaron no los más fuertes y fueron vulnerables a otros hombres… Sólo parecía, resulta que de pronto, al otro lado, hay otro k brón que le dice, “No pase”.
Un Wyatt Earp te dice: “Bienvenido, César ¡vamos a celebrarte! Tu ejército aquí puede acampar.”
Otro hombre, invulnerable a cualquier otro, temido de oriente a Roma, pues por donde pasaba, no crecía más la yerba: Atila, el Grande. Llegó a Roma, Ciudad ya Eterna que se le entregó como doncella estupefacta.
Atila cruzó el Rubicón sin sus ejércitos, comía en su mano todo el Imperio. Dominaba incluso mucho más allá.
Él no tuvo la SUERTE DEL CÉSAR ANTE EL RUBICÓN, pues del otro lado le esperaba su amante, olvidada enemiga que con un fierro entre las costillas, se encargó que Atila no despertara más -y sin la espada en la mano, para que en el más allá, siguiera eternamente siendo asesinado desarmado.