Por Aurelio Contreras Moreno
Parte de la personalidad autoritaria que distingue al presidente Andrés Manuel López Obrador y que marca en buena medida sus decisiones tiene que ver con sus creencias religiosas.
Hay que tener presente que López Obrador es originario del estado de Tabasco, donde existe una larga tradición evangélica gracias a que, durante la década de los 30 del siglo pasado un gobernador-cacique, Tomás Garrido Canabal, prohibió la religión y particularmente el catolicismo, lo que propició luego la instalación de diversas iglesias protestantes.
La visión de muchas de esas confesiones religiosas es que su fe los hace salvos y, de alguna manera, “superiores” moralmente sobre quienes no comparten sus estrictas reglas morales, característica que se puede apreciar con bastante claridad en los usos del movimiento lopezobradorista, que se arroga para sí la exclusividad de la virtud de la honestidad, aunque sus hechos dejen mucho qué desear en infinidad de ocasiones.
Aun cuando López Obrador no es claro sobre sus creencias religiosas personales, quienes lo conocieron en sus años de activismo político en Tabasco refieren que profesa la fe cristiana-evangélica, aunque en la campaña por la Presidencia de la República de 2006 declaró ser católico. Pragmático al fin, aunque uno de los mandamientos de todas las iglesias cristianas y de su propio movimiento sea, precisamente, “no mentirás”.
Las convicciones y creencias religiosas del Presidente de México no tendrían por qué ser motivo de debate público, a menos que se mezclen con su ejercicio como gobernante o con las decisiones de su administración. Baste recordar las críticas que recibió Vicente Fox cuando tras su toma de protesta como mandatario en diciembre de 2000, recibió un crucifijo de parte de una de sus hijas en un acto multitudinario en el Auditorio Nacional.
En su última y definitiva campaña por la Presidencia, López Obrador pactó una alianza con el Partido Encuentro Social, instituto político que se creó a partir de la unión de grupos evangélicos del norte del país y cuya agenda es ultraconservadora y completamente alejada de los valores y principios de la izquierda que dice representar Morena.
Ya como presidente, ha dado visos de su propio conservadurismo, tanto ideológico como político, entre otras cosas abriendo la puerta para que esos grupos evangélicos puedan acceder a señales de radio y televisión en las cuales difundir su doctrina, siendo facultad exclusiva del Estado –que ahora encabeza López Obrador- la entrega de las concesiones respectivas.
Sin embargo, lo que llegó a extremos francamente patéticos fue la reciente “renta” del palacio de Bellas Artes, el máximo recinto cultural de nuestro país, para un evento “artístico” en homenaje al líder de la Iglesia de la Luz del Mundo, el “apóstol” Naasón Joaquín García.
Tras informarse en los medios del uso indebido de un recinto propiedad del gobierno para un acto religioso, la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura negaron que el evento celebrado este miércoles 15 de mayo tuviera connotaciones religiosas, justificándose en que lo único que se llevó a cabo fue la presentación de la ópera “El guardián del espejo”. Incluso, afirmaron que nada sabían sobre la intención de homenajear al líder religioso.
Eso es falso. Los espectaculares colocados afuera del propio palacio de Bellas Artes que invitaban a la presentación musical indicaban claramente que se trataba de un homenaje a Naasón Joaquín. Incluso, hay notas de prensa, como la del Occidental de Guadalajara, que dos días antes dieron cuenta que el evento tenía como objetivo reconocer la “labor social” del “apóstol” quien, por si fuera poco, es el fundador de la “Asociación de Profesionistas y Empresarios”, organismo a cuyo nombre fue rentado el espacio.
Además, en las imágenes y videos que circulan de ese espectáculo –al que acudieron “personalidades” de la “cuarta transformación” como el presidente del Senado, Martí Batres, y el presidente de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, Sergio Mayer- se aprecia que fue en todo sentido un evento de corte religioso para la comunidad de la Luz del Mundo.
La laicidad del Estado mexicano se fue por la cañería gracias a un gobierno que se dice juarista. Bienvenidos a la “teocracia” de la 4T.
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