Juan Luis Parra
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Antes de arrancar con la columna, va una disculpa sincera. No había podido publicar porque el que escribe, además de columnista, es también el diseñador y programador de este sitio. Sí, así como lo leen. Estuve metido a jornada completa y sin vacaciones en la nueva versión de SonoraPresente. Y apenas la terminamos, seguimos subiendo las novedades en estos días. Si notan algo raro, incómodo o simplemente tienen comentarios sobre el sitio, me los pueden mandar directo a juanluis@sonorapresente.com. No hay bot, ni buzón automático: soy yo el que lee.
Ahora sí, vamos al tema.
Desde Washington se estaría cocinando algo serio: la Casa Blanca está preparando un memorándum presidencial para bloquear las remesas enviadas por migrantes indocumentados fuera de Estados Unidos.
Sí, las remesas. Ese dinero que sostiene a medio México y a la otra mitad la hace creer que todavía hay futuro.
Aunque muchos analistas y usuarios juraban que Trump no llegaría tan lejos, el 25 de abril el propio expresidente (y posible futuro presidente) confirmó en Truth Social que está puliendo los últimos detalles del memorándum.
O sea, no es rumor: lo dijo él mismo, en su red social, con todo y documento.
El golpe sería brutal, especialmente para países como México y los del Triángulo Norte.
La advertencia de los expertos como Gabriela Siller es clara: si se concreta la medida, México perdería hasta el 30% de las remesas.
Eso equivale a quitarle de un jalón una de las pocas fuentes constantes de ingresos que tiene este país.
Las remesas representan 3.5% del PIB nacional y 5.1% del consumo. Su reducción pegaría con fuerza en el crecimiento económico: una caída de 1.05 puntos porcentuales del PIB.
En otras palabras, nos empujan al barranco y nosotros ya traíamos los frenos rotos.
Interesante plantearnos, ¿con qué vamos a resistir ese golpe? ¿Con obra pública? ¿Con inversión productiva? No hay.
El gobierno de Claudia Sheinbaum no tiene ni con qué pagar las pensiones de los adultos mayores a tiempo.
La deuda pública creció 1.1 billones de pesos en solo seis meses, el SAT anda tronándose los dedos porque no puede hacer devoluciones, y el IMSS, ese gigante adolorido, reportó la pérdida de 47 mil empleos sólo en abril.
¿Y la CFE? Pues en números rojos también: 16.1 mil millones de pesos perdidos en el primer trimestre. Eso sin contar que la industria automotriz, una de las pocas que todavía da el gatazo, también está bajo amenaza.
Sonora, Puebla, Guanajuato… estados enteros que viven alrededor de la maquila automotriz podrían quedar en el limbo si Trump decide subir la presión o si empresas como Ford deciden, reubicar operaciones.
Pero no se preocupen, que en Palacio Nacional todo está bien. La narrativa es optimista, casi mágica. “Vamos bien”, repiten como mantra.
¿La recesión? No existe. ¿El desempleo? Es culpa de los fifís. ¿La falta de inversión? Se compensa con soberanía.
La firma suiza UBS, por su parte, nos quiere dar un poco de calma. En su reporte del mes pasado dice que sí, México entrará en recesión, pero que no será una crisis.
Una especie de “vas a sangrar, pero no te vas a morir”.
Según ellos, tenemos fundamentos macroeconómicos sólidos, deuda manejable y un tipo de cambio relativamente estable.
Hasta nos presume la línea de crédito con el FMI.
El problema no es si estamos en crisis o en recesión. El problema es que no tenemos margen de error. Dependemos de factores externos, no controlamos la economía y encima nuestros propios líderes viven en modo negación.
Si el golpe de Trump se concreta, nos va a doler. Y si no hay quien lo amortigüe, nos va a tirar.
Por lo pronto, a seguir chambeando.