Juan Luis Parra
La “guerra” contra las drogas no combate al narco. Lo nutre. Lo engorda. Lo vuelve Estado paralelo.
México empezó a criminalizar las drogas en serio hace más de un siglo: en 1920 se prohibió cannabis y otras sustancias “que degeneran la raza”. Ciencia poca; moralina, mucha.
Desde ahí, palo y cárcel como política pública.
Hubo un amago de lucidez en 1940: el Reglamento Federal de Toxicomanías de Cárdenas apostó por atención médica y control estatal. Duró meses. Presión externa, tijera interna, y vuelta al castigo. ¿Resultado? Mercado negro intacto y usuarios escondidos.
La línea dura no trajo paz. Trajo negocios. Prohibir crea monopolios, esos atraen a criminales. Los precios suben, la calidad baja, la violencia escala. Mientras tanto, el Estado persigue bolsitas y deja impunes homicidios.
Se han dado pasos a trompicones. En 2009 se despenalizaron cantidades mínimas para consumo personal, y en 2021 la Corte tiró la prohibición absoluta del consumo lúdico de cannabis.
Legislamos a medias; regulamos a cuentagotas; el mercado ilegal, feliz.
¿Regular en lugar de criminalizar? Sí, porque el daño cae cuando la política se mueve del garrote al sistema de salud. Portugal no se volvió Sodoma: al decriminalizar en 2001 redujo drásticamente VIH por inyección y muertes por sobredosis.
No es magia. Es salud pública no improvisada, con presupuesto.
¿Y el cannabis? Uruguay reguló toda la cadena con control estatal. No es perfecta, pero sacó al dealer de la ecuación y puso reglas: registro, trazabilidad, prevención. Estado presente donde antes sólo había bota o bala.
Regular no es “aplaudir” el consumo; es quitarle al narco su vaca lechera.
Reglas claras, licencias, impuestos, etiquetado, control de potencia, venta restringida por edad, campañas de reducción de riesgos, tratamiento accesible. ¿Suena muy institucional? Lo es. Y eso es precisamente lo que más teme el crimen: un mercado regulado, trazable y legal.
¿Hay riesgos? Claro. Canadá muestra que, si se abre el grifo sin freno en presentaciones atractivas, sube el uso en adolescentes y visitas a urgencias en mayores. Regulación sin dientes es invitación al desorden. La clave es diseño fino: publicidad limitada, envases neutros, puntos de venta acotados y fiscalización seria. Como es ahora el tabaco, al que no dejan de subirle los impuestos.
Regular con cabeza, medir con datos y tratar al adicto como paciente, no como botín.
Criminalizar en un país lleno de usuarios sólo hace millonarios a los de siempre. ¿A quién le sirve eso? Ya lo sabemos.