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La venganza

Redacción Por Redacción
25 febrero, 2017
en Antonio Balam
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CUENTO

Anger ya llevaba mucho tiempo concibiendo la idea en su mente muy humillada. Y aunque ya había transcurrido mucho tiempo desde que todo aquello sucedió, su sentimiento de venganza seguía muy latente. Éste siempre se le encendía, como si de un foco se tratase, cada vez que se volvía a encontrar en su camino a la persona de la que no había podido olvidar sus burlas.

La vergüenza y algo parecido a la suciedad invadían todo su ser, al grado de que le hacían sentir un temor de que las demás personas adivinasen sus recuerdos tormentosos. Un día, cuando la ira también lo invadió, se decidió a hacerlo: vengarse.

Poco a poquito fue maquinando su plan. En su mente fue dando los pasos, como si de pasos de un pie humano se tratase. Primero así, y luego así. No; mejor así, y luego así. Quería estar completamente seguro de cómo caminaría. Y aunque había un porcentaje muy alto de que todo le saliese mal, al menos lo intentaría. Correría el riesgo de todas maneras.

Ir a su búsqueda no le había costado nada. Todo lo que tuvo que hacer fue ir adonde él estudiaba. Lo mejor de todo -pensó- es que iba a ser presenciado por toda la escuela. Todo su plan ya estaba listo. ¡Se vengaría! El día había llegado.

“Siento mucho lo que te voy a hacer, porque tú no te tienes las culpa de nada, tú no,  pero tu padre sí” -Anger pensó, mientras se alistaba para lanzarse hacia su cometido-. “Así que no me queda más opción que cobrármelas contigo”.

El joven terminó de alistar sus cosas, y luego revisó que todo estuviese en su lugar.

-¡Perfecto! -exclamó, cuando vio que no le hacía falta nada. Y se fue.

Caminó por toda esa calle sin dejar de balancear la bolsa de nailon que tenía agarrado. Estaba muy contento, algo inusual en él.

“Los pájaros vuelan libres, sus alas no tienen límites”, reflexionó. Luego se dijo:

-¡Yo también seré libre! Antes o después de las seis, mis alas ya habrán alcanzado su libertad sin límites.

El joven llegó a la puerta de la escuela y se adentró en ella. Esperaría el momento indicado para abordar a su presa. Mientras tanto se dedicaría a lo mismo de todos los días, a estar en su trabajo de bibliotecario en esta escuela.

Cuando estuvo en su área de trabajo, lo primero que hizo fue ir a buscar un libro. Llegó a la repisa donde se encontraba, y lo tomó.
Era un volumen de cuentos escogidos. Lo abrió y rapidamente buscó uno de sus favoritos: “El tonel de amontillado.”
Sentado sobre la silla de su escritorio, donde todos los alumnos de esa escuela iban a pedirle libros para sus clases, Anger empezó a leer este cuento que ya casi se sabía de memoria. ¡Cómo le fascinaban las primeras líneas!, en donde el autor narraba el caso de Fortunato.

-¡Sí! -soltó el joven-. ¡Sólo yo sé lo que tu adversario ha sentido! Y yo, al igual que él, esta tarde he decidido cobrármelas todas…

Anger terminó de leer el cuento, luego cerró el libro y apoyó su espalda contra el respaldo de su silla. Para sentirse todavía más cómodo, se colocó sus manos detrás de su cabeza. Empezó a imaginarse la escena final. Se vio libre y victorioso. Después de meditarlo todo cayó en la cuenta de que seguramente así lo conducirían hasta la cárcel, con las manos sobre su nuca. Pero esto a él no le importaba; ir a la cárcel era lo de menos. Todo lo que él quería era lavar la vergüenza y el repudio que sentía de sí mismo.

El tiempo pasó y el timbre del recreo sonó. Los pasillos se llenaron de cuerpos. Anger se puso de pie y buscó su bolsa. La agarró y salió de la biblioteca. Haló la puerta y ésta se cerró. También él necesitaba respirar aire del exterior.

La tarde era ventosa, por lo tanto era más agradable que otras veces, cuando el calor y la falta de aire hacía que el joven se desesperara. Caminó entre los estudiantes, como si nada. Luego se dirigió a la tienda y se compró un refresco. Desde que salió de la biblioteca, no había dejado de buscar con la mirada  a su objetivo. Y aunque hasta ahora no lo había encontrado, no le importaba.
Porque sabía que tarde o temprano él terminaría por postrarse ante sus ojos. Y así sucedió.

Anger estaba sentado en un lugar apartado de la cancha escolar, desde donde podía ver el ir y venir de los estudiantes. Tomaba su refresco dándole sorbos a la botella, como en cámara lenta. Sus movimientos y su mirada también eran así.

El descanso estaba por terminar y Anger no había visto a su objeto de venganza, pero esto tampoco lo inquietó, sino que todo lo contrario. Porque sabía que todo seguía siendo una cuestión de espera. Y justo cuando faltaban cinco minutos para que el timbre sonara de nuevo, la raíz de su enemigo hizo acto de presencia.

Anger lo siguió con su mirada, hasta que lo vio detenerse justo en medio de la cancha. “¡Vaya! -enseguida pensó-, creo que hoy es mi día de suerte. El borrego acude directamente hacia la boca del lobo”. La raíz del enemigo se puso a platicar con otro estudiante.
Anger empezó a contar mentalmente los segundos. Parecía no estar seguro de hacer lo que había planeado. Entonces, para avivar la llama de su deseo de venganza, se le ocurrió volver a recordar todas las veces en que el padre de este niño se había burlado de él, en su propia cara. Y aunque todos los recuerdos seguían muy vivos en su mente, esta vez el dolor de estos  no le habían hecho sentir ganas de llorar, como antes. No le habían estrujado el corazón. Ahora estos le hacían sentir algo completamente distinto. Entonces se volvió a llenar de ira, y antes de que ésta se le pasara se levantó.

Anger caminó directamente hacia el hijo de su agresor. El objeto de su venganza no lo vio acercarse. Cuando llegó hasta él, lo único que hizo fue meter su mano dentro de la bolsa de nailon que todo el tiempo había llevado agarrado. Cuando ésta volvió a asomarse afuera, sujetaba un cuchillo muy grandre. Anger levantó su brazó, luego la dirigió justamente sobre el cuello del niño. Todo sucedió en  un movimiento muy rápido.  Le había enterrado el cuchillo casi por completo. La sangre se le empezó a escapár por chorros a aquel cuerpo. El objeto filoso y puntiagudo había sido clavado justo sobre la vena que irriga sangre al cerebro y demás puntos del cuerpo.
El niño cayó sobre el piso de cemento, completamente inerte. Estaba muerto.

Anger fue llevado a la cárcel… y entre las cuatro paredes de su asquerosa celda, sus alas por fin  encontraron la libertad absoluta.
FIN.
ANTHONY SMART
Febrero/17/2017

Etiquetas: columna
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