Vanessa Hernández (Capote)
¿Puede una mujer estar lo suficientemente hastiada de su propia vida como para inventarse una enfermedad terminal? No lo sé, pero lo que sí sé es que esta parece ser la pregunta que se hace Fabiola Sánchez Palacios en su más reciente novela La verdadera historia de La Mujer Lagarto (Nitro Press, 2023).
Si por algo recuerdo los dos miles, es por la cantidad de programas dedicados a detallar el “detrás de cámaras” de clásicos como Dynasty, The Nanny, ALF o, más recientemente, Friends o Seinfeld; programas gringos que retrataron, con bastante éxito y en base a un sinfín de anécdotas, el ideario americano de la sociedad media-alta y alta.
En México tuvimos su equivalente de la mano de la periodista Atala Sarmiento, con el programa titulado La historia detrás del mito (Televisión Azteca, 2008), que lo mismo daba santo y seña de figuras del espectáculo como Pedro Infante o Elsa Aguirre, hasta ídolos de los 80 o películas exitosas, quizá una de las más emblemáticas del cine mexicano contemporáneo: Como agua para chocolate, basada en la novela homónima de Laura Esquivel.
Cabe decirlo: aquel periodismo, que indagaba a ratos con ligero morbo, era encantador porque navegaba en el mar de la memoria que las televisoras—sólo dos en aquel entonces—inundaban con su reducida oferta las mentes de las y los mexicanos.
Los conocidos Behind the Scenes desglosaban los vericuetos de los protagonistas de aquellas soap operas, así como de la audiencia a la que iban destinados y, por supuesto, de los escritores detrás de aquellas metrallas de chistes y diálogos que intentaban, a veces sin mucho éxito, criticar el momento actual en que se llevaban a cabo esas mismas historias.
Siempre me pregunté, escritora al fin, cómo eran las vidas de los guionistas detrás de Seinfeld. ¿Eran realmente tan neuróticos como los cuatro personajes principales que exponían ante la mínima situación toda su neurosis?
La respuesta, claro, ahora la sé. Sí, son tan maniáticos como encantadores, y eso es parte de por qué nos gustaba tanto verlos o, mejor dicho, por qué nos gustaría, si se pudiera, indagar en los botes de basura personales de nuestros escritores favoritos y así saber no sólo qué comen o beben, sino qué consumen para saciar sus tantas otras necesidades fisiológicas.
Por todo lo anterior, y porque Fabiola Sánchez Palacios es una escritora que conozco de antes debido a otra novela llamada El reposo de la sombra (Nitro Press, 2018), cuya prosa deja un resquicio delicioso de polvo en la lengua, me lancé con cierta desesperación sobre La verdadera historia de La Mujer Lagarto.
La novela, como cité párrafos arriba, parte de una premisa que, si suena a tragicomedia, no es sin razón: la autora, además de su formación literaria, cuenta con antecedentes en el teatro cabaret, ni más ni menos.
Una vez entendido este punto—necesario para saborear una historia que no se toma en serio a sí misma, pero que al mismo tiempo sí se toma en serio—, el lector podrá ir de línea en línea disfrutando la travesía de una mujer, escritora de telenovelas de la televisora más importante del país, que un día, harta de su vida, decide literalmente escribir su fin inventándose un cáncer fulminante.
Uno se pregunta, mientras lee, las razones que llevan a esta mujer a fingir una enfermedad terminal: ¿cómo es posible no encontrar otra salida menos cruel a sus problemas? Tan pronto como uno sigue leyendo, descubre que no sólo son los amantes fallidos, los hijos desagradecidos o las promesas que no terminan por cumplirse lo que lleva a la protagonista de La verdadera historia a renunciar a su vida.
Es, además, ese afán de escritora de gobernarlo todo desde el púlpito que su propia pluma le ofrece.
Las primeras horas, por ejemplo, la protagonista escribe un largo dictado de lo que serán sus últimas voluntades, donde lo que destaca —casi como si estuviera subrayado con marcador—es un “NO ME CREMEN, ESTÚPIDOS”.
Estamos ante un Behind the Scenes de la escritora más importante de su generación que, mientras le llena los bolsillos de dinero con sus historias a la televisora más poderosa del país, ve caer su vida en pedazos. No sin reírse.
Ya no se sabe si se ríe porque la locura al fin se ha llevado su mente o porque reírse es una respuesta automática a las circunstancias trágicas que merodean sus huellas. Digo, por algo existen los memes.
La verdadera historia de La Mujer Lagarto es una sátira sobre las plumas que escribieron las historias que homogeneizaron la televisión mexicana, o que lo hicieron hace veinte años, cuando todavía las familias se sentaban gustosas en torno al televisor y se dejaban sorprender por tramas de simple resolución, donde los estereotipos encajaban con todos sin ofender conciencias.
Años después, nos horrorizaría saber cuántos modos de comportamiento afectaron aquellas tramas donde la protagonista femenina se dejaba hacer de todo sin que en su desarrollo hubiera un solo arco de transformación.
Salvo, claro, honrosas excepciones: véase el caso de María, personaje de Victoria Ruffo en la telenovela Simplemente María, quien pasa de ser una mujer violentada por los villanos a su alrededor a una mujer empoderada que construye su propio emporio de moda; o aquella heroína de cabecera, Leticia Calderón, cuyos personajes siempre parecían dibujados con características que rozaban los linderos de la masculinidad. Todo un escándalo para las conciencias de los neones años ochenta.
Sánchez Palacios escribe—como ya lo había anticipado desde que leí El reposo de la sombra (Nitro Press, 2018)—desde la jocosidad, desde el humor siempre tan necesario. Una historia que lo mismo critica que se critica a sí misma y que, mientras lo hace, me lleva a recordar al escritor, periodista y autor de telenovelas como Nada personal o Demasiado corazón, ambas producidas por Televisión Azteca en la que posiblemente sea su mejor etapa telenovelera: el venezolano Alberto Barrera Tyszka.
Él dijo algo que todavía, al día de hoy, me persigue:
“Que la telenovela diga lo que la justicia no dice.”
Y esa, me queda claro, es la intención de Fabiola Sánchez Palacios con la protagonista de La verdadera historia de La Mujer Lagarto: escribir, tal cual, en un estilo telenovelesco y con total alevosía y ventaja, los pasos finales de una vida que fue siempre guiada por las huellas de todos, menos las suyas. ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]