De Octavio Raziel
Judas
Una semana antes de la celebración de la Pascua, Jesús dice a Judas: “Tú superarás a todos ellos. Tú sacrificarás al hombre que me cubre”. El apóstol no lo traicionó, “sino que sólo hizo lo que le pidió”.
En el Evangelio según Judas se demuestra que, al entregar a Jesús a la muerte, sólo facilitó su salida del cuerpo y la liberación de la divinidad que llevaba dentro.
El manuscrito, de 26 folios, que data del s III o IV contendría la única copia del Evangelio según Judas, el apóstol que entregó a Jesucristo a los romanos fue hallado en Beni Masar, Egipto y adquirido por la fundación Mecenas de Arte Antiguo de Basilea (Suiza) y en él el apóstol se retrata como uno de los predilectos de Cristo y explica su traición como la culminación de un plan divino destinado a provocar la crucifixión y dar origen así a una nueva filosofía. En pocas palabras, traicionó a su maestro siguiendo sus propias órdenes.
Dado a conocer por la revista National Geographic, el documento está considerado como uno de los tres textos antiguos más importantes en un siglo, junto con los manuscritos del Mar Muerto y los de Nag Hammadi (Egipto). Se conocía de la existencia del Evangelio de Judas por una referencia hecha por el obispo Irineo de Lyon en el año 180, en su tratado Contra la herejía, pero hasta ahora nadie sabía a qué hacía mención.
Jesús pidió cosas en privado a dos de sus discípulos, según el Nuevo Testamento, y la pregunta que se hacen los expertos es si su entrega a las autoridades judías por parte de Judas no sería una tercera.
Compañeros de Jesús en su aventura por la Tierra fueron los apóstoles, una caterva lastimosa de perdedores. María comenta que “su hijo se reunía con esos inadaptados, aunque él, pese a todo, no lo era” (El testamento de María/Toibin) De esos acompañantes sólo se salvaban María Magdalena, La Magdala, la apóstola de los apóstoles, princesa de la casa de Benjamín, desposada en Canná con el betlemita que narra de manera pura y perfecta su vida matrimonial con Jesús (El Evangelio de María Magdalena/ Gerald Messadié) y Judas, quizás el único apóstol no analfabeto, ni oriundo de la rural Galilea, sino de la rica Judea (Mi nombre fue Judas/ Amos Oz).
En la reciente aparición de la novela-biografía de Iscariote: “Mi nombre fue Judas”, Amos Oz, sostiene, apoyado también en los textos evangélicos, que Judas no sólo no traicionó al Maestro, sino que trató de que se convirtiera en el gran triunfador tanto entre los desarrapados de las aldeas de Galilea como en Jerusalén, entre intelectuales y poderosos.
La historia de Judas traidor que entrega a Jesús por unas monedas habría sido creada por alguno de los evangelistas posteriores. ¿Por qué entonces Judas se ahorca después de haber visto a Jesús expirar en la cruz? Judas, cuyos ojos horrorizados veían cómo el sentido y el objetivo de su vida se deshacía, comprendió que con sus propias manos había causado la muerte del hombre que amaba y admiraba, se fue de allí y se ahorcó”, escribe Oz. Y añade: “Así murió el primer cristiano. El último cristiano. El único cristiano”. Judas no necesitaba entregar a Jesús porque Él nunca se había escondido, hablaba siempre en público y era conocido por todos. Además, 30 monedas de plata no eran nada para él, poseedor de bienes y fincas. Era el precio de la venta de un esclavo.
Jesús no quería fundar una Iglesia sino purificar el judaísmo de su visión estrecha y de los compromisos entre el Templo y el poder temporal.
Un libro destinado no sólo a ser saboreado como una joya literaria a las que nos tiene acostumbrados el gran escritor israelí sino también a despertar, tanto curiosidad como polémica en las dos mayores religiones monoteístas.
Hubo también el libro Las Memorias de Judas, una novela histórica del periodista y escritor italiano Ferdinando Petruccelli della Gattina, publicada por primera vez en Francia por A. Lacroix, Verboeckhoven & Cie. en 1867. La primera traducción al español que se conoce fue realizada en 1891 por M. Navarro Viola.
Para Jorge Luis Borges, en “Tres versiones de Judas”, “el Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús”.