Mauricio Carrera
“Yo hago todo, él sólo pinta”, se dice que dijo Olga Flores, esposa, promotora, publirrelacionista de quien fue su marido, Rufino Tamayo. Pianista, ostentaba un eterno chongo que aspiraba a las alturas del cielo. Ella le ponía precio a las pinturas de su marido. Fue su marchand d’art, además de su celosa guardiana.
Hizo desaparecer toda huella, toda mención de María Izquierdo, quien sostuvo amores e intereses creativos con Tamayo.
El pintor quería y admiraba a María Izquierdo, pero para ser quien debía ser necesitaba una mujer comerciante, que lo representara.
María Izquierdo, “gran pintora de México”, como la llamó Neruda, ganó renombre por sí misma, pero también la animadversión de importantes pintores, quienes la despreciaron por ser mujer.
Los tres grandes la minimizaron cuando se le ofreció convertirse en muralista.
Ella, en solitario, continuó pintando. Fue una mujer que defendió su derecho a ser ella misma en un mundo dominado por hombres. Fue, para la posteridad, María Izquierdo. Olga Flores, en cambio, adoptó el apellido de su marido. Sólo como Olga Tamayo encontró justificación y sentido a su vida.