Javier Peñalosa Castro
Cuando parece que no puede ser peor el grado de estupidez, improvisación y cinismo que caracterizan a Enrique Peña Nieto y su camarilla de incondicionales, no dejan de sorprendernos con nuevos deplantes.
Tal fue, pór supuesto, el caso de la visita , a la que se confirió la importancia de asunto de Estado, del palurdo Donald Trump (¡a invitación del desgobierno de Peña Nieto!), la víspera del iunforme presidencial, sin que muchos atinemos a explicarnos –para bien o para mal– cuál fue el propósito de este encuentro, que tantas censuras y befas ha acarreado al presidente con la peor imagen en casi un siglo –ni Fox en sus peores momentos alcanzó tal descrédito–.
El consejo de recibir a Trump, de acuerdo con su insolente exigencia, el día y a la hora que éste dispuso, parece provenir no del “selecto” grupo de asesores de Peña, sino precisamente de su peor enemigo.
No se explica uno cómo la secretaria de Relaciones Exteriores , hija de José Francisco Ruiz Masieu y de Adriana Salinas de Gortari, y sobrina de Carlos y Raúl Salinas de Gortari, pudo haber no ya sugerido, sino aceptado la visita deel impresentable fantoche que busca la Presidencia de Estados Unidos y que –por más que nos pese– tiene posibilidades de ser electo para el cargo sin que alguien le llamara la atención sobre la trascendencia de tal desatino.
De gran orgullo a enorme vergüenza
Aun en las épocas más negras de los gobiernos priistas, cuando pocas buenas noticias había en materia de seguridad, justicia, situación socioeconómica, desasrrollo de infraestructura y otros rubros, quedaba el orgullo de la política internacional, ganado a pulso por un grupo de profesionales que se ganaron un lugar en el ámbito internacional en instituciones como la Organización de las Naciones Unidas y los organismos internacionales más reputados. Una política que convirtió a México en sinónimo de respeto a la autodeterminación de los pueblos, de garante del derecho de asilo y la defensa de los derechos humanos, entre otras causas de la mayor altura.
Sin duda, los hombres y mujeres que forjaron la reputación y el prestigio de nuestro país en este ámbito se avergonzarían con los deesfiguros de la botrarga en que se ha convertido quien debería ser nuestro Presidente.
¿Qué tan grave estrará la cosa que se evocan con simpatía episodios como el de “comes y te vas” de Vicente Fox al mismísimo Fidel Castro? Aquellas eran, por lo menos, escenas de humorismo involuntario, de ópera bufa, en tranto que hoy los episodios marcados por el ridículo por parte de Peña y sus corifeos en asuntos como la relación con Trump más bien rayan en la tragedia.
Millones de mexicanos nos preguntamos lo que dicta el más elemental sentido común: ¿Cuál era la intención –y la prisa– por recibir, con trato de jefe de Estado, a una persona que no se ha cansado de denigrar a México y a los mexicanos?
Diplomáticos con profunda dignidad, como el Nobel Alfonso García Robles, Jorge Castañeda de la Rosa, Manuel Tello y Adolfo Aguilar Zínzer, entre muchos otros, dieron lustre a la política exterior de México y protagonizaron episodios memorables, como la negativa a expulsar a Cuba de la OEA o a la imposición dee sanciones económicas a ese país, la condena a los regímenes dictatoriales, la política de asilo y, más recdientemente, la oposición a dar el aval de la ONU a la invasión estadounidense de Irak.
Estos y otros momentos memorables contrastan dolorosamente con la actitud entreguista, la disposición a complacer aun en el capricho a personajes impresentables como Trump y pretender, muy al estilo de ese político de pacotilla, “sellar” la fontera sur para “evitar la migración ilegal”.
Vocero, para traducir discurso e intenciones
Al más puro estilo Fox, Peña recurre –cada vez con mayor frecuencia– a un vocero que le enmienda la plana, explica sus deslices, justifica sus desatinos y aun sus trapacerías, como los “fusiles” en su tesis de licenciatura (explicados como un mero asunto de “estilo”) y los movimientos sospechosos en el ámbito de su patrimonio y el de su esposa, pero nada de ello resulta suficiente para explicar el “problema de estilo” –o como quiera llamársele para justificarlo– que representa la invitación a Trump y la disposición a ponerse como tapete de este siniestro personaje que reúne los peores defectos: altanero, inculto, racista, bravucón y necio.
Vergonzoso “cuestionamiento” a modo tras el informe
Por otra parte, tal como se esperaba, la sesión de preguntas y respuestas en torno al Cuarto informe de desgobierno de Enrique Peña Nieto resultó un burdo montaje en el que los asistentes, tras alabar los “logros” del peñismo plantearron pretendidos cuestionamientos para buscar el lucimiento del jefe del Ejecutivo, que respondió de acuerdo con el guión que se le preparó para la ocasión.
Una sola pregunta permanece en el ambiente: ¿Hasta cuándo los mexicanos seguiremos tolerando a este hatajo de ineptos que, lejos de procurar el avance del País , constituyen un lastre insostenible?