Luis Alberto García / Moscú
*El Kremlin utilizó la Copa del Mundo para mejorar su imagen internacional.
*El Campeonato Mundial de 2018 costó a Rusia 19 mil millones de dólares.
*Gran nación, capaz de organizar eventos a escala internacional.
*El mandatario ruso prefiere el hockey y el judo, sus deportes favoritos.
*Disidentes y opositores políticos como “Pussy Riot”, fuera del torneo.
*Suavizar la reputación del hombre de hierro.
Semanas después de la filmación de un video promocional de la Copa FIFA / Rusia 2018, Vladimir Putin y Gianni Infantino se reunieron en Sochi, en la costa rusa del Mar Negro, para inspeccionar el estadio Fisht, remodelado para el torneo escenificado del 14 de junio al 15 de julio de ese año en once ciudades de la enorme nación euroasiática.
Ese acto mediático encendió la luz verde, todo fue aprobado en nombre de la Federación Internacional de Futbol (FIFA) y, así, se hizo oficial lo que antes era un cálculo numérico: el gobierno de Moscú había gastado 19 mil millones de dólares en un evento que buscó posicionar a Rusia, lográndolo sobradamente.
Por supuesto que el recién reelecto presidente Vladimir Putin también se convertía en ejemplo de lo que debía hacerse para lograr una imagen envidiable ante el planeta, luego de mostrar que, a casi noventa años de su puesta en marcha en 1930, ese iba a ser el Campeonato Mundial de futbol más costoso de la historia.
Este enorme gasto no se debió a que Putin fuera un gran aficionado al futbol, ya que prefiere el hockey sobre el hielo y las artes marciales japonesas por encima de él, sin que el balompié le interesara mayormente, aunque fue una realidad que esperaba utilizar la Copa del Mundo de 2018 para mejorar la imagen internacional de Rusia.
Documentos elaborados por el Círculo Latinoamericano de Estudios Internacionales (CLAEI), grupo académico de propuesta y reflexión con sede en la Ciudad de México, establecieron que “esa era una tarea difícil, especialmente cuando el Kremlin había sido acusado de cometer crímenes de guerra en Siria y Ucrania, de envenenar a espías en Inglaterra, y de intervenir en las elecciones de Estados Unidos y otros países occidentales”.
Sin embargo, Putin no pudo haber elegido una mejor plataforma para difundir su mensaje, compartido por la humanidad: un torneo mundialista de futbol es, sin duda alguna, el evento deportivo más visto en todo el mundo.
“Putin quiso presentar a Rusia como un país fuerte, no solamente en el aspecto militar, sino como una gran nación capaz de organizar eventos de escala internacional”, afirmó Andrei Kolesnikov, analista político del Centro Carnegie, integrado por un grupo de analistas con sede en la capital de Rusia. “El Mundial de Futbol también fue un intento de suavizar su reputación de hombre de hierro”.
En el CLAEI están convencidos de que el Kremlin ha utilizado los grandes eventos deportivos internacionales –los Juegos Olímpicos de 1980 fueron un ejemplo- como propaganda desde hace mucho tiempo, y a ello se atribuye que, durante décadas, la Unión Soviética promoviera el éxito de sus atletas como prueba de la superioridad del sistema socialista.
Algunos de esos esfuerzos fueron benignos, pero otros fueron más siniestros: “Por ejemplo, justo antes de los JO de Moscú, las autoridades soviéticas detuvieron a algunos disidentes políticos y a opositores que consideraban “indeseables”, a quienes obligaron a salir de la ciudad mientras se desarrollaban los juegos.
Décadas después, Putin dio un giro a la propaganda de la era comunista cuando Rusia fue sede de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi en 2014, en los cuales el Kremlin invirtió miles de millones de dólares en ellos que, según organismos deportivos internacionales, están entre las Olimpiadas más caras de todos los tiempos.
Los políticos de la oposición arremetieron contra lo que, en su opinión, fue una enorme corrupción del Kremlin; pero Vladimir Putin los elogió como una muestra de la “nueva” Rusia que, tras una compleja fase, había surgido tras la caída de la Unión Soviética en 1991.
Desde 2014, el CLAEI destacó que el plan de su gobierno funcionó bien, dado que los atletas rusos encabezaron el medallero, los medios de comunicación del mundo elogiaron las ceremonias de apertura y clausura de los juegos y, a pesar de algunas notas negativas publicadas antes del evento, “Rusia disfrutó del brillo de una cobertura mediática positiva”.
El Servicio Federal de Seguridad (SFS) del país también celebró lo que, dijo, fue una operación conjunta con Estados Unidos y otros países occidentales para evitar ataques planeados por militantes islamistas: “Ni siquiera las acusaciones posteriores de un dopaje en masa patrocinado por el Kremlin lograron opacar los resultados, al menos en lo que concierne a la mayoría de los rusos”, reconoció un crítico del evento invernal.
Ahora, mientras los 632 mejores futbolistas del mundo y más de medio millón de turistas extranjeros se dirigían a Rusia para la Copa FIFA de 2018, Putin esperaba obtener un éxito similar. “Este era el sueño de muchas generaciones, y este momento está a punto de ocurrir”, dijo el 30 de mayo de ese año Arkady Dvorkovich, director del Comité Organizador del Campeonato Mundial.
“Los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi demostraron cómo podíamos recibir a los invitados, pero esta situación es mucho mayor a escala global, no obstante que eso conllevaba mayores riesgos y problemas, incluso ataques de militantes separatistas chechenos y de islamistas, y fue por eso que se hizo todo lo que pudo para asegurarnos de que nada saliera mal”, añadió Dvorkovich.
Los críticos de Putin esperaban que los reflectores del mundo se enfocaran en lo que ellos denominaron “extensos abusos a los derechos humanos”, y es que el Kremlin pareció preocupado por esos planes y, en un aparente intento de evitar manifestaciones frente a la prensa internacional, las autoridades rusas prohibieron las protestas en las once ciudades sede hasta el 25 de julio.
“La Copa del Mundo de futbol de 2018 fue una celebración del imperio eterno de los servicios de seguridad de Putin”, afirmó Maria Alyokhina, miembro de Pussy Riot, algunos de cuyos integrantes aparecieron protestando sobre la cancha del estadio Luzhnikí de Moscú el 15 de julio, cuando se disputaba la final del torneo entre Francia y Croacia.
“Las personas que vinieron a Rusia deberían darse cuenta de que estuvieron a un país en el que las personas son golpeadas en las protestas y en el que hay presos políticos”, resaltó María Alyokhina días después de la conclusión de la Copa FIFA de 2018, ganada por los franceses, quienes deberán refrendar sus victorias de Rusia en Qatar, en 2022.
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