Jorge Miguel Ramírez Pérez
Mucho más de los que se esperaban fueron los que marcharon en protesta contra Amlo. No solo en la Ciudad de México sino en otras ciudades del país, donde el común denominador fueron las inconformidades del estilo y fondo como se conduce el actual gobierno central.
A casi medio año de haberse inaugurado el régimen de la cuarta transformación, está surgiendo un tipo de oposición que no se vio en el periodo electoral del año pasado.
Porque aun cuando hubo presencia de algunos políticos del PRI y el PAN, no puede decirse que esos partidos hubieran tenido una participación destacada, que les evidenciara relevancia en la organización y en la convocatoria. De hecho me parece que si esas organizaciones hubieran sido las convocantes, no hubieran asistido ni la tercera parte de los que desfilaron.
El rechazo a las políticas anteriores no solo sigue vigente sino que se ha acrecentado.
Y es que gran parte del discurso de López Obrador contra la corrupción, es lo que ha contribuido para entender, que no hay un camino partidista opositor que conduzca al horizonte que resuelva las inconformidades.
Entre los que se manifestaron hubo quienes no coinciden hace tiempo, con los planteamientos del Presidente; pero se sumaron aparte de estos, los que se dijeron desencantados de lo que se tiene ahora, porque esperaban algo mejor.
Muchos de los que votaron en julio a favor de Amlo seguramente imaginaban cambios a su gusto. Sus expectativas han de haber sido muy variadas, y cuando suceden estas circunstancias, a la vez lo que impera, son ideas distantes de una política de realidades.
Muchos ciudadanos no sopesaron en los momentos electorales, que puede haber un abismo de la lectura de lo que se quiere, en correlación con la política de lo que se puede; y ahora no pueden retroceder el tiempo.
Porque Amlo no engañó a nadie.
Si algunos pensaron que una vez de Presidente, López Obrador, iba a impulsar algo distinto de lo que prometía, se equivocaron; porque desde la campaña fueron advertidos de muchos planes y procedimientos, que por su naturaleza, generarían, como lo hacen todas las decisiones para fomentar los cambios en el entorno social: incertidumbres, que lógicamente de una u otra manera, en el mejor de los casos forman un paquete de destrucciones creativas, tal como las concebía Schumpeter.
El asunto de las protestas sin embargo hace resaltar en el tema de la corrupción, la ausencia de castigo, para quienes López Obrador denuncia. Y eso, es una irrefutable manera de hacer ver una incongruencia mayor.
Porque independientemente de que se razone que se pierde tiempo y dinero, incluso para hacer pagar a los prevaricadores. La razón del Estado, de su existencia misma, es el ejercicio del poder de parte del grupo gobernante.
Legalmente no es una opción acabar con la impunidad, es una obligación indisoluble del gobierno. El nuevo contexto de acciones, no puede tener credibilidad si no hay justicia intensiva.
De hecho cuando un gobierno saliente es exculpado de los daños causados a los ciudadano por el gobierno entrante; el mal pervive. La corrupción es alentada como imbatible y hace cómplice a los que debían combatirla.
Por eso las inconformidades no pueden ser minimizadas. Entre ellas las de la corrupción del pasado, aunque no lo midan así; porque lo que se exige no es la aplicación de un criterio reputado de astucia, sino la irrestricta aplicación de la ley en tiempo y forma. Ese es el tronco conceptual, que puede convertirse en un ariete que derrumbe los compromisos y acuerdos, que si se sostienen, van a afectar al gobierno antes de lo que se piensa.