Luis Farías Mackey
Por supuesto que es un riesgo, que tienen razón quienes a ella se oponen y que sus contenidos son regresivos, autócratas y contrarios a la democracia y a la certeza e imparcialidad electorales.
¡Bueno, es una reforma de López Obrador! ¡Qué más se puede decir!
Impulsada contra viento y marea como misil para desvanecer sobre la tierra al INE y cualquier vestigio de una organización institucional encargada de la prevalencia de la democracia como sistema de vida y toma de decisiones colectivas.
El descaro, además, es impúdico y ofensivo.
Pero, aun así, por más absurdo que parezca, por más amenazante que sea, por más razón que asista a todos los que a la reforma electoral de López Obrador nos oponemos, no deja de ser otro circo de tres pistas para distraernos del derrumbe holístico de México.
Ruido, encono, rijosidad, desencuentro, descalificaciones; traidores por aquí, salvadores por allá; escándalos de corrupción salpimentando el champurrado de detritus y, si se descuidan, una reforma de muerte a la democracia. Difícil situación para quienes aún creemos en ella: hacerle el juego y engordarle su circo, o simplemente callar, pero exigir que por ningún motivo pase su reforma.
Pongamos que no pase. Vendrán entonces los desgarres de vestiduras y las acusaciones de traición a la patria de los opositores, en un adelanto exitoso de la campaña política del 24, sobre unos partidos de oposición extraviados en el laberinto de sus impotencias y pecados pasados y presentes. Lo más grave: aunque se sostengan INE y tribunal, el circo mediático se encargará de sembrar sobre ambos todas las cizañas posibles.
Todo el aparato del Estado orientado a mermar la confianza institucional electoral en México, como estrategia de gobierno y el mayor y más claro acto de campaña adelantada de que se tenga registro en el mundo entero.
Difícil disyuntiva. No hacerle el juego y correr el riesgo de que saque su reforma autoritaria y avance en la confusión de prostituir todo entendimiento y comunicación —baste ver la patraña de coordinadores de la defensa de la 4T y la carpa nacional de las corcholatas—, o hacérselo e impedirla al costo de llevarnos entre las patas de los elefantes, las cachetadas de los payasos y los vuelos de los trapecistas la confianza institucional de nuestro instrumental electoral.
López es sin duda un genio de la trampa, de la prestidigitación, de la comunicación Babel y de la destrucción, quisiera Dios que sus capacidades fuesen para construir, pero no. Es como el escorpión en la espalda de la rana a la mitad del río. Picará, aunque nada quedé al final. Éste es el sexenio de la entropía.