Acaba de dejarnos –hace apenas cuatro años– Pablo Lucas Verdú, constitucionalista, una de las mentes más lúcidas que ha producido el foro español. Adalid de los estudios hispanohablantes de derecho político. Todo un clásico.
Sus teorías giraron en torno del poder de cambio de la ley. En México las tesis del derecho político prendieron gratamente, en virtud de que por la Constitución las causas que reclama el interés público pueden aplicarse retroactivamente en beneficio del pueblo.
El maestro de la Complutense ha sido muchas veces mal interpretado por teóricos locales. Yo sí creo en el poder transformador del derecho, para eso está, por eso es una ciencia social. Pero no es mágico. Es una disciplina pragmática.
El derecho no es igual que la literatura o el arte plástico, productores de realidades virtuales que pueden cambiar de un plumazo o de un brochazo todo aquello que la naturaleza de las cosas ordena. El derecho norma sobre las condiciones objetivas e históricas de cada sociedad, jamás sobre fantasías . Lo demás son pamplinas.
El emblema del abogado, desde hace siglos, es el búho. No responde a un capricho de estudiantina. El búho representa para las filosofías políticas de todos los tiempos, aquella ave que emprende el vuelo al atardecer de las sociedades.
Proyecta sobre el colectivo sus alas. Quiere parecer, y así lo reseñó Hegel en su Fenomenología del Espíritu, un similar de la ley, que extiende su protección sobre conductas que ya se estilan, sobre el modo de vida, las costumbres, los usos del cuño corriente de un pueblo.
No puede ser de otra manera. Lo contrario en los extremos sería concederle a la ley poderes que no tiene, o condenarla al clásico de las cortes castellanas “obedézcase, pero no se cumpla” y resignarse a archivar para siempre su contenido, por más revolucionario que pueda ser.
Sería tanto como pensar que a través de un decreto pudiéramos recuperar las dos terceras partes del suelo que hemos erosionado o arruinado los mexicanos. Nos quedamos, como aquí lo comentamos con usted querido lector, con una extensión agrícola laborable ridícula.
Una superficie agrícola equivalente a unas cuantas veces el tamaño del Valle de México, pero en todo el país, lo que representa un dato alarmante, que por lo visto para nada preocupa a nuestras altas autoridades del agua, de Sagarpa o de la Semarnat. En unos cuantos años pasamos de 90 a 20 millones de hectáreas.
No podemos pensar que a través de la ley vamos a recuperar los suelos agrícolas perdidos, así como tampoco la virginidad. Ni vamos a poder lograr que la mitad de la población femenina se convierta en un activo político desatado y militante, porque la ley así lo haya ordenado.
Feminismo ¿por decreto?
Para poder cubrir las cuotas de género que la ley suprema indica, tendríamos que vivir en la legendaria Amazonia que relataban los clásicos griegos. Un lugar en donde las mujeres tenían el bastón del mando y eran más abocadas a esos quehaceres que cualquier hombre.
En los momentos que vive México, la condición femenina merece un trato decente y comedido, pero de ahí a pensar que por ley deben ocupar el 50% de las curules, los escaños y todos los puestos de mando, sería demasiado optimista.
Es como pensar, en el terreno político, que por ser mujeres, las abanderadas del tricolor arrasarían en las elecciones para gobernador de Nuevo León y Sonora. Que ganarían por la decisión del partido oficial de que así sea. ¡Menudo frentazo!
O pensar que una ley puede fabricar un buen gobernador sustituto como Rogelio Ortega, el “pacificador” de Guerrero.
Tampoco por la ley pueden frenarse las exhalaciones del Popo y del Volcán de Colima, ¡eh! No pueden enlatarse los huevos rancheros, ni el pulque del Valle de Ixmiquilpan. La ley también exige cierto respeto, cierto decoro para poder ser quien es.
Un león que se lima las uñas
Creo en el poder transformador del derecho. Pero de ahí a pensar que gracias a la Ley General de Transparencia que obliga a sindicatos, universidades, partidos, organizaciones, poderes a rendir cuentas sobre los recursos presupuestales que ejercen, sería tanto como pedirle a un león se limara las uñas antes de comer.
Los mexicanos somos así. No nos mandaron a hacer. Es famosa la caricatura de Abel Quezada, recogida en su libro sobre Nosotros, los hombres verdes, donde San Pedro le reclama al Creador habernos dotado con todos los recursos naturales y minerales de la tierra.
A lo que el Creador responde: ” Sí, pero es que no sabes quienes habitarán en ese territorio. Para que se empareje la decisión le pongo a los mexicanos”.
Eso no lo puede cambiar la ley. La caracterología y los perfiles conductuales de un pueblo son un sedimento de siglos. No nace por decreto. Creer lo contrario no sólo es anticientífico, sino antiético por ingenuo.
Lo que hace la ley, para delimitar los términos de la convivencia, es poner cotos, decir hasta aquí. No por nada la más certera definición del Estado de Derecho consiste en sólo dejar hacer “a los particulares lo que la ley les autoriza, a los mandatarios sólo lo que la ley no les prohíbe”.
Es la regla de oro, y ésta debe sujetarse a no lastimar el orden público, la paz social, los términos de la vida en común dentro de una colectividad. Lo demás es sólo parte de “un mundo raro”. Puras buenas intenciones.
La Jalada del #3de3
La terca realidad a que se refería el enorme Gramsci en sus Cuadernos desde la cárcel es ni más ni menos que el límite de lo que se puede y se debe. Más allá no existe nada. “El pesimismo es asunto de la inteligencia; el optimismo es de la voluntad”, solía decir.
Lo que pasa es que cíclicamente aparecen teóricos de toda laya que quieren vendernos espejitos y demás bisutería, a cambio de nuestros munificentes favores. Como su ambición se ha desatado o no conocen el país, quieren que éste se ajuste a güevo a lo que ellos piensan que debe ser.
Se pasan de lanzas. Ahora traen el retintín de lo que hasta hace poco era el famoso hashtag #3de3. Idea importada de sociedades protestantes. Se trata de que un aspirante a cargo público no sólo sea pasado por las armas del polígrafo, la orina, el ADN del pelo, los exámenes de actitudes ante los demás y las aptitudes físicas “que el cargo requiere”.
Aparte, debe presentar declaraciones patrimoniales, de impuestos y hasta de posible conflicto de interés . Con eso, dicen ellos, México se transformará en un país con gobernantes honestos ¡y una democracia de rechupete!
Absolutamente de acuerdo. Pero los primeros que deberían presentar esos exámenes son los propios promotores de la idea. Los más acerados, los que presumen de larga lengua, lo que en realidad tienen es la cola muy laga. Algunos obedecen consignas de sus patrones imperiales, otros, los sultanes de la transparencia, han construido su actual confort gracias a los contratos petroleros que sus padres les agenciaron desde su infancia. Fueron muy previsores, ¿no?
Los otros, sólo ladran como perros de rancho, sin saber por qué empezaron en la otra loma los ladridos, sólo se dejan llevar por el eco. Parecen no saber que entre las miles de leyes que en México no se aplican, se encuentra un derecho positivo –que debería ser vigente– de larga data.
¿Por qué se empeñan en torear a la inteligencia burocrática?
Es generalmente aceptado en el mundo, que la más antigua legislación sobre transparencia y tribunales de cuentas, se basa en la tradición mozárabe, recopilada y actualizada por sabios judíos y musulmanes de la famosa Escuela de Intérpretes de Toledo.
De ahí pasó a México. La legislación penal, civil, constitucional, mercantil de nuestro país es de avanzada. En ella se recogen todos los planteamientos y la legislación vigente para recortar las uñas de los truchimanes.
Es decir, ya la tenemos. Es derecho positivo aprobado por los congresos históricos desde que tenemos memoria independiente. Los famosos conflictos de interés ya existían en nuestras leyes, desde antes que llegaran los saqueadores alemanistas.
Una gran legislación apoyada en el derecho germano de la escuela del bienestar fue trasladada a México para echar a funcionar la época de las instituciones de los caudillos sonorenses. Ellos también creyeron que todo era cuestión de leyes.
Pero, ¡oh sorpresa! No tomaron en cuenta el factor humano, el que da al traste con las mejores intenciones.
Al día de hoy, nuestros pontificadores e “intelecuales” orgánicos de toda ralea, aún no saben que existe la terca realidad.
Cada vez se inscriben más jóvenes “transparentes” e “intelecuales” para participar –“Rápidos y furiosos”– ¡en la carrera internacional de burros en Otumba!
Índice Flamígero: Gran contraste: Enrique Peña Nieto se apresuró a felicitar al futbolista Andrés Guardado por ser el mejor jugador de la liga holandesa, mientras que el joven Felipe Gómez del Campo ha sido palmariamente ignorado, no obstante que desarrolló una tecnología para reducir el costo del combustible que usan los aviones A los 21 años ya preside su propia compañía. Es un verdadero emprendedor. Y por tal fue que el viernes anterior Barack Obama lo premió en la Casa Blanca. Aquí, en Los Pinos, sólo siguen las incidencias del espectáculo de las patadas. Es lo que se les da. + + + Gran dolor de cabeza tienen los desaparecidos priístas y los ventajosos perredistas de la capital nacional. Se los provoca el zacatecano Ricardo Monreal, quien se enfila a ser el próximo delegado en Cuauhtémoc. + + + Y desde ayer el Sistema Nacional Anticorrupción ya es constitucional. ¡Se acabaron los bandidos!, jejeje. Gran distancia entre las leyes, decretos… y la terca realidad.
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Una vez mas espléndido articulo y como abogado me enorgullece hermano.