MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
El pasado fin de semana fue evidente que pasó a buen recaudo la máxima perro no come perro, acuñada en aquellos días en que fue ley no escrita pero sí de estricta observancia entre los periodistas.
Entre la estridencia de las redes sociales, éstas que han demostrado una vasta influencia para denostar, ponderar y defenestrar, destruir honras y acusar sin pruebas, el tema de Ricardo Alemán fue pretexto para emprender el linchamiento de periodistas y analistas no bien vistos, aquellos que se han vuelto incómodos para determinados personajes, hombres públicos, políticos y gobernantes de piel sensible y expedientes oscuros.
Ricardo Alemán no es una hermana de la caridad y, con el desliz de dos palabras, sumadas a lo que se ha considerado como apología del crimen, un llamado –dicen algunos—a atentar contra Andrés Manuel López Obrador, se instaló al centro de la muchedumbre que lo linchó y obligó a sus jefes a despedirlo. ¿No sabían de su fama pública?
No pretendo ser abogado del diablo ni defensor oficioso de Ricardo Alemán, mas no puedo sumarme a la tendencia de propios y extraños, periodistas y sedicentes reporteros, articulistas e individuos que desde el anonimato, con esa facilidad de lanzar la piedra escudado en un seudónimo hicieron trizas a Ricardo, porque él se defiende solo.
El punto es, cómo a partir de un desliz o si usted quiere una escandalosa y ofensiva cuanto alarmante arenga, o amenaza de atentado, el factor Alemán fue utilizado para encauzar un linchamiento como ha habido en tendencias de quienes sirven a un interés político, en esta carrera por el poder público, contra quienes no piensan igual.
¿Por qué hasta hoy se alude al florido y ofensivo lenguaje utilizado por Alemán para descalificar a sus detractores y, en especial, a los lopezobradoristas?
¿Por qué hasta hoy se enfatiza que está al servicio del gobierno, o por lo menos de intereses oficiales para golpear a la oposición y descalificarla desde espacios en la televisión y medios impresos?
Ahora resulta que lo despiden porque en las redes lo evidenciaron como un individuo dañino para la moral pública, como un individuo que daña a la imagen de los periodistas y denigra al oficio del periodismo.
Vaya, en este tsunami que descargó furias ajenas y enconos reservados durante mucho tiempo contra Ricardo Alemán, alcanzó a otros columnistas, a periodistas a quienes también pretendieron llevar a la hoguera.
Y mire usted, en esto de los periodistas no hay santos ni hermanas de la caridad. ¿A quién o quiénes interesa enfrentar a los periodistas? Pero, aún más, ¿a quién o quiénes interesa descalificar, desacreditar a los periodistas?
Porque una sociedad sin prensa crítica y plural, es decir, sin sus ojos y su voz que son los periodistas, simplemente está encaminada a la desinformación y proclive, entonces, a ser manipulada, engañada por los ofertantes del Maná y el México feliz y de ensueño.
En este espacio he referido el caso del mimetismo que suele abrazar a los colegas que cubren campañas electorales, como ocurrió con Vicente Fox cuando varios de quienes lo acompañaron en el periplo proselitista, se convirtieron al foxismo e incluso ocuparon cargos públicos o fueron beneficiarios de favores en negocios y cuentas bancarias personales.
Es y debe ser respetable la opinión de los colegas que piensan diferente entre sí, finalmente los disensos dan pie al intercambio de ideas en aras del consenso. Pero no se puede comulgar con quienes aprovechan un momento específico para sumarse en busca de venganzas personales, en el desahogo de rencores y diferencias.
Cuidado con los excesos. Polarizar a la sociedad en una campaña electoral no augura buenos finales. Y conste que no se trata de una apología catastrofista, sencillamente es la alusión de lo que ocurre en México desde hace rato.
Quien capitaliza el enojo social contra el gobierno y endereza baterías para repicar campanas en el llamado al linchamiento, para quemar en leña verde a quienes, comunicadores al fin, ejercen su oficio, pero les molesta, es tanto o más reprobable que aquel que incurre, a propósito o por error, en un desliz verbal que ofende a las buenas conciencias.
Se puede o no, valga la insistencia, estar de acuerdo con la opinión, la postura, la crítica a lo publicado, así de sencillo, pero es un contrasentido pretender aplicar la bárbara hoguera de los Torquemada. Y más, alzar la guadaña contra aquellos que son incómodos, críticos e incluso aduladores del gobierno.
Cuidado. El ejercicio del periodismo en México se ha vuelto de alto riesgo. A quién o quiénes, entonces, conviene descalificar y linchar en redes sociales a periodistas que no hacen apología del crimen, pero no callan ni se vuelven cómplices del abuso del poder, del color y las siglas que sea Conste.
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