Hay frente al naciente
justo donde termina
el riel luminiscente
del sol ortogonal,
una tierra caliente
volcada sobre el mar,
tiene todos los verdes,
tiene todos los trinos,
morena y vegetal.
En ella hicieron nido
desde que el mundo es mundo
la gota y el raudal,
la cimentó el crustáceo
la humedeció la brisa
y la secó el batiente
de un horizonte de alas.
En el balcón de prisma
basáltico y desnudo
se asomó el oratorio
de la raza ancestral,
ahí detuvo el trueno
su rayo migratorio
sobre el altar del venus
y danzó en alabanza
al pájaro quetzal.
El águila,
perfilada en la fronda,
imagen de troquel
desgarrando el celaje,
aún repite su ronda,
aún termina su viaje
en la cara redonda
de la luna moneda,
aún proyecta su sombra
giratoria en la tierra.
La hojarasca pantano
da su mitad sonora
al vientre del reptil
y el envés terciopelo
del limo originario
se hace cuna en el horno
de la hormiga soldado
para uncir la cadena
de la vida sin fin.
Litoralmente hablando
esta es la tierra nuestra,
la que pintó sonrisas
al barro mineral,
la que se precipita
desde la cordillera
para tocar absorta
la infinitud del mar;
la del brillo lacustre
la del follaje de aves
la que ataja sonriente
la fuerza de Huracán.
M. G.