Javier Peñalosa Castro
Un penetrante olor a viejo inunda el ambiente político en vísperas de que se consume el famoso “destape”, momento con el que el actual inquilino de Los Pinos debe haber soñado incluso más que con ocupar la famosa silla presidencial. Así lo reflejan su rostro de satisfacción y las actitudes de perdonavidas de quien tiene la certeza del poder absoluto que significa decidir quién —al menos de eso piensa hacerse cargo— habrá de gobernar el país durante los próximos seis años y cuidar las espaldas —también eso supone— de quien le antecedió en el cargo.
Tal vez Peña Nieto no tenga presente que hace cerca de medio siglo que el sucesor reniega de quien lo señaló con el dedo mágico y abjura de su pretendida fidelidad. Sólo habría que recordar cómo renegó Echeverría de Díaz Ordaz, López Portillo de Echeverría y de la Madrid de López Portillo. En el caso de Salinas, quien terminó por lamentar su error fue de la Madrid, y cuando se atrevió a decir que Salinas se había apoderado de la famosa partida secreta de la que gozaban los presidentes, los esbirros del “Innombrable” de encargaron de hacer que el hoy secretario de Turismo negara las declaraciones de su padre y lo declarara al borde de la demencia senil. Pero si bien Salinas se cuece aparte en eso de los comportamientos mafiosos, tuvo que salir exiliado a Irlanda una vez que el aparentemente inofensivo Zedillo llegó a la Presidencia.
El sucesor de Zedillo, Vicente Fox, cubrió bien las espaldas de su antecesor, pese a que había prometido durante su campaña presidencial que no habría impunidad. Por supuesto, jamás cumplió, seguramente por curarse en salud, pues si bien Calderón no fue su elegido, sí hizo cuanto pudo —tanto legal como ilegalmente— para meterle el pie a López Obrador.
Aquí cabe recordar una liste interminable de artimañas que van desde el intento de desafuero por haber autorizado la construcción de un camino de acceso a un hospital privado hasta las campañas negras financiadas con fondos de dudosa procedencia y una presencia constante en los medios para atacar al tabasqueño que, de acuerdo con las autoridades electorales de aquella época, puso en grave riesgo la legalidad de la elección.
Más bien incurrió en la franca ilegalidad.
Calderón fue más agradecido que otros y contribuyó cuanto pudo para evitar que se sancionara a los llamados Amigos de Fox, que financiaron de manera por demás turbia la campaña del ranchero guanajuatense y solapó las trapacerías de sus hijastros, los Bribiesca, que saquearon las arcas públicas a ciencia y paciencia del marido de Martita sin que ello haya tenido consecuencia hasta la fecha.
Hace seis años, Fox se declaró abierto partidario del candidato del PRI y lo mismo ha dicho en vísperas del proceso electoral que se avecina, para el que ya “palomeó” a José Antonio Meade. Por supuesto, no desaprovecha cualquier oportunidad que se le presenta para tratar de equiparar al Peje con Chávez, con Maduro o con el personaje más impresentable que tenga a la mano, con la seguridad de que mantendrá la impunidad, así como la generosa pensión como expresidente y los escandalosos subsidios que recibe por diversas vías el llamado “Centro Fox”, que operan él y su mujer en San Francisco del Rincón, donde no sólo no son molestados por la camarilla en el poder, sino que organizan conferencias, reuniones para mantener el negocio y las abundantes ganancias que produce.
Evidentemente Enrique Peña Nieto disfruta con cada uno de los pasos que llevan al “destape” del candidato priista a la Presidencia, revestido de lo que él mismo ha denominado la “liturgia” de la sucesión —tal vez inspirado en su pasado universitario y su paso por las aulas de la universidad del Opus Dei, donde los oficios religiosos son actividad cotidiana— y con la conciencia plena de que la clase política mexicana está en vilo, a la espera de conocer a quien será señalado por el índice del gran elector.
La satisfacción que transmite el semblante de Peña, y que se refleja en una inusitada seguridad y una mayor proclividad a la oratoria y a un intento de sarcasmo es comparable con la que debe haber sentido el impresentable exgobernador de Veracruz Fidel Herrera (a quien, por cierto, no se ha molestado ni con el pétalo de un citatorio para aclarar desvíos y malos manejos), que se sentía “en la plenitud del pinche poder” en vísperas de “destapar” a su delfín, Javier Duarte de Ochoa, que en un santiamén se habría de convertir en un temido sátrapa y (aunque parecía imposible) su gobierno superó al de su maestro en lo que concierne al saqueo de las arcas, la desaparición de activistas, la proliferación del crimen organizado y el asesinato de periodistas. Afortunadamente, si bien todos los prospectos del PRI dejan mucho que desear, ninguno parece lejanamente parecido a Herrera o a Duarte. Sin embargo, tampoco parecen tener con qué brindarle una satisfacción al “primer priista del país”.
La “liturgia” ejercida en estos días por el gran elector parece divertirle. Prueba de ello es que ha practicado movimientos de fantasía como “engañar con la verdad”, los mensajes cifrados al estilo del “no se hagan bolas” salinista (que en este caso fue un “están muy despistados”). Lo cierto es que el tiempo se agota y, el parto puede ocurrir en cualquier momento, de aquí a fin de año. Habrá que ver lo que marca la liturgia.