Javier Peñalosa Castro
La llegada de Alejandra Barrales a la dirigencia nacional del PRD, así como declaraciones aisladas y actitudes de los líderes de algunas de las facciones de ese partido y de Morena hacen abrigar alguna esperanza de que, finalmente, y a contracorriente de lo que ocurre en la mayor parte del mundo, en México llegue al poder un gobierno de izquierda.
¿Volverá México a seguir la contraria?
Parte de esta expectativa se basa en cómo en nuestro país se dan las cosas al contrario, como cuando llegaron al poder en América Latina los Lula da Silva, José Mujica y Evo Morales, en tanto que aquí el desencanto ciudadano con el PRI se tradujo, tristemente, en la entronización del impresentable Vicente Fox que, junto con su impuesto sucesor, el espurio Felipe Calderón, protagonizaron la “docena trágica” entre 2000 y 2012, periodo durante el que el país permaneció estancado, y quienes creyeron que su “voto útil” alentaría la democracia, vieron con tristeza cómo se desaprovechaba esta oportunidad histórica con un gobierno de ocurrencias que quedó a deber a todos, especialmente en rubros como el combate a la corrupción, la transparencia y la consolidación de la voluntad popular, que fue burlada, de nueva cuenta, para imponer a Calderón.
A poco más de una década de distancia, el mundo –y desgraciadamente América Latina no escapa a esta tendencia—parece estar inmerso en una nueva ola de gobiernos de derechas –y, peor aún, de ultraderecha—que van desde Macri, en Argentina, hasta los ultraderechistas Marina y Jean Marie Le Pen, en Francia, y el populista de derecha Donald Trump, en Estados Unidos, pasando por quienes defenestraron a Dilma Rousseff como presidenta de Brasil. La única excepción hoy es la socialista Michelle Bachelett, en Chile, a quien acompañan un Evo Morales tambaleante y muy desgastado y un Nicolás Maduro, infame sucesor de Hugo Chávez, a quien de milagro no se ha defenestrado.
A lo largo de su trayectoria como líder sindical, legisladora, funcionaria pública y dirigente partidista, Barrales ha demostrado ser bastante más que una cara bonita, y en la actual coyuntura luce como la mejor opción para mantener vivo al PRD con miras a las elecciones de 2018 y negociar los acuerdos y alianzas que requiere –entre fuerzas de izquierda, jamás con la derecha, por supuesto— ese partido para no morir de inanición y conservar la presencia que ha logrado en la Ciudad de México, así como la que –a jalones— mantiene en Michoacán, Morelos, Guerrero, Tabasco, algunos municipios mexiquenses –densamente poblados— conurbados con el Distrito Federal y algunas regiones de Oaxaca, Zacatecas, Tlaxcala, Veracruz y Baja California Sur.
Encuentros y desencuentros entre el PRD y Morena
Durante esta semana se dieron algunos connatos de enfrentamiento dentro de lo que queda del PRD, tras la renuncia de Pablo Gómez como representante ante el INE, y con las declaraciones de Claudia Sheinbaum, de Morena, que poco abonan a formar un frente común para a la elección presidencial de 2018, con declaraciones como aquella de que el PRD ya no es un partido de izquierda (está lejos de lo que fue, pero no hay que perder las esperanzas).
En cambio, sorprenden gratamente respuestas como la de Martí Batres a lo dicho por Ricardo Monreal, en el sentido de que, con el apoyo de Batres y de Claudia Sheinbaum ganaría la elección de jefe de gobierno de la Ciudad de México en 2018, a lo que Martí respondió que haría lo necesario en aras de un triunfo de Morena, independientemente de quién sea el candidato.
Más allá de los dimes y diretes, y a reserva de ver cómo evolucionan las cosas durante los próximos meses, hoy la posibilidad de que la izquierda llegue unificada a los comicios de 2018 luce viable.
Nueva oportunidad histórica
Y mientras Enrique Peña Nieto y su camarilla se empeñan en lavarse la cara y pretenden que lucharán contra la corrupción, la izquierda, que goza de mejor reputación en este rubro que el PRI y el PAN, tiene en ello un activo de enorme importancia que, en caso de mantener la unidad y hacer un verdadero frente común, podrá capitalizar.
En este marco, el PRD debe hacer equipo con Morena. Si deja pasar la oportunidad, el siguiente paso será la lucha por no perder el registro. En las manos de Barrales y de sus habilidades como negociadora está, en gran medida, el futuro de ese partido, surgido tras el despojo a Cuauhtémoc Cárdenas en la elección presidencial de 1988, y que ha tenido momentos de enorme fuerza, como en los comicios de 2012, cuando se escamoteó impunemente el triunfo a Andrés Manuel López Obrador, pero que, bajo el cacicazgo de “los Chuchos” ha perdido prácticamente la credibilidad, especialmente a raíz de que firmaran el infame pacto contra los mexicanos promovido por Peña y su camarilla, y posteriormente con el inverosímil acercamiento con su némesis, el Partido Acción Nacional.
La oportunidad luce cercana. En manos de las corrientes y tribus que históricamente han preferido enfrentarse entre sí que hacer frente común para derrotar a sus verdaderos adversarios está la posibilidad de hacer cristalizar un cambio trascendente.