EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
Azucena Evans como Raquel y Martín Altomaro como Sopas.
Ciudad de México, sábado 9 de octubre, 2021. – Así decía Edmundo Flores cuando se refería a esa etapa de la vida en donde podía suceder como en el Grammar School para varones isabelino, en donde Shakespeare estudió latín que practicaban actuando en algunas obras de teatro en donde alguno de sus compañeros hacía el papel femenino (como luego los adultos en el teatro isabelino): cuando le daban un beso en la boca sentían una descarga eléctrica inolvidable.
Por eso, Edmundo evitaba hablar de esas posibles experiencias y se defendía diciendo que “lo de la primaria no cuenta”, como a lo mejor le hubiera gustado decir a Sopas quien reprimió sus emociones, como lo vimos en la obra de teatro que se inauguró hace un par de semanas en el Conjunto Santander de Artes Escénicas de Guadalajara con la que cerraron con broche de oro los eventos que la Universidad de Guadalajara realiza relacionados al Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, cuando términa su Cátedra y entregan el Premio a la Novela antes de poner en escena Al pie del Támesis, (2008) con Azucena Evans y Martín Altomaro, dirigida por Antonio Castro quien, hace cuatro años, también dirigió La Chunga, otra obra de Vargas Llosa.
Al pie del Támesis es una obra en un acto con cuatro escenas que se llevan a cabo en un cuarto del Hotel Savoy de Londres que está al pie del Támesis, donde parece que la vida es sueño, aunque sabemos que los sueños, sueños son y se nos olvida cuando aparece Raquel Saavedra en el cuarto de Sopas Ballatín, diciendo que era la hermana de Rulo, el mejor amigo de Sopas, quien trató de darle un beso en la boca, como lo hacían los niños de la primaria isabelina.
Desde entonces no había vuelto a ver a su amigo. Ahora, desconsolado y a punto de tronar, imagina lo que pudo haber pasado para digerir lo de aquel osado día que Rulo trató de besarlo en el gimnasio mientras se bañaban. Van discerniendo varios escenarios de lo que pasó, hasta que al final, lo entendemos todo.
Sopas y Raquel se dejan llevar por el mundo de la fantasía, esa con la que muchas veces confundimos la realidad para poder aceptarla como en este caso, cuando aceptamos nuestra identidad sexual que, como sabemos, se necesitan varios años de psicoanálisis para aceptarla, sobre todo, como le pasó a Sopas, que la reprimió desde que sintió esa descarga y reaccionó.
Parte de estos conflictos de la identidad sexual los conocemos a través de los Sonetos de Shakespeare que ahora asociamos en los momentos álgidos de la trama: “Dos amores tengo: uno me conforta y otro me desespera. Son como dos espíritus que me tientan constantemente…”, como decía el poeta y que lo recordamos cuando vemos a Sopas sufriendo mientras recuerda sus amores sin saber, bien a bien, si se trata de Rulo o de Raquel… “dos amores tengo”, como sucede en la puesta en escena que vimos el lunes pasado en el Teatro El Granero de la Ciudad de México, donde estará los lunes y martes del mes de octubre.
El amor definido por Shakespeare cae dentro de las leyes materiales que invoca el mismo Sopas, porque se trata de un amor que no se puede describir, estimar o medir porque sabemos que ese amor es cualitativo.
Entramos al territorio de la fantasía como lo hacían aquellos personajes que cruzaban el Támesis desde la City, en unas barcas que los llevaban a la otra orilla del río, para ver una obra en El Globo, donde abandonaban la incredulidad y se dejaban llevar, como nosotros, por lo que sucede en esta otra “O” por lo cuadrado.
Qué fortuna asistir al teatro, después de un par de años, para ver esta obra que regresa a Guadalajara el 27 y 28 de noviembre al inicio de la FIL, para que disfruten de la actuación y dirección de esta historia de amor con un final sorpresivo.