POR: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA
Nescimus quid loquitur
La diferencia que existe entre lo virtual y lo que no lo es, en un primer momento radica en la cantidad de información que contienen las cosas, siendo real para nosotros, habitualmente, aquello que posee una cantidad más grande de datos, mismos que interpretamos a través de nuestros sentidos cada más limitados para discernir, por la capacidad que está adquiriendo la tecnología para maquillar la información que nos presenta, de tal forma que hace creer al cerebro que lo que estamos viendo en verdad sucedió.
Verdaderos ilusionistas aquellos que desafían la realidad con lo que tienen a la mano, haciéndonos creer en algo, distrayéndonos para que perdamos la vista de los hilos que sostienen la mentira; aquella mentira que se convierte en verdad para nosotros, siquiera un tiempo, en lo que encontramos algo más en que creer, en lo que construimos una nueva versión de la realidad que nos sofoque menos, aunque cierta no sea.
UN SESGO CONSIDERABLE
El proceso en el que aquellos datos se reflejan en nuestra memoria, sufre un sesgo considerable al elegir qué guardar y qué desechar, a partir de la importancia subjetiva que cree que tiene cierta información sobre otra. Los sentidos son nuestro contacto primigenio con el mundo que nos rodea, de ahí parte la captura de información que nos hace erigir lo que llamamos realidad.
Edificamos verdades a medias con los primeros elementos que llegan a nosotros, les creemos infalibles historias de lo que es y lo que no es, según la interpretación que tenemos del ahora. La mente se vuelve muy fácil de engañar si es expuesta a los impulsos adecuados, haciendo que no necesitemos toda la información para armar una versión del ahora, bastando únicamente ciertos retazos sobre el lienzo para que nuestro cerebro complete el resto a través de lo que recordamos, pegando imágenes, agregando sonidos, poniendo olores y sensaciones que llenen los resquicios necesarios para completar la historia.
En cuanto al mundo virtual, cada vez la brecha entre éste y la realidad se ha hecho más pequeña, lo que ha trazado un camino hacia un momento futuro en el que sea muy difícil distinguir entre ambos. Los techos que se ha puesto la humanidad, han sido rotos por la misma humanidad, pero de otro tiempo, que ha ampliado las fronteras de lo que creíamos posible.
¿Qué es real?, ¿qué no lo es?, si esas preguntas se complican, no sé si podría provocar una catástrofe, pero sí un dilema ético entre lo que nos planteamos como verdad y lo que no.
EL DÍA DE MAÑANA
Qué pasaría si el día de mañana descubriéramos que estamos inmersos en una “Matrix” creada por inteligencia artificial y que nuestros cuerpos se encuentran varados en una cama de líquido refrigerante, sin poder moverse, mientras somos alimentados por proteínas artificiales que se introducen por embudos en nuestros flácidos y deteriorados esqueletos, y nuestros cerebros están conectados a una máquina que está programada para transmitir impulsos eléctricos que nos hacen creer que habitamos el cuerpo con el que nos levantamos todos los días para realizar nuestras actividades cotidianas, el cuerpo con el que comemos y nos reproducimos, aquel armatoste de piel con el que ejecutamos de manera autómata las necesidades primigenias.
Qué cambio habría en saber que estamos viviendo una simulación, y que nuestras decisiones ya están tomadas para que vaguemos en un ciclo, hasta que ya no sirvamos ni siquiera de combustible para aquellas máquinas que lo controlan todo.
Qué cambio habría en saber que esto o aquello es genuinamente real y no una creación digitalizada; qué diferencia habría entre vivir así, deambulando en el espacio, envejeciendo y muriendo consumidos, y vivir como vivimos, deambulando en el espacio, envejeciendo y muriendo consumidos.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político