Jorge Miguel Ramírez Pérez
Parece como si Obrador fumara la maldita yerba, porque se arranca desenfrenado a decir en solo un párrafo, una sarta de expresiones desquiciadas y la vez ofensivas de las que acostumbra a escupir, cuando se siente cerca de las alturas del poder.
En un mitin en Atlacomulco donde animó a la gente a agarrar lo que necesitaran, ya encarrilado, les dijo, que había hablado con obispos y pastores para que no les tomaran como pecados el hurto social. Así de plano.
Regresó de golpe y porrazo a las frases muy criticadas en el pasado como la de: “¡cállate chachalaca!” o la de: “¡al diablo las instituciones!”.
En ese entonces, se rasgaron las vestiduras los de la comentocracia y alegaron justificadamente que López Obrador tenia una cara oculta antisocial y que lo suyo era lo destructivo, fomentar el resentimiento y obtener un mando dictatorial e intolerante.
Hoy, las conciencias de los que mandan, han cambiado radicalmente y no hubo promoción en contra de las diatribas del tabasqueño. Casi nadie destacó las incoherencias y la presunción del candidato de Morena de estar por encima del clero católico o protestante, al que señaló como apalabrado o más bien sometido al criterio de la amoralidad de Obrador.
A los curas y pastores aprontones a los que se refirió el de Morena, les dio con un portazo en la nariz, porque ahora se le llena la boca de tenerlos comiendo de su mano, bajo su control, solo porque se reunieron con él. Porque no fue para que le mostraran lo bueno y lo malo como dice la Escritura en Ezequiel 44: 23; sino para rendirle pleitesía ignorando su vocación.
En vez de ser líderes de los creyentes y elementos de rescate de la caridad cristiana; López Obrador los exhibió en su perorata como grillos entrometidos, confundidos, que confunden a otros igual que ellos, y que además le otorgaron facultades al falso Mesías: la de perdonar pecados. Como si pudieran dar lo que no es sino de Dios, que hasta ahora no ha facturado esa excelsitud, en ninguno sino en Jesucristo.
A eso se han expuesto los obispos y pastores que tenía en mente Obrador, cuando arengaba al vandalismo; a la terrible manipulación burda, que en lo personal dudo que alguno de ellos con todo y su ambición desmedida disfrazada de candorosa, hubiera declarado semejante torpeza.
Eso les pasa a los que se marean por no atender los suyo. Por desconocer la política, la que solo conocen como espectadores o acaso como agentes de provocación de violencias, los que con el pretexto de buscar la paz, alientan el conflicto; tal como lo hace el agente Alejandro Solalinde, ajonjolí de todos los moles, donde se promueve el rencor y la sangre derramada.
¿Y Obrador nada que decir?
Está loco o poseído con el deseo primigenio de querer recomponer la creación. Deja que le besen la mano y se cree purificador de los maleantes de la grilla mexicana. Habla de una falsa república amorosa, el mismísimo sembrador de odios.
Solo le faltaba Obrador para romper el record de lo destructivo, usar como subordinados a los de la fe. No le bastó hacer menos el orden jurídico, sino también proyecta dividir a las iglesias en dos; las sectarias que le rinden culto a su persona, que tienen “esperanza” y “confianza” ciega en él; y las que llama de la “derecha” que no lo aceptan como redentor de nada, porque su interés manifiesto es convertirse en dictador y algo más.
Porque ni en eso es original Obrador, alguien le debe aconsejar que siga los pasos de los terroristas del perversamente llamado Comité de Salud Pública los que desataron un baño de sangre en la revolución francesa; y además, como explica Michael Burleigh en su obra Poder Terrenal; se aventaron la locura de fundar una religión obligatoria antropocéntrica. Por ahí va también la puntada siniestra de quien lo asesora: fundar una confesión, en la que Obrador es el dios de esa farsa.