Laberintos del Poder
Emilio Trinidad Zaldívar
Quienes dicen conocer a Andrés Manuel López Obrador, afirman que está engañando con la verdad. Que al asegurar que él no es partidario de perseguir y juzgar a ex presidentes, es justo todo lo contrario. Que está esperando que Emilio Lozoya Austin entregue a la Fiscalía General de la República todo cuanto sabe y tenga documentado, para hacerle un guiño a la justicia y ésta se aplique con todo el rigor.
Lo mismo supone de Cesar Duarte, que igual que aquel se siente traicionado por los priistas de su tiempo, y pueda hablar, dar nombres, explicar desvíos de recursos y negocios realizados con ello.
Dos tabasqueño cercanos a él y amigos de quien esto escribe, casi casi garantizan que el Presidente no se va a quedar con la daga clavada de tantos insultos proferidos por aquel empresario norteño que todos los días lo reta y le exige renuncie, alimentando y promoviendo el encono generalizado, al mover y financiar caravanas de vehículos por varias ciudades del país para fijar la idea de que el hombre más votado en una elección limpia se vaya a su rancho.
En esta ocasión -dicen- no simulará castigos. Pedirá que se den de forma ejemplar las sanciones que correspondan. Que no puede expresar que ya se acabó la corrupción y no dar claros ejemplos de ello.
Los poco más de treinta millones de ciudadanos que acudieron a las urnas para confiar en él, lo hicieron en mucho porque ofreció López Obrador transformar a México, y en esa transformación iba incluida -al menos así lo arengaba en los discursos de sus giras- que no habría más impunidad, que la justicia llegaría, que los de la mafia del poder tendrían su castigo.
El daño a México por los gobiernos anteriores no puede ser ignorado. Sus palabras sonarán huecas si no hay un cambio radical en el comportamiento y desempeño del Ejecutivo federal en relación a todo aquello que le haya generado daño a la nación.
No bastan las buenas intenciones. Si quiere recuperar credibilidad, respeto, estabilidad y la confianza ciudadana, debemos ser testigos de que de las palabras pasa a los hechos y deposita en la cárcel a los saqueadores de las arcas públicas.
Demasiados flancos abiertos tiene el Presidente con tantas descalificaciones, crisis generalizada, y la confrontación constante con diversos sectores de la población, además del Coronavirus que no da cuartel, para simular que se persigue, castiga y hace justicia.
De no dar un radical cambio de timón y marcar la diferencia para sentar el precedente de que las cosas en Mexico con él al frente ya no pueden ser iguales, y se sanciona a criminales de cuello blanco, pasará a la historia como un bravucón, un provocador y un engaña ciudadanos, al que el repudio colectivo entonces le será igual o mayor al que hoy ostentan los anteriores bribones ex presidentes.
López Obrador tiene la palabra.
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