La desconfianza y la irritación de la población hacia la clase dirigente aflorará durante la próxima campaña presidencial. Habrá muchas preguntas en todas las plazas y foros. La sensibilidad está lastimada, y entonces veremos cómo se consolidará el viejo aserto ranchero: “si quieres saber quién fue tu abuelo, entra a la política”. Será la mejor manera de que salgan a flote algunas cuestiones pendientes. La gente lo merece. Ya es hora.
Esto, porque uno de los asuntos que no ha sido suficientemente aireado es el aparatoso accidente en el que murieron Juan Camilo Mouriño y nueve acompañantes más que iban a bordo de un jet que el 4 de noviembre del 2008 se estrelló en la colonia residencial Lomas de Chapultepec, a las seis y media de la tarde. Cayó como una auténtica bomba incendiaria en horas de oficina, en la esquina de Monte Pelvoux y Paseo de la Reforma.
Los destrozos causados por ese abominable percance pudieron haber causado una tragedia nacional, si el número de víctimas colaterales hubiera sido un poco mayor. Las explicaciones sobre esa catástrofe aérea no acabaron de satisfacer a nadie, por infinidad de razones que rodeaban el percance.
Davidow compró a FeCal. Éste llevó a cabo una sarracina
César Nava, un muchachote filofascista de las huestes de la delegación Benito Juárez, a la sazón secretario particular del presidente Caldebrión –cual motejaban a ese sujeto en las redes sociales de aquel entonces– fue el encargado de decirle por teléfono a la esposa de Juan Camilo, que su marido había muerto, sin mayor preámbulo.
Tenía minutos que en los Estados Unidos se había cantado el triunfo electoral de Barack Obama, y ya iban a cumplirse dos años de que el fatídico borrachín que ocupaba militarmente Los Pinos declarara la guerra abierta al narcotráfico, por instrucciones de Jeffrey Davidow, ex embajador en México, autor del libro El oso y el puerco espín.
Libraco que, en realidad, es una pobre crónica de las relaciones bilaterales México – Estados Unidos, en la que usted seguramente ya habrá intuido qué país es el plantígrado y a cuál colonia impertinente le había tocado el remoquete del mamífero roedor del suborden de los histricomorfos. Esa era la visión del desquiciado que compró la voluntad de Caldebrión para hacer del país una auténtica sarracina.
Juan Camilo Mouriño, el frustráneo delfín de Caldebrión
Juan Camilo Mouriño había nacido en Madrid, 37 años antes. A leguas se veía que después de ser jefe de la Oficina de la Presidencia y Secretario de Gobernación era el delfín preferido, el favorito del infame michoacano, para abanderar al PAN en la campaña del 2012. Era el Vi(rey)garay de entonces, el dueño de la voluntad y manipulador del cerebro del de turno.
Se abrieron líneas de investigación demasiado formales y hasta chuscas. Alguna de ellas apuntaba a una turbulencia causada por un avión de mayor tamaño que coincidentemente había surcado la misma ruta aérea y, usted sabe, había logrado jalar a su turbulencia al aparato más pequeño, aunque éste fuera tripulado por pilotos profesionales.
Cuando esa línea no acababa de pegar para desfacer el tuerto, a alguien se le ocurrió mencionar que, como Juan Camilo era un enamorado de la aviación civil, le gustaba tomar el timón en pleno vuelo, sin importarle consecuencia alguna. Eso había hecho aquella tarde que regresaba con sus nueve acompañantes de San Luis Potosí.
Entonces, los capos andaban muertos… pero de risa
Sin embargo, un meticuloso análisis de las voces de piloto y copiloto grabadas por la famosa caja negra en esos últimos instantes de desesperación, no reveló dato alguno sobre esa coartada oficiosa. Ningún deudo, en aire y tierra exigió alguna indemnización por tal despanzurre, que dejó una pedacería humana impresionante en esa selecta colonia.
Las dos líneas de investigación nunca superaron la prueba de la lógica. Mucho menos lo hicieron quienes atribuían el accidente a El Mayo Zambada, ni a los grupos delincuenciales tocados por la feroz e insensata batida de Caldebrión contra el narco, pues los capos, como usted sabe, ganaban de calle y andaban muertos… pero de risa.
El Chapo Guzmán ya se había fugado por primera vez del reclusorio de Alta Seguridad de Puente Grande, merced a un cochupo “tamaño caguama” que había hecho llegar a Fox (¿o a Marta?), consistente en varias decenas de millones de dólares que habían salpicado a todo mundo, hasta al aparato penitenciario de Miguel Ángel Yunes Linares y contlapaches.
Así es que por ahí, nones. Todas las versiones que atribuían esa masacre a la falta de compromisos cumplidos con el narco caían por su propio peso, pues de todos era sabido que los compromisos se cumplían, a costos estratosféricos, y no era posible que alguien pudiera reclamar, se salía de inmediato de cualquier sesera.
Blake Mora, ¿otra víctima de los narcotraficantes?
Cuando se desplomó el helicóptero Súper Puma en el que viajaba el sucesor de Mouriño en Gobernación, Francisco Blake Mora, al supuestamente chocar contra el cerro del Ayaqueme, en Ayotzingo, Estado de México, siguiendo una ruta contra natura en su viaje protocolario a Cuernavaca, trató de utilizarse la misma especie de una venganza del narco, cuando todo mundo sabía que el tijuanense Blake Mora sólo estaba en Gobernación recogiendo el tiradero.
Decía Stefan Zweig, el gran escritor austríaco, autor de la mejor biografía sobre Fouché, el policía político de Napoleón, que nada era mejor para analizar un hecho, para saber la verdad, que alejarse de él, en distancia y tiempo, valorarlo sin pasiones, con objetividad.
En las agencias del exterior, vinculadas a las actividades y negocios grandes del narcotráfico mexicano, corrió de inmediato, el insistente rumor de que ambos acontecimientos nacionales, estaban ligados irremediablemente a las pugnas intestinas de los mandamases panistas por hacerse del control en esa jugosa aventura contra el narco.
García Luna, el “ganón” tras la muerte de Mouriño y Blake
Era mucho dinero y poder lo que estaba en juego, señalan los investigadores de aquél lado del Río Bravo, hoy más engallados que nadie, que nunca. Las pugnas entre militares, marinos y jefes civiles de las policías políticas, preventivas, sectoriales y de seguridad pública y nacional en el aparato panista eran evidentes y sanguinarias.
Siempre quedó claro que el gran beneficiado con la desaparición oportuna de Juan Camilo Mouriño, había sido su principal competidor político por las confianzas de Calderón: el famoso Policía de Titanio, a la sazón poderoso secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, coincidentemente, actual aportador y coordinador de la campaña presidencial de Margarita, la del rebozo mordido.
Y sí, a partir de aquél escabroso 4 de noviembre del 2008, el Policía de Titanio se convirtió en el fruncionario más poderoso del calderonato. Era el invencible. Al grado de que se encargaba de repartir los presupuestos de seguridad sobrantes a los mendicantes secretarios de la Marina, de la Defensa Nacional y de todas las policías del país.
Protegido por EU, ahora ordena en la campaña de La Calderona
Se convirtió también en el interlocutor privilegiado con todos los carteles habidos y por haber. En el definidor de parámetros del combate, en el tasador de los privilegios y embutes. En el todo, pues.
Gran negociador, García Luna, el que había desmembrado a las policías federales a base de acusarlas de corruptas, el Savonarola mexicano, en la cúspide del mando. Padrino de las grandes constructoras del calderonato, amo y señor de los moche$, inmune a la ley, por encima de toda justicia, trabajando para los gringos…
Hoy vuelve por sus fueros, al frente de la desquiciada aventura política de la pareja calderona, que tiene todo el respaldo de sus antiguos protegidos en la maña. Campaña que todavía se atreven a vociferar que ¡no tiene fondos!
Cuando, en efecto, lo que no tiene es fondo… ni justificación posible. Una campaña que deberá rendir cuentas sobre varios asuntillos pendientes. Deben salir a flote los cadáveres políticos panistas.
¿Usted qué hubiera hecho?, pregunta el que no pacta con la derrota, el que dice que va por carro completo, agazapado siempre en Los Pinos.
Índice Flamígero: Cierto, falso o lo que sea, la especie de que Josefina Vázquez Mota operó para EPN a cambio de mil millones de pesos ya prendió. Dicen bien los colegas cartonistas: por su participación en los “bisnes”, ya es miembro de número del Grupo Atracomulco. + + + “¡Los migrantes, nueva innovación alimentaria yanqui!”, titula don Rubén Mújica Vélez a su comentario: “Para cerrarle el paso a los ilusos peñistas que insisten en que con Trump se llegará a acuerdos mutuamente benéficos, solo queda leer la nota de La Jornada del 7 de marzo sobre las barrabasadas de Kelly, uno de los sicarios del hombre del peluquín anaranjado: ‘Si, estoy considerando separar a sus niños de sus padres si cruzan ilegalmente la frontera’. En otras palabras, al sufrimiento de los abusos contra los que buscan saciar su hambre sirviendo a los yanquis con jornales de esclavos, se agrega la sevicia sin freno. ¿Por qué no aplicar mejor la receta que formuló Jonathan Swift en Una Humilde Propuesta? En otras palabras para relevar a los padres angustiados por el imposible sostenimiento de sus hijos, sujetar a estos niños a un proceso idéntico al de las vacas o marranos: convertirlos en alimento humano. Seguramente así calmarían las ansias protagónicas, xenofóbicas, racistas y genocidas de Trump. Y se mantendría su arrogancia de poder.” No le dé ideas, don Rubén, por favor. No le dé ideas. + + + Don Alfredo Álvarez Barrón y El Poeta del Nopal –nuestra idílica dualidad– comentan sobre la actitud de La Calderona, quien en Washington pidió a EUA “que decida qué vecino quiere tener”, cuando esa decisión corresponde a los electores mexicanos:
Con el país en la lona,
y armándose de valor,
se ofrece al mejor postor,
¡ya ni la burla perdona!
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