Tomás Garrido Canabal murió de 52 años , en 1942. Ultimado por un cáncer fulminante cuando residía en Los Ángeles. En el momento en que sus cenizas iban a ser esparcidas sobre el suelo tabasqueño, Manuel Ávila Camacho, el Presidente católico, simplemente lo prohibió.
Era público que cuando Garrido arribaba a cualquier oficina que encabezara, el patio estaba atestado de seguidores, los saludaba y preguntaba en voz alta: “¿Hay Dios?”. La contestación de los presentes debía ser al unísono y en coro marcial: “¡No. Nunca lo hubo!”.
Cualquiera que quería entrar a trabajar con él, sabía que iba a tratar con el “enemigo personal de Dios”. Que, además, debía firmar una carta compromiso donde manifestara ser de la misma bandera y enemigo de que su familia practicara o asistiera a algún acto religioso.
Asimismo, responsabilizarse del castigo que debería infligirse en caso de que algún miembro de la familia atentara contra ese dogma, así como si llegara a beber alcohol, lograr encauzarlo para que purgara una condena carcelaria mínima de seis años.
Tabasco era un trópico fanático religioso. Al triunfo de la Revolución, Carranza envió como gobernador al general michoacano Francisco J. Mújica para que llevara a cabo una campaña “desfanatizadora” y metiera orden.
Mújica cumplió el encargo a conciencia; era un revolucionario químicamente puro. Para auxiliarse en sus tareas, nombró jefe del Departamento legal del Estado a Garrido, que había nacido en Catazajá, Chiapas. Una vez ungido, Carranza decidió que continuara el encargo.
Garrido, que era adicto al poder, se encariñó con el cargo y, en diversos períodos, fue gobernador de Tabasco tres veces y una de Yucatán. En el segundo período en el edén formó el grupo de Los Camisas Rojas, de inspiración fascista y nazi.
Sus hijos, Lucifer y Lenin; la sobrina, Luzbel
Los Camisas Rojas (vestidos con pantalón negro y camisa y cascos militares rojos) emprendieron la lucha persiguiendo a los católicos, cobrándoles las afrentas que éstos le habían infligido a los maestros rurales y a los educadores socialistas (cortándoles las orejas y la lengua). La ley del Talión –ojo por ojo, diente por diente– se impuso entre los fundamentalistas tabasqueños.
Garrido ordenó perseguir católicos, asesinar sacerdotes, clausurar todas las iglesias, obligar a los curas a casarse y prohibir el colocar cruces sobre las tumbas. Con severos castigos a quien se rehusara a obedecerlo. Había que corregir a los intolerantes, con más intolerancia.
Llamó a sus hijos varones, Lucifer y Lenin. Su sobrina respondía al nombre de Luzbel. Los toros y vacas de su rancho, se llamaban Dios, Papa, Jesús y María. Erradicó los nombres propios de la tradición judeo-cristiana y de cualquier creencia, de todos los calendarios, adónde estuvieran.
En 1934, siendo Garrido Canabal secretario de Agricultura de Lázaro Cárdenas, Los Camisas Rojas dispararon frente a la iglesia de Coyoacán sobre una multitud de católicos, quienes respondieron de igual manera y agredieron a los garridistas, con resultado de varios muertos y lesionados.
Esa fue la acción a partir de la cual su estrella empezó a declinar, merced a las protestas que se alzaron en todo el país. La gota que derramó el vaso fue la refriega contra los antigarridistas donde murieron 80 jóvenes, casi todos universitarios.
El arribo de “El Obispo” a Villahermosa, una treta
Garrido Canabal no pudo reponerse, renunció y partió a su exilio obligado. Ese fue el fin de la aventura garridista. La muerte lo sorprendió en un hospital de Los Ángeles, California. Un peso menos en la carga de Ávila Camacho.
La estrella de Rodulfo Brito Foucher, su enemigo declarado, comenzó a brillar. El 20 de junio de 1942 tomó posesión como rector de la UNAM. Con gran visión empezó a proponer que se construyera en terrenos adyacentes al capitalino Pedregal de San Ángel la nueva Ciudad Universitaria.
Garrido Canabal era un genetista visionario. Cuando trajo al mejor ejemplar de la raza indo brasileña para hacer un sólido pie de cría de doble propósito en Tabasco, se generó una gran expectación. El alboroto de la multitud congregada en los muelles de Villahermosa era porque llegaba “El Obispo”.
Cuando se descubrió que se trataba de un toro semental, se desató la ira de los vicarios, recrudeciendo los agravios cristeros. Los clérigos montaron en santa cólera , pues hasta ellos llegaron a pensar que desde Roma les habían mandado un Obispo, que hiciera posible reencauzar la evangelización en ese Estado. Cayeron en una magistral treta política.
El extraordinario novelista Graham Greene, pariente cercano del gobernador que precedió a Garrido Canabal, lo cuenta con lujo de detalles en su laureada novela El poder y la gloria, ambientada en esas tierras.
Y nuestra ganadería fue al gu$to de los gringos
Ya muerto Garrido, al secretario de Agricultura de Alemán, Nazario Ortiz Garza, “se le ocurrió”, para quedar bien con los gringos, que la raza indobrasil que había traído Garrido Canabal, era la causante de la epizootia de fiebre aftosa en los vacunos del trópico húmedo.
Todo era una engañifa del secretario de Agricultura. La fiebre aftosa producía granos en el paladar de los animales, que les impedía comer, y los mataba por desnutrición. Jamás se trató de una epizootia masiva que fuese a transmitir un virus infeccioso y mortal, incluso para los seres humanos .
Pero para los gringos, esa leyenda significaba música para sus oídos, porque con esa treta podían promover la instalación del terror ganadero y además, una Comisión ejecutora para barrer con la fiebre aftosa.
De paso, se iban a ver favorecidos los animales de la raza cebú Brahman americano, más chaparritos, menos eficientes, sin enemigo al frente, que “coincidentemente” ellos tenían esperando en sus corrales.
Los Brahman americanos jamás se acercaron siquiera un poco a los rendimientos que en leche y carne generaba el indobrasil. Además, el enorme cuerpo del cebú indobrasil lo hacía más resistente a las inclemencias climáticas y geográficas de la Costa.
Pero en el filme “Cebú”, estelarizado por Glenn Ford, los gringos enviaban una caravana de animales Brahman a su traspatio para beneficiar enormemente nuestros hatos y salvar a la ganadería tropical.
La misma receta que en los filmes de John Wayne relataban que los apaches y sioux, armados hasta los dientes, eran los que estaban exterminando a los valientes cowboys que sólo querían conquistar el Oeste, para quitarle lo salvaje, así, desinteresadamente .
“El vino también se puede hacer con uvas”
“Necesario”, así le llamaban, Ortiz Garza, se hizo acompañar en esa aventura furibunda contra el cebú indobrasileño por sus dos mozos de estoque que le abrían las puertas de su oficina: Carlos Abedrop, que después sería banquero rescatado por el Fobaproa, y Raúl Salinas Lozano, quien engendrara al virus mortal Salinas de Gortari.
La escabechina de animales de gran raza que causó el “rifle sanitario” fue de proporciones gigantescas. No quedó un solo ejemplar, ni para recuerdo. Desaparecieron en enormes fosas cientos de miles de cabezas de alto registro.
Los viejos ganaderos, conocedores de lo que se tramaba, escondieron los hatos de indobrasil en las tierras altas de las sierras tropicales, haciéndolos reproducirse de manera natural hasta que se fueron extinguiendo.
Los nuevos gerifaltes fueron orillados a meterse de cuerpo entero en el negocio del contrabando de semen del cebú, proveniente de Brasil. Lo trasladaban hasta en peroles lecheros, seguros de que las oficinas aduanales y agencias veterinarias no representaban ningún obstáculo a sus afanes progresi$tas. Cada dosis costaba mucho dinero.
Así se hicieron los nuevos campeones de esa raza vacuna, galardonados en las exposiciones nacionales ganaderas. La historia del contrabando de semen, emparentada con la historia de otra cosa prohibida de común acuerdo: la cocaína. Mientras más prohibido y más riesgoso, más caro.
Afortunadamente, ni Nazario Ortiz Garza, ni Tomás Garrido Canabal vivieron su época de gloria cuando debía tomarse la decisión de imitar o no la legislación prohibicionista norteamericana sobre el alcohol. Sus tretas hubieran sido más que aciagas, nefastas.
Hubieran convertido al país en una sarracina, un poco peor que la que vemos, pero cien años antes. No hubiéramos vivido para contarlo.
En su lecho de muerte, minutos antes de expirar, don Nazario, el dueño de los giros vitivinícolas más importantes del país, pudo juntar a sus familiares cercanos para confiarles un último secreto: ” el vino, hijos, también se puede hacer con uvas”.
La frase era la expresión más acabada de un “Titán del alambique”, favorecido por los gruesos financiamientos de dinero público para hacer florecer a como diera lugar los negocios vinateros –“vino” de caña de azúcar– coahuilenses. Total, ya habían arrasado a la antigua aristocracia pulquera. Otra treta de políticos y negociantes.
Índice Político: Los nuevos camisas rojas son los priístas… ¡Pero sólo por la vestimenta!
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Entre tanta historia pagada y espontanea, surgen las falacias. La historia la escriben los vencedores. Por eso es menester que el pueblo sea educado para que tome conciencia de que la verdad es la mejor arma para que los pueblos se superen.
GARRIDO CANABAL y sus camisas rojas han sido zatanizados por los politicos priistas, despues de que Carlos A. Madrazo, hechura de Garrido, quiso democratizar al PRI y que poco despues muriera en un “accidente aéreo” segun dicen ordenado por LEA.
Como todo politico, tiene cosas buenas y malas en su haber, y los tabasqueños saben que es cierto y que es falso, por eso para conocer la historia de Tabasco hay que ir allá. Tabasco ya no es el edén.