RODOLFO VILLARREAL RÍOS
De manera automática cuando leemos o escuchamos la palabra fascismo, inmediatamente, la relacionamos con Benito Mussolini. Por omisión o desconocimiento, nos olvidamos de que hubo otros quienes comparten la paternidad de tal aberración, eso es lo que dilucidamos tras de leer un volumen que adquirimos hace tiempo, pero que parecía habérsenos escondido.
Nos referimos a la obra, publicada en 2014 y ganadora del Premio Pulitzer, “The Pope and Mussolini. The Secret History of Pius XI and the Rise of Fascism in Europe” (“El Papa y Mussolini. La historia secreta de Pío XI y el ascenso del fascismo en Europa”), escrito por el historiador y antropólogo estadounidense David Israel Kertzer quien es profesor en Brown University, especialista en la historia religiosa, demográfica y política de Italia.
Estamos ciertos de que abordar el contenido de un ejemplar como este no es precisamente una vía para ganar indulgencias, pero para este escribidor a quien expulsaron del catecismo a los siete años por hacer preguntas incomodas con aromas hegelianos, sin saber sobre la existencia de Hegel, eso no tiene trascendencia. Nosotros no armamos la historia, nos limitamos a analizarla y plantear nuestro punto de vista. Vayamos al tema en cuestión.
Para ubicar el contexto histórico, precisemos que el ciudadano Ambrogio Damiano Achille Ratti fue investido, el 6 de febrero de 1922, como el papa Pío XI función que ejerció hasta su muerte el 10 de febrero de 1939. Esta persona fue quien, a través de la encíclica Iniquis afflictisque (18-XI-1926), dio el banderazo de salida para que un buen número de católicos mexicanos se lanzaran en contra de quienes no compartieran su perspectiva religiosa, dando origen a la reyerta inútil que costaría cien mil vidas y en donde la razón se fue de paseo para ambos bandos. Por su parte, Benito Amilcare Andrea Mussolini fundó el Partido Nacional Fascista el 9 de noviembre de 1921 y tras de la Marcha de Roma, el 30 de octubre de 1922, el rey de Italia, Víctor Emmanuel III lo nombró primer ministro cargo que desempeñó, hasta el 25 de julio de 1943.
En ese lapso, contó con el apoyo del pueblo italiano fanatizado, la milicia, los hombres de negocios, la extrema derecha y, por supuesto, los jerarcas de la Iglesia Católica. Posteriormente, el 23 de septiembre de ese año, se convierte en duce (jefe) de la República Social Italiana hasta que, en abril de 1945, es ejecutado.
A lo largo de 549 páginas, sustentado en fuentes primarias, entre otras los archivos del Vaticano, con un lenguaje claro y una escritura ágil, Kertzer nos lleva a un recorrido por los entretelones de lo acontecido en los días en que a la Iglesia Católica no le importó asociarse con uno de los sujetos más repugnantes de la historia mundial. Desde la perspectiva de dicha institución, o mejor dicho de sus jerarcas, todo era válido si gracias a esa alianza era factible recuperar los privilegios perdidos desde la unificación de Italia. Aquí, hagamos un paréntesis.
Dicha unificación, se inicia al momento en que Giuseppe Maria Garibaldi entrega, el 26 de octubre de 1860, los territorios del Reino de Cerdeña al rey Vittorio Emanuel II quien gobernaba el Reino de Piamonte. Posteriormente, mediante referéndums, se incorporarían el Reino de las Dos Sicilias y la mayor parte de los Estados Pontificios. Así, el 17 de marzo de 1861, se da la proclamación del Reino de Italia con capital en Turín. En 1865, la cambiarían a Florencia. Solamente quedaban por incorporar la región del Lacio y Roma. Finalmente, el 20 de septiembre de 1870, se logra la conquista de Roma y entonces, Giovanni Maria Mastai-Ferretti, Pío IX, quien bendijo la venida de Maximiliano, se declaró prisionero del Vaticano y, a partir de ese momento, se negó a salir de ahí alegando que le habían quitado territorios que le fueron otorgados por la vía divina (¡!). La lucha entre la Iglesia Católica y los gobiernos de Italia durarían durante los ejercicios de Gioacchino Vincenzo Raffaele Luigi Pecci, León XIII (20-II-1878 a 20-VII-1903); Giuseppe Melchiorre Sarto, Pío X (4-VIII-1903 a 20-VIII-1914); y, Giacomo Paolo Giovanni Battista Della Chiesa, Benedicto XV (3-IX-1914 a 22-I-1922). Pero en este año último se conjugarían la presencia de dos personajes ávidos de poder, Ratti y Mussolini, dispuestos a “flexibilizar” creencias para lograr objetivos.
Acorde con la narrativa de Kertzer, al iniciar su gestión, Ratti se mostraba reticente a reconocer a Mussolini. Sin embargo, al ver como el pueblo italiano vivía una fascinación soñando que con Mussolini recuperarían los años de gloria alcanzados durante el Imperio Romano y analizando las características del tal Benito, decidió sumarse para obtener beneficios.
Pero no sería el único, el editor de la revista jesuita “La Civilta católica”, Enrico Rosa, días antes de la Marcha de Roma publicó un editorial en el cual mencionaba que “el movimiento fascista era anticristiano, encabezado por un hombre siniestro, …el esfuerzo fallido del liberalismo viejo, de Masones, industriales ricos, periodistas, políticos de colmillo retorcido y similares”. Cabe mencionar que, en esa publicación desde su fundación en 1850, durante los días de Pío IX, no aparecía nada sin antes tener la aprobación del secretario de estado en turno del Vaticano. No obstante, lo furioso del editorial, en cuanto el superior general de la Sociedad de Jesús (1915-1942), Włodzimierz Halka Ledóchowski, se percató de que los vientos cambiaban, le ordenó a Rosa trocar su perspectiva.
Para ese momento, Pío XI ya había advertido “que, a pesar de sus diferencias, [él y Mussolini] compartían valores muy importantes. Ninguno tenía simpatía por la democracia parlamentaria. Ninguno creía en la libertad de expresión, ni en la de asociación. Ambos percibían al comunismo como una amenaza. Ambos pensaban que Italia estaba sumida en una crisis y el sistema político prevaleciente no tenia salvación”. Si esto luce parecido a las palabras de cierto líder contemporáneo, ya puede explicarse porque invoca frecuentemente al tal Benito quien, por cierto, aun cuando permanentemente no vivía en un palacio, un día sí y otro, también, visitaba el Palazzo Venezia en donde albergaba a su amante Clara Petacci Pero, retornemos a 1922.
Pío XI le comenta al fundador de la Universidad Católica de Milán, Agostino Gemelli, con respecto a Mussolini: “Elogiarlo, no. Pero una oposición organizada abierta no es una idea adecuada, tenemos muchos intereses que proteger…. Hay que mantener los ojos abiertos”. En el número siguiente de “Civilta”, Rosa escribía: “Cuando un gobierno está legítimamente constituido, aun cuando al inicio haya presentado defectos o haya sido cuestionable en formas varias… es nuestra obligación apoyarlo ya que el orden publico y el bien común lo demandan”. El pragmatismo en toda su extensión. Así, era sellada la mitad de la alianza.
Para finales de 1922, Mussolini restauró los privilegios que la Iglesia Católica gozaba antes de la unificación.
Ordenó que se colocaran crucifijos en las aulas, en los recintos judiciales y en los cuartos de hospital. “Decretó que era una felonía insultar a un sacerdote o hablar mal de la religión católica. Restituyó la presencia de capellanes católicos en las unidades militares; incrementó los apoyos pecuniarios a sacerdotes y obispos,…demandó que se enseñara la religión católica en las escuelas primarias. Bañó a la Iglesia con dinero para reconstruir los templos”. Para cerrar el círculo, hizo que su esposa, mucho más antirreligiosa que el duce, e hijos fueran bautizados. Ahora sí, a gozar del amancebamiento.
Kertzer nos relata como los asuntos oficiales entre el Estado Italiano y el Vaticano se realizaban entre el encargado del área de relaciones exteriores del primero y el secretario de estado del segundo, Pietro cardenal Gasparri. Pío XI y Mussolini, sin embargo, tenían comunicación vía el jesuita Pietro Tacchi Venturi un ser de mirada diabólica quien percibía a “la plutocracia mundial judeo-masónica como el enemigo mayor que la Iglesia enfrentaba”. En abril de 1924, se efectúan elecciones y los fascistas obtienen 275 asientos lo cual les da la mayoría absoluta frente a los 39 del Partido Popular; 46 de los socialistas y 19 de los comunistas.
Dado que ya eran dueños de la situación, no admitían el menor cuestionamiento, cuando al fundador del Partido Unitario Socialista, Giacomo Matteotti, se le ocurre intentar denunciar la corrupción de Mussolini, los seguidores de este lo secuestran y le dan muerte. En ese momento, el liderazgo de Mussolini se tambalea hasta el grado de hacerlo pensar que todo estaba perdido. Sin embargo, no contaba con que su socio no habría de abandonarlo y, una vez más, utilizando a Rosa como la pluma fantasma, el mismo Pío XI corrigió el artículo que aparecería en la “Civilata cattolica” absolviendo al duce de ser el responsable del crimen.
En el libro, se narra cómo se daban las negociaciones entre las dos entidades, el nombramiento de embajadores, las aventuras extramaritales del tal Benito, y cuando, en abril de 1926, Mussolini sufre un atentado, Ratti declaró que se había salvado “gracias a que gozaba de la protección especial de Jesucristo”, tenemos tres palabras para calificar las diez previas, pero por respeto a usted, lector amable, nos abstenemos de escribirlas.
Finalmente, en agosto de 1926 dan inicio las negociaciones para que concluya el alejamiento oficial entre ambas instancias, El negociante por parte de la Iglesia Católica fue el abogado Francisco Pacelli, hermano de Eugenio, cuyo padre fue un abogado cercano a Pío IX. Durante los 18 meses siguientes, se negociaría hasta concluir, el 11 de febrero de 1929, cuando Gasparri y Mussolini firman los Tratados de Letrán en el edificio adjunto a la Basílica de San Giovanni in Laterano.
Aun cuando no forma parte del texto de Kertzer, si alguien se pregunta por qué ese sitio, recordemos que esa fue la primera basílica que se mandó construir cuando Constantino El Grande convierte al catolicismo en la religión oficial del imperio. El edificio fue consagrado por el papa Silvestre (314-335) en el año 324. Así que ningun lugar mejor para oficializar el nacimiento del Estado Vaticano que el mencionado.
A partir de ese momento, tanto Ratti como Mussolini se consideraron lo suficientemente fuertes como para consolidar su poder. Eso, da pie a que continuamente se presentaran discrepancias entre ellos, pero los intereses los hacían mantener las relaciones y negociar para resolver las divergencias mismas que no siempre eran pacificas. Los seguidores del fascismo y los miembros de la Acción Católica tuvieron varios enfrentamientos que culminaron violentamente.
En mayo de 1931, Mussolini ordena cerrar todas las instalaciones de dicha organización ante el disgusto de Pío XI, para ese momento Gasparri ya no era el secretario de estado, en febrero de 1930, fue reemplazado por Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli. Sin embargo, en medio de la crisis de 1931, un grupo de cardenales consideraron que este era demasiado débil y recurrieron a Gasparri para que fuera a negociar con Mussolini y tratara de apaciguarlo. Por un lado, Pío XI buscaba forzar que su socio, Mussolini, revirtiera la suspensión de Acción Católica, inclusive emitió la encíclica Non abbiamo bisogno (Nosotros no tenemos necesidad) negando que dicho grupo fuera responsable de los ataques antifascistas.
A la par, Tacchi Venturi negociaba un acuerdo con el duce logrando que en septiembre se firmara bajo la premisa de que Acción Católica estaría sujeta a la autoridad de losa obispos en cada localidad. Estas discrepancias no impedían que Ratti y Mussolini estuvieran convencidos de que los mayores enemigos de ambos eran el comunismo, los judíos, los masones y los protestantes. Exactamente, tres años después de la firma de los Tratados de Letrán Mussolini visitó Pío XI lo cual resultó en una reunión que les permitió intercambiar sus puntos de vista y dejó al duce muy complacido.
Para inicios de 1933, a mil quinientos kilómetros de distancia, aparecería otro sujeto que compartía dichos “valores”, era la bestia austriaca a quien se identifica como Hitler. Si bien, inicialmente, Ratti no tenía una opinión muy favorable sobre la bestia austriaca, en cuanto este declaró en contra del comunismo, Pío XI lo calificó como “el primer estadista que, después del papa, alza su voz en contra del bolchevismo”. El austriaco respondió con elogios declarando que “las iglesias del cristianismo eran el factor más importante para mantener nuestra identidad nacional”.
La empatía llega a tal punto que para el 20 de julio de 1933, el cardenal secretario de Estado Eugenio Pacelli y el vicecanciller alemán Franz von Papen estaban firmando el Concordato del Reich. Pronto, sin embargo, Pío XI empezaría a percatarse de su error cuando la bestia inició sus ataques en contra de la Iglesia Católica y a sustituir las juventudes católicas con las nazis. En medio de ese relato, Kertzer nos revela algo muy pocas veces mencionado, por la mente de Pío XI pasó la idea de excomulgar a una de sus ovejas descarriadas, la bestia austriaca (a) Hitler quien profesaba la religión católica, algo que para nosotros representa una novedad.
Pero eso no era obstáculo para que entre la bestia y el duce se consolidara la admiración. El primero tenía en su oficina un busto del segundo y este viajó, en septiembre de 1937 a Múnich en donde fue objeto de grandes celebraciones. A su regreso, las acciones que emprendió hicieron que Ratti se percatara que cada vez trataba de parecerse más a su huésped. Cuando, en mayo de 1938, la bestia austriaca visita Roma, Pío XI ya lo consideraba el más grande enemigo de su institución y se negó a recibirlo. Ello, no impidió que Mussolini, durante siete días, lo hiciera objeto de homenajes, después de todo ya eran socios como resultado del acuerdo que firmaron en 1936 mediante el cual se ligaban militar y políticamente ambos países. Tras de la visita, si bien el italiano se rehusó a combatir a la Iglesia Católica, estuvo de acuerdo en emprender una campaña en contra de los judíos.
En medio de una salud deteriorada, Pío XI se mostraba cada vez más irascible, incluido con sus mas cercanos. En ese contexto, estuvo de acuerdo con las propuestas de Mussolini como no permitir el matrimonio entre judíos y católicos e inclusive entre conversos y católicos, pero discrepaba en cuanto a las medidas en contra de los miembros de Acción Católica. La disputa escaló a un grado tal que ordenó a uno de los subsecretarios del estado vaticano de nombre Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, que preparara un comunicado de protesta.
El mismo que tiempo después conoceríamos como Paulo VI (21-VI-1963 a 6-VIII-1978). El escrito no mostraba objeción alguna con respecto al asunto de los judíos, pero protestaba porque a los miembros de Acción Católica no se les permitía pertenecer al Partido Fascista. Al leerlo Pacelli consideró que no debería de enviarse al duce y convenció a Ratti de que no lo hiciera.
El jesuita Tacchi Venturi fue a comunicárselo a Mussolini para iniciar negociaciones. Finalmente, el 16 de agosto de 1938, se logró un acuerdo, se restituían los derechos de los miembros de Acción Católica y se destituyó a quien venía fungiendo como su jefe. Sin embargo, permanecían las medidas en contra de los judíos que no serían más duras que las que se acostumbraba a infligir durante los tiempos de los Estados Papales, la piedad cristiana “at its best”. Esto último fue motivo de regocijo para un par de publicaciones, L’ Osservatore romano y Civilta católica. Los jesuitas se vieron muy complacidos de que se castigara a los judíos por quienes nunca han sentido la menor simpatía.
Para finales de 1938, la campaña en contra de los judíos se acrecentaba en Italia, y las relaciones entre un muy enfermo Pío XI y Mussolini empeoraban. De no haber sido por la intervención de Pacelli aquello hubiera terminado en una confrontación abierta. El secretario de estado no hacia nada de gratis, “cultivaba su tierrita” para cuando llegara lo inevitable.
Para febrero de 1939, cuando se celebraría la década primera de la firma de los Tratados de Letrán, la salud del ciudadano Ratti era precaria, pero no dejaba de ser combativo y una disputa se originó sobre cómo se darían los festejos. Aunado a ello, Rosa preparaba el texto de una encíclica en contra del racismo de a cuál solamente terminó la versión primera, pues falleció en el escritorio víctima de un paro cardiaco. Cuando el papa cuestionó al respecto al superior general de los jesuitas, Ledóchowski, este argumentó que tras leer el texto consideraba que le faltaba ya que no reflejaba lo que él había tratado de expresar.
Conforme se acercaba el 11 de febrero, la salud de Ratti empeoraba, pero aun así preparó el texto que leería en la ocasión. Sin embargo, el 10 de febrero a las 5.30 horas todo terminó y Pacelli se dio a la tarea de esconder los textos que aparecerían, parcialmente, en febrero de 1959 cuando Angelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII (28-X-1958 a 3-VI-1963), da a conocer los pasajes que criticaban al régimen fascista como una forma de proteger a Pío XII de que el ocultamiento lo realizó para encubrir a Mussolini. El texto completo se conocería hasta 2006.
Tras de la muerte de Pío XI, se elige su sucesor a Eugenio Pacelli, Pío XII (02-III-19139 a 9-X-1958), y una vez que Italia se ve inmiscuida en la Guerra Mundial, la controversia rodea al pontífice romano a quien algunos culpan de que nada hizo por proteger a los judíos en Italia cuando fueron arrestados y mantenidos bajo custodia, por los alemanes, en un sitio cercano al Vaticano antes de llevarlos a Auschwitz. Con la llegada de Pacelli, Mussolini pensó que mejores tiempos le vendrían.
Sin embargo, cuando las cosas en el campo de batalla no funcionaron para el ejercito italiano, la misma población que tiempo atrás lo idolatraba, le dio la espalda. El 24 de julio de 1943, Mussolini fue destituido y al día siguiente arrestado hasta que su antiguo socio, la bestia austriaca, lo mandó rescatar y el 23 de septiembre se creó la Republica Social Italiana, una entidad titeretada por los nazis que duraría hasta finales de 1945 cuando Mussolini es apresado en Dongo por un grupo de partisanos comunistas.
El 28 de abril de 1945, junto con su amante Clara Pettaci, es ejecutado y posteriormente sus cuerpos colgados en la Piazza del Loreto en Milán. Para entonces sus socios del ayer no querían ni acordarse de él. Pío XII buscaba que no le recordaran sus intervenciones a favor del duce y el fascismo y el resto de la curia, pues si te veo, ni me acuerdo. Una historia que se repite una y otra vez, pero que los gobernantes civiles, a todos los niveles, alrededor del mundo no aprenden.
Tras de finalizar la lectura del libro, escrito muy bien por David I. Kertzer, “The pope and Mussolini. The Secret History of Pius Xi and the Rise of Fascism in Europe”, no tenemos la menor duda de que la paternidad del fascismo es compartida por cuatro personajes, el duce Mussolini, el jesuita, Tacchi Venturi, el papa Pío XI y Eugenio Pacelli, después Pío XII. Pero esa es nuestra perspectiva, si usted lector amable revisa este volumen, el cual recomendamos ampliamente, podrá comprobar si nuestro punto de vista es correcto o no. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.13.36) Lo que acontece en Chiapas, Michoacán, Campeche y Guerrero es un ejemplo de que la equidad de género per se no es garantía de nada. Los cargos públicos deben de ser ocupados por las personas más capaces y no para cubrir cuotas cuyo objetivo es emparejar la situación en función de cromosomas xy o xx.
Añadido (24.13.37) La pregunta que nos surge es: ¿Por qué el ciudadano Bergoglio Sivori no realizó comentario alguno con respecto a la declaratoria del presidente de los EUA, Joseph Robinette Biden Jr, quien empalmó la celebración del Domingo de Resurrección con el “Transgender Day of Visibility”? ¿Será que juegan con la misma agenda? En fin, ese es un asunto para que los católicos lo diluciden, pero no dejó de llamarnos la atención.
Añadido (14.13.38) El gallito carioca ahora mostró que ni siquiera sabe contar. Clamó que en la confrontación en Gaza han muerto 12.3 millones de niños cuando entre Gaza e Israel la población apenas llega a once millones de personas. Como mencionara el canciller israelita, Israel Katz, “There should be a law that every person who wishes to become president must learn to count” (“Debería haber una ley según la cual toda persona que desee ser presidente debe de aprender a contar”). Pero se nos olvidaba, para la izquierda, las matemáticas son un asunto fifí.