El pasado 6 de junio, se recordó un aniversario más de la “Diáspora Tlaxcalteca”, momento crucial en la conformación de la Nación Mexicana. En aquella jornada en 1591, a iniciativa del virrey Luis de Velasco hijo, cuatrocientas familias tlaxcaltecas, partieron del convento de Nuestra Señora de las Nieves, a las orillas del río Zahuapan y de la propia ciudad de Tlaxcala hacia el norte del país. En su periplo fundaron ciudades y esparcieron el mestizaje, no en vano ciudades como Saltillo, tienen una honda raíz tlaxcalteca. Lo anterior nos lleva a reflexionar en torno a las raíces que nos unen como pueblo mestizo con España y a la compleja relación bilateral a partir de 1821, pero sobre todo hacia los retos para robustecer la concordia hispano mexicana.
Al conmemorar el quinto centenario de la batalla de Centla en el 2019, la particular retórica de la Dra Beatriz Gutierrez Muller, hoy por cierto aspirante a súbdita del rey Felipe VI, azuzó el talante de resentimiento que se le suele atribuir al ex presidente López Obrador, quien antes del torpe desencuentro con España, presumía sus raíces familiares con Ampuero en Cantabria. La rudeza de la medida, exacerbó una corriente de hispanofobia entre los afectos a la Cuarta Transformación, pero también, el rechazo a la misma de quienes se han dado la oportunidad de ser objetivos.
Bien dijo Don Miguel León Portilla, uno de los máximos referentes del pensamiento náhuatl que: “si un mexicano odia lo español, se odia a sí mismo”. En efecto, honrar nuestro legado hispánico no se contrapone, ni significa renunciar a la orgullosa raíz precortesiana. La cual, subsiste no sólo a través de la identidad y la memoria histórica, sino también de la cotidianidad que se refleja en el color de nuestra piel de bronce, en la gastronomía, en el paisaje, en los niños que cantan el himno nacional en náhuatl y en los mexicanismos incluidos en el diccionario de la RAE, por tan solo mencionar algunos elementos.
Cuando México se independizó, fue necesario justificar la emancipación, y por lo tanto surgió el discurso en contra de la antigua metrópoli y a favor de una corriente de mexicanidad. Se dieron también desencuentros mutuos como lo fue por parte de España, retener San Juan de Ulua o él intento de reconquista en 1829, por México, la expulsión de peninsulares y el asesinato de españoles en San Vicente y Chiconcuac en 1856. Pero también encuentros tales como el firme apoyo del General Prim a Juárez en 1862 y la avenencia que se dió durante el porfiriato, donde si bien se consolidó un genuino nacionalismo mexicano, también se selló la reconciliación con España. El siglo XX vio a su vez, la llegada de corrientes de migrantes y refugiados españoles, el apoyo mexicano a la II República y por ende la ruptura con Franco y finalmente la magnífica reanudación de relaciones diplomáticas en la recta final del siglo.
Cuando el matrimonio presidencial en 2019, exigió disculpas por parte de la corona española y de la Santa Sede a México y a los pueblos originarios, no tuvo a la mano a ningún historiador que los ilustrará de que España y México signaron en 1836, el Tratado de Santa María-Calatrava, cuya denominación oficial fue “Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y S.M.C. la Reina Gobernadora de España”. De igual forma, San Juan Pablo II en 1992, Benedicto XVI en 2007 y Francisco en 2015, pidieron perdón a los pueblos originarios de América por los abusos cometidos por la iglesia.
Sin embargo, ante todos estos incidentes, ha sido España y no el Estado Mexicano, quien ha dado pasos firmes a favor de restaurar nuestra obligada fraternidad. En jornadas recientes se anunció el otorgamiento de Premios Princesa de Asturias a la fotógrafa Graciela Iturbide así como al Museo Nacional de Antropología. Si bien es cierto que el premio se otorga a la capacidad de la persona o entidad galardonada y no en función a su lugar de origen, no deja de ser un reconocimiento y una distinción al talento y a la cultura de México. De igual suerte, la semana pasada el buque escuela Juan Sebastián Elcano, atracó en Nueva York, ahí la dotación del bergantín español, ofreció en cubierta un sentido homenaje al “Cuauhtémoc”, así como a los cadetes fallecidos y heridos en el reciente accidente, entre quienes rindieron homenaje a los marinos mexicanos, se encontró la Princesa Leonor, heredera al trono español.
Desafortunadamente la Presidenta de la República, ha seguido la línea de su antecesor, y en vez de reconocer los gestos de España, por cierto un puente de plata para estrechar nuestros lazos en todos los campos, manifestó que sigue en espera de las disculpas por parte de Madrid. De cualquier forma, más allá de la política y la descortesía, deben prevalecer las razones de Estado y una relación de sangre e historia de poco más de medio milenio de antigüedad. En contrapartida, singular lo es también, que alrededor de estos gestos de altura, se encuentra la figura de la Princesa de Asturias, lo cual da cuenta de que la apuesta de España con México, no solo es hacia el presente sino particularmente hacia el futuro.