De memoria
Carlos Ferreyra
Acudí a la orden del líder del Senado, Antonio Rivapalacio.
Tomé asiento frente a su bonita mesa de trabajo y lo escuché:
—Sus amigos periodistas están muy enojados, dicen que colocó un cartel con la supuesta circulación de sus medios. Afirman que los datos son mentirosos.
—Don Antonio, son daros comprobables que proporcionó la Secretaría de Gobernación en base al papel adquirido, el papel revendido en bruto y el utilizado para impresión de cada periódico.
Le hice una breve descripción del asunto. Por uno de esos medios ateos, que ven la luz cuando Dios se descuida, llegó a la fuente una jovencita recién egresada de escuela de periodismo patito o gansito, es lo mismo.
La niña, pretensiosa, mal educada, se sentía reportera, inteligente y bonita. No cumplía con esas expectativas, pero se distinguió pronto por agresividad, violencia verbal y gestos despectivos hacia sus interlocutores.
Entraba a la Oficina de Prensa, se apropiaba del escritorio del coordinador, o en actitud insolente, retadora, se sentaba en el escritorio con ambas piernas arriba.
Era necesario ponerla en su lugar en la forma más adecuada posible. Pedí a Gobernación la lista de circulación de medios, la coloqué bajo el vidrio que cubría la mesa de trabajo y reventé.
La niña en cuestión llegó, colocó su tafanario sobre el escritorio, le pedí que se moviera porque tapaba el documento que muy escasos habían notado.
La joven aspirante a informadora, se movió, miró el papel y su gesto de furia fue graciosísimo.
No le di tiempo a decir nada. Señalé el documento, apunté al renglón donde estaba su medio y le pregunté:
¿Tú crees que por pinches tres mil ejemplares, voy a seguir aguantando tus majaderías, de las que ahora haces víctima hasta a tus compañeros…?
Se armó un escandalito más que regular. Varios senadores, curiosos, bajaron a mirar la tabla que enlistaba a los dizque principales medios de circulación nacional.
Aquí dos corchetitos, muchos periódicos, Novedades por ejemplo, llegaban a Toluca o Pachuca y nada más, la edición de quince mil copias no daba para más.
Los legisladores estaban de fiesta cuando les aclaré que esos eran los números editados, pero no los que circulaban y mucho menos los vendidos.
Otro corchetito.
Atrás de la adquisición oficial de papel, se movía un negocio paralelo. El medio adquiría papel para quince mil ejemplares, imprima tres mil y vendía a los marginados o castigados los restantes cuyo monto, completo, paraba en bolsillos de Don Dueño.
Ejemplo maravilloso, el de la Cadena García Valseca que compraba pero nunca pagaba y a su vez, surtía a medios de provincia sin crédito oficial.
Caso emblemático, salió a circulación Proceso y claro, sin respaldo para comprar papel. Creo recordar que Impacto se hizo cargo y le vendió lo suficiente para salir a la luz pública.
Como casi siempre fue, Excélsior era el papá de Tarzán, el suegro de Chita. Su declaración notariada superaba los cien mil ejemplares y nada…
De acuerdo con venta de copias, lugares de circulación y devoluciones, Gobernación establecía en 60 mil ejemplares impresos y distribuidos, de ninguna manera vendidos.
Haba otros como El Día, simbólico; El Heraldo, imaginario; Novedades, inexistente; El Universal, en la lucha con alrededor de 25 mil de tiraje.
Profesionales del cuento, los reporteros se defendían ante los legisladores relatando servicios por cable o ediciones regionales.
La verdad monda y lironda: los periódicos circulaban más en las síntesis noticiosas. Con ciertas restricciones, claro.
Una síntesis en una institución, centraba la captura de recortes en los asuntos de competencia directa y en el titular. Así, resultaban incompletas, parciales. Y por eso se llamaban carpetas de recortes.;
En el Senado el periodista Joel Hernández Santiago, también a cargo del área editorial, estructuró el único documento válido para conocer al detalle la marcha política, económica y social del país.
Resumía la información, misma que al final tenía el recuento de los medios donde se había publicado, la página y algún otro dato complementario.
Del abanico de recortes, seleccionaba el más completo, el mejor desarrollado y lo incluía en la carpeta.
Así se trataba de un documento manejable e indudablemente completo para saber la marcha de la Nación.
Los legisladores podían apreciar su reflejo en los medio, además de las citas al pie de cada resumen, en un índice onomástico.
Desperté de mi ensueño. Con su voz de tonos suaves pero firmes, escuche la orden:
—Quítelo, ya cumplió con su propósito…