CUENTO
Érase una vez un país muy “cool” llamado México, en el cual existía una empresa nacional llamada “COMEX”, o sea Cocacolas Mexicanas. Esta industria, a la que muchos pericos del gobierno les gustaba canturrear como patrimonio de los mexicanos, era la que producía y proveía el material necesario para muchas de las cosas para la vida diaria de los mexicanos. Con este material y todos sus derivados se construían desde zapatos hasta aviones.
Éste país, que era muy rico en yacimientos de coca-cola, también llamado “oro negro”, rápidamente se volvíó un asco y una porquería. La mayoría de sus habitantes y su territorio se volvieron unos fenómenos. Mientras que el país era muy rico en coca-cola, casi toda su población vivía en la pobreza, y otros más en la vil miseria. Ah, pero eso sí, todos esos brutos que gobernaban no dejaban de repetir: “Comex es de los mexicanos”.
¡Puras patrañas! Todos eran unos brutos y unos ladrones, unos más que otros, pero brutos y ladrones al fin y al cabo. Todos eran unos loros que gastaban mucha saliva en decir puras idioteces. Todos se peleaban y se descalificaban entre sí, pero dentro de todo este grupo -como ya se ha mencionado- también habían unos cuantos despistados o perdidos que no paraban de defender y repetir que comex era de los mexicanos, luego sacaban cuentas y senteciaban que a cada mexicano, si comex se vendía, les debía de tocar no sé qué cantidad de pesos -algo así como a ciento cincuenta. ¡Qué gran fortuna!
La clase política de puros imbéciles seguía gobernando y engañando a sus pobres lelos e ingenuos conciudadanos, sin embargo no imaginaban que de entre todos estos melones surgirían unos cuantos listos, que luego serían conocidos como “los huachi-cocacoleros”, los cuales tomarían herramientas en sus manos para después ir a “robar” la cocacola de sus ductos que yacían enterrados por todo el territorio miserable de este país.
Después de tantos años, por fin unos cuantos ladrones les robaban a otros muchísimos ladronsotes. Cuando todo esto lo de la ordeña de la cocacola se descubrió un día, todos los imbéciles ladronsotes pusieron el grito en el cielo, como si ellos fuesen unos santos puros, y como si en su país jamás hubiesen sucedido cosas mil veces peores.
Había que verlo para creerlo, cómo un país tan idiota como éste no era un cuento inventado por alguien no tan zopenco. Había que verlo para creerlo, cómo en este país sí existían gentes que pensaban y razonaban, pero los cuales no podían hacer nada para cambiarlo.
Y los huachi-cocacoleros habían tomado algo que de por sí les pertenecía -¿o es que comex no era de los mexicanos?-, a pesar de que muchos de ellos hayan explotado y quedado incinerados en el intento.
Porque la coca-cola era la chispa de la vida, así que era algo muy pero muy peligroso. Podía explotarte en la cara y así dejarte hecho cenizas, o carbón, como quedaron hechos muchos de los huachi-cocacoleros.
FIN.
ANTHONY SMART
Junio/21/2017