Por Aurelio Contreras Moreno
El escándalo que ha provocado la postulación del líder minero Napoleón Gómez Urrutia como candidato plurinominal del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) al Senado de la República, obligó al lopezobradorismo a salir a defender lo indefendible.
Los retruécanos “argumentativos” para defender la nueva puñalada de pragmatismo de Morena a sus supuestos ideales de “honestidad” y “combate a la corrupción” van desde que a Gómez Urrutia no se le han comprobado los delitos de los que se le acusa -el desvío de recursos del sindicato minero por 55 millones de dólares, así como encubrir la tragedia de la mina Pasta de Conchos, en la que murieron 65 personas-, hasta que el señor es un “perseguido político”.
Fue tan grande la indignación que provocó el regalo de una curul en el Senado para el líder minero que nunca en su vida trabajó en una mina, y que recibió la dirigencia del sindicato por “herencia de su papi” (¿dónde más hemos visto esto últimamente?), que el propio Andrés Manuel López Obrador tuvo que salir a dar una justificación ante semejante despropósito.
“Siempre he estado en contra de represalias tomadas desde el poder. Napoleón G. Urrutia ha sido perseguido y estigmatizando (sic) por propaganda oficial y oficiosa”, escribió López Obrador en su cuenta de Twitter, acompañado de un texto de uno de sus columnistas de cabecera haciendo un panegírico del líder sindical, a quien poco faltó para que lo postulara al premio Nobel de la Paz, y a partir del cual sus trolls en redes sociales han emprendido su defensa cibernética.
Las alianzas inconfesables de López Obrador no son algo nuevo. Lo ha hecho siempre mientras le han redundado alguna clase de beneficio. Recibió sin pudor en su regazo a Manuel Bartlett hace ya algunos años y también le regaló una senaduría. Ahora entre sus huestes hay una gran diversidad de antiguos integrantes de la “mafia del poder” que de pronto encontraron la “iluminación” de la “fe” lopezobradorista, se “arrepintieron” de su pasado salinista, zedillista, foxista, elbista y hasta calderonista (o al menos eso dicen), y recibieron la “bendición” de la nominación a cargos de elección popular.
Lo cierto es que, como buen ex priista, López Obrador está al tanto de los recursos económicos, materiales y humanos que tiene a su alcance un sindicato poderoso, como el minero, y ya no digamos el magisterial. No por nada su otra alianza nada disimulada con Elba Esther Gordillo, cuya ayuda rechazó en la campaña presidencial de 2006. Esta vez no piensa repetir ese “error”.
La defensa más socorrida de los legionarios de la doble moral es que en el PRI y en el PAN no son mejores.
Que también tienen en sus filas a personajes que en lugar de en una curul, deberían estar en la cárcel. Y no les falta un gramo de razón.
Sin embargo, el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha basado todo su discurso y toda su fuerza política en la promesa de una transformación del régimen. En el combate a la corrupción. En el hecho de ser diferentes del resto de la clase política podrida que medra con México. Pero ¿acaso se puede ser diferente rodeándose de la misma basura reciclada?
Si a esas vamos, tampoco a Fidel Herrera o a Javier Duarte se les ha comprobado todo de lo que se les acusa. Quizás pronto los veamos como plurinominales de Morena.
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