Astrolabio Político
Por: Luis Ramírez Baqueiro
“Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer”. – Ernest Hemingway.
En Veracruz, la tragedia volvió a poner a prueba no sólo la capacidad de respuesta del gobierno, sino también la fibra moral de su clase política y mediática. Las lluvias en el norte del estado dejaron devastación, angustia y pérdida, pero la tormenta más peligrosa no cayó del cielo: fue la que algunos sembraron desde la tierra, aprovechando el sufrimiento ajeno como si fuera mercancía electoral.
El caso más evidente es el de Movimiento Ciudadano (MC) y su ex candidato Emilio Olvera, quienes, incapaces de construir una propuesta seria, decidieron capitalizar el dolor de las y los damnificados. Su estrategia fue clara: manipular emociones, fomentar la desconfianza y convertir la tragedia en un escenario de linchamiento político contra la gobernadora Rocío Nahle García y la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. No hubo empatía ni compromiso, sólo cálculo.
Las críticas legítimas al gobierno son necesarias en toda democracia, pero lo que Olvera y compañía hicieron fue otra cosa: una operación de propaganda que buscó exacerbar el enojo ciudadano, difundir rumores y sembrar caos. Las llamadas, los mensajes coordinados, las publicaciones en redes desde cuentas falsas y los intentos por dramatizar la desesperación forman parte de una maquinaria que no pretende ayudar, sino desinformar. Es la política del ruido y la confusión, la misma que convierte la tragedia en espectáculo y el sufrimiento en herramienta electoral.
Esa falta de ética no sólo degrada la política, también hiere el tejido social. Cuando se manipula el dolor, se traiciona la confianza pública. Cuando se juega con la angustia de quienes lo han perdido todo, se cruzan las líneas de lo moralmente tolerable. En lugar de sumarse al esfuerzo de reconstrucción, estos personajes eligieron la revancha, el protagonismo vacío y el discurso incendiario.
Pero el problema no termina ahí. A este escenario se suman ciertos actores dentro del propio movimiento de la Cuarta Transformación que, por falta de disciplina o ambición personal, terminan confundiendo crítica con sabotaje. En vez de fortalecer el trabajo institucional, buscan reflectores y terminan siendo funcionales a los intereses de los adversarios. No entienden que gobernar exige visión, orden y coherencia, no impulsos ni grillas internas.
Y como si no bastara, a esta tormenta de intereses se añade un periodismo cada vez más dominado por el rencor. Algunos reporteros y columnistas han abandonado la ética y la búsqueda de la verdad para convertirse en agitadores de las redes. Sus textos ya no informan, sólo atacan. Sus fuentes son rumores, y su propósito, alimentar la desconfianza. En vez de acompañar a la sociedad con información veraz, prefieren incendiar con palabras y resentimientos.
El resultado es una mezcla explosiva: políticos sin principios, periodistas sin ética y oportunistas sin empatía. Una ecuación perfecta para el descrédito y el caos.
Frente a este panorama, la gobernadora Rocío Nahle García ha optado por el camino más difícil: trabajar sin estridencias, responder con hechos y mantener presencia en las zonas afectadas. Sin cámaras, sin discursos prefabricados, sin usar la tragedia como escaparate. Mientras unos buscan culpables, ella busca soluciones; mientras otros gritan, ella actúa.
Las tragedias naturales no las provoca ningún gobierno, pero sí revelan el carácter de quienes las enfrentan. Ante ellas, cada quien decide: ayudar o aprovechar, construir o destruir, servir o servirse.
El tiempo, como siempre, pondrá a cada quien en su lugar. Cuando la emergencia pase y la calma regrese, quedará claro quién ayudó y quién mintió, quién estuvo en tierra firme y quién se dedicó a agitar desde las sombras.
Veracruz merece mucho más que mercaderes del dolor: merece solidaridad, altura política y verdad. Porque sólo con verdad se honra a las víctimas, se reconstruye la confianza y se evita que la manipulación se vuelva una costumbre.
Al tiempo.
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