José Luis Parra
Vaya, vaya, vaya. Ahora resulta que desde hace dos años el almirante Rafael Ojeda denunció “problemas” en la Marina. ¿Y apenas se enteró la FGR? ¿O apenas se animaron a contarlo?
Alejandro Gertz Manero asegura que el entonces secretario de Marina fue quien pidió la investigación. No dio nombres, no especificó parentescos, no buscó proteger a nadie, dice el fiscal. Qué considerado.
Pero… si sabía desde hace dos años, ¿por qué no actuaron antes? ¿Qué se hizo con los informes de Ojeda? ¿Por qué esperaron a que reventara la bomba para salir a dar la cara?
Y, más delicado: ¿la orden de no actuar también vino desde Palacio?
Porque en temas castrenses, nadie más tiene voz de mando. El presidente es el comandante en jefe. Y si dos sobrinos del titular de Marina estaban involucrados en huachicoleo fiscal, como señala la investigación, ¿el alto mando no supo nada? ¿O supo y decidió esperar?
Dicen que los barcos no se hunden por el agua que los rodea, sino por la que les entra. Y en la Marina, el agua lleva nombre, apellido… y sangre.
Por eso ahora cuidan al almirante. No sea que, en un acto de redención institucional, se le ocurra hablar más de la cuenta. O que a alguno de los implicados le dé por cantar en inglés. Mister Trump y sus halcones podrían estar tomando nota. No hay mejor moneda de cambio que un escándalo con uniforme.
La historia, como en la política, tiene sus tiempos. Esta historia empezó hace dos años —según el libreto oficial—, cuando Ojeda alertó sobre irregularidades. Pero nadie recuerda un escándalo interno. No hubo purgas. No hubo decomisos espectaculares. Tampoco renuncias ni relevos.
Solo silencio. Y protección.
¿Fue para cuidar al almirante? ¿O para blindar al presidente?
A ver si ahora que ya les explotó la granada no nos salen con que todo es culpa del neoliberalismo, de Calderón o de la DEA.
Lo único claro es que esta bola de nieve viene rodando desde hace tiempo. Y mientras más avanza, más nombres se le pegan. Militares, civiles, exfuncionarios, empresarios. El narco como hilo conductor. El huachicol como modus operandi. Y el silencio como estrategia oficial.
Ojo: esto apenas comienza.
En los estados fronterizos hay muchas aduanas, muchas armas, muchos buques… y demasiadas complicidades.
Y si alguien de peso empieza a cantar —sea por miedo, venganza o extradición— la música será tan escandalosa que ni la Banda de Guerra podrá taparla.
Pero hay otra pregunta que flota, como una patrulla naval en altamar:
¿Quién filtró esta historia?
¿Y por qué justo ahora?
La DEA tiene elecciones presidenciales por delante (aunque parezca que son las de Estados Unidos). Mister Trump necesita narrativa. Y qué mejor que un caso de corrupción, con narco incluido, con militares de alto rango, con vínculos familiares, con combustible robado y con un presidente “de izquierda” en el banquillo.
Eso sí vende.
Y por acá, mientras la narrativa oficial trata de contener el escándalo, los civiles observamos otra vez cómo la cúpula militar se sacude sin perder un ápice de poder.
¿Quién se va a atrever a cortar cabezas?
¿La presidenta ?
¿El fiscal envejecido?
¿O el ex presidente que aún se cree comandante?
Dicen que la Marina es una institución honorable.
Y probablemente lo sea.
Pero los buques con huachicol en Ensenada y Tampico no se llenaron solos.
Ni llegaron navegando por la voluntad del viento.
Alguien los autorizó.
Alguien los protegió.
Y alguien, más arriba, se hizo el que no vio nada.
Como siempre.