Ignacio Comonfort, nació en 1812 en Amozoc, población aledaña a Puebla y afamada por el tragicómico y violento incidente acaecido a la hora de un Rosario en la parroquia local durante la época virreinal, así como por la elaboración de apreciadas espuelas de plata. Descendiente de irlandeses, se matriculo muy joven para estudiar Derecho en el Colegio Carolino de la Angelópolis, sin embargo, debió abandonar los estudios por la estrechez económica de su familia.
Entonces eligió la carrera de las armas que lo llevó a combatir en las rebeliones internas tan recurrentes en primera mitad del siglo XIX. A su vez, también luchó contra los norteamericanos en el valle de México en 1847. La carrera de las armas le franqueó el paso a una destacada participación política y administrativa como diputado federal, senador y funcionario público. En 1853 el general Santa Anna lo hizo administrador de la aduana de Acapulco y un año después junto con el veterano insurgente y cacique guerrerense, Juan N. Álvarez, lideró la Revolución de Ayutla en contra de Santa Anna, misma que al triunfar terminó con el poder de su Alteza Serenísima enviándolo a un largo destierro. Álvarez alcanzó la presidencia en 1855 e hizo a Comonfort ministro de guerra.
Sin embargo, el veterano suriano no se adaptó a la vida en la capital de la república, a los pocos meses renunció a la presidencia y regreso a sus posesiones en Tierra Caliente, quedando Comonfort como presidente interino de la república. El cinco de febrero de 1857 se promulgo la nueva constitución, esta Carta Magna de marcado acento liberal acotó el poder del clero, del ejército y del poderoso partido conservador. Los ánimos se caldearon, incluso la iglesia amenazó con excomulgar a quienes juraran la nueva constitución, en este escenario se dieron elecciones presidenciales y el 1 de diciembre de 1857, Comonfort a pesar de todo, fue electo presidente constitucional.
Comonfort cometió entonces una serie de errores fatales, primero con ánimo conciliador pretendió formar un gabinete plural con liberales y conservadores, desafortunadamente una acción a favor de la concordia logró exactamente lo contrario, el país vivía momentos convulsos y polarizados y ninguna facción accedió a compartir el gabinete con sus opositores. Días después vino lo peor, Comonfort promovió y se adhirió al Plan de Tacubaya lanzado el 17 de diciembre por el General Zuloaga y los conservadores apoyados por el ejército y el clero, el cual desconoció a la constitución de 1857. Las consecuencias fueron funestas, el presidente había soltado al tigre de la jaula, quiso retomar control de la situación, pero los conservadores no se lo permitieron, lo desconocieron y lo combatieron, derrotado huyo al exilio.
Los liberales no se quedaron de brazos cruzados, Benito Juárez era presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante la falta del presidente, le correspondía por ley al titular del poder judicial asumir la presidencia de la república. Juárez logró escapar de la Ciudad de México y se trasladó a Guanajuato donde se proclamó presidente interino constitucional el 19 de enero de 1858. En contrapartida un par de días después los conservadores designaron al general Félix Zuloaga presidente del gobierno conservador. Una de las primeras disposiciones de Zuloaga, evidentemente además de desconocer a la constitución de 1857, fue restablecer los fueros militar y eclesiástico, había estallado la cruenta Guerra de Reforma o de los Tres Años.
El inició de la contienda fue desafortunado para el bando liberal. Los conservadores tuvieron en su poder la Ciudad de México, el apoyo del clero y de la elite económica, también el del ejército. Uno de los primeros encuentros se libró el 9 y 10 de marzo en Salamanca, Guanajuato, ahí los conservadores aplastaron a las fuerzas liberales. Cuando el presidente Juárez fue informado de la catástrofe, sin perder el temple y serenidad que siempre lo caracterizaron le dijo a Guillermo Prieto: “¡le han quitado una pluma a nuestro gallo!”
A los pocos días de la batalla de Salamanca, el presidente Juárez se instaló con su gabinete en Guadalajara, ocupando el palacio de gobierno. Ahí se dio uno de los acontecimientos más asombrosos de la Guerra de Reforma. Juárez recién había instruido a Guillermo Prieto a redactar un manifestó sobre lo ocurrido en Salamanca, cuando el palacio fue tomado por las tropas del 5° batallón de línea, al mando del Teniente Coronel Landa y quienes se habían pronunciado a favor de los conservadores. Landa entonces apresó al presidente y al gabinete.
Fuera de palacio, tropas leales dispararon sin cesar sobre los rebeldes. Pronto los nervios traicionaron a los conservadores al ver el embate de los liberales intentando liberar a Juárez. Entonces Filomeno Bravo, capitán conservador del 5° batallón ordenó a sus hombres fusilar a Juárez y al gabinete en masa. La turba de soldados atropelladamente entró al salón donde estaban los prisioneros, alzaron sus fusiles apuntando y en un instante justo antes de hacer fuego, se interpuso entre ellos y el presidente, Guillermo Prieto quien alzo los brazos y gritó:” ¡Levanten esas armas! ¡los valientes no asesinan!” seguido de un elocuente discurso que salvo la vida a Juárez y a sus compañeros.
Pronto los leales recuperaron la iniciativa y Juárez pudo salir de Guadalajara rumbo a Manzanillo, en un periplo que lo llevo del pacifico al atlántico, llegando a Veracruz. En el puerto jarocho estableció su gobierno, promulgó las Leyes de Reforma y recibió la noticia del triunfo final sobre los conservadores en diciembre de 1860.
La acción valiente y el discurso de Guillermo Prieto en aquella jornada, no solo es un blasón de gloria para uno de los liberales más destacados del siglo XIX, sino un momento que cambió y definió no solo el derrotero de la Gran Década Nacional sino de la propia historia de México.