Javier Peñalosa Castro
Tras el implacable sismo que se ensañó con algunas de las comunidades más pobres del país en Oaxaca y Chiapas, dos de los estados que tienen mayores rezagos de justicia social, y de las afectaciones que dejó a su paso por el Golfo de México el huracán Katia, a los habitantes de aquellas regiones de nuestra geografía les llegó una plaga peor: la de los oportunistas decididos a sacar raja de la desgracia ajena y capitalizarla en aras de limpiar su imagen, granjear votos a los futuros candidatos de partidos políticos —especialmente el PRI, el PAN y el Verde— a ocupar alguno de los cientos de cargos de elección popular que estarán en disputa dentro de poco menos de un año y ganarse el favor de su jefe político.
Los medios de comunicación han sido virtualmente copados por los gobernadores de Oaxaca, Alejandro Murat, y Chiapas, Manuel Velasco Coello, así como por prácticamente todos los miembros del gabinete de Enrique Peña Nieto, que no desaprovechan oportunidad para captar reflectores y “tomarse la foto” con las víctimas del desastre, lo mismo para llevar agua a su molino personal que a los de su partido político o de su jefe.
Por primera vez en mucho tiempo, ha sido posible ver al secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, con la camisa remangada y arengando a las multitudes de damnificados (los de los sismos, no los asalariados a las que se supone debe estar protegiendo desde hace casi cinco años), o a Rosario Robles, quien encabeza el recuento de daños para cumplir la oferta presidencial de reconstruir viviendas y edificios públicos que fueron destruidos por el terremoto en esta zona, y el caso extremo, por su ruindad, de las despensas repartidas entre los afectados por Katia en Veracruz con un logotipo que, con fallido ingenio, incluye el apellido del actual gobernador de aquel estado y de su hijo que aspira a sucederlo (Yúnete a la población civil afectada).
Y ya que hablamos de propaganda a costa de las víctimas del sismo, es imposible pasar por alto las forzadas fotografías que el secretario de Educación, Aurelio El Niño Nuño —quien en verdad cree que será el delfín de Peña Nieto y que, en dado caso, tiene alguna oportunidad de ser Presidente de la República— se toma en traje de carácter (chaleco de reportero y look informal, sin gomina) y hace circular entre corifeos y textoservidores.
Mención aparte merece el secretario de Comunicaciones y Transportes, quien después de protagonizar escándalos como el del socavón —en el que, por más que hasta la Secretaría de la Función Pública ha hecho públicas irregularidades y corruptelas sin fin, no existen consecuencias—, el de la “estafa maestra”, denunciada recientemente por Animal Político, —también con nutrido sustento— y el del nuevo aeropuerto de Texcoco, obra en la que literalmente están desapareciendo en el pantano cientos de millones de dólares. La constante es que los contratos correspondientes han sido asignados —incluso sin proyecto— a las mismas empresas que construyeron el Paso Exprés de Cuernavaca, en el que se produjo el socavón, y un sinnúmero de obras más —también con sobreprecio y terribles fallas— con que se vieron favorecidas por Ruiz Esparza y su camarilla (OHL, Aldesa, Higa, etc).
Y qué decir del impresentable secretario de Desarrollo Social, Luis Miranda, dilecto amigo y valido de Peña Nieto, quien debería ser el responsable de la atención a grupos sociales marginados, a cuya familia cercana (hermana y cuñado) se señala como propietarios de gasolineras en las que lo mismo se vende combustible robado que se surten litros de 800 mililitros a sus clientes. Muestra de la calidad moral del cuñado incómodo de Miranda —quien se deslindó de manera cainesca de la hermana y el consorte, diciendo que no puede estar atento al funcionamiento de sus negocios— fue el intento de sobornar a la reportera de Reforma que dio seguimiento al caso. Miranda también estuvo tratando de recuperar algo de su muy maltrecha reputación, como responsable de coordinar la asistencia a chiapanecos afectados por el sismo del 7 de septiembre. Bueno… hasta la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, se dejó ver en Chiapas, aunque no queda muy claro de qué manera contribuirá su exquisita majestad a la recuperación de aquellas depauperadas poblaciones, tan dejadas de la mano de Dios aun antes del sismo.
Por supuesto, la tentación de lucrar con la desgracia ajena no es exclusiva de los políticos. En los días transcurridos desde el 7 de septiembre hasta la fecha, empresas privadas, medios de comunicación y otras organizaciones con pretensiones filantrópicas se han erigido en administradores de la generosa ayuda popular. Para ello, gestionan centros de acopio y hacen llamados a la realización de donativos de terceros, pero no queda claro que aporten por cuenta propia a esta causa.
Es conocida universalmente la proverbial solidaridad de los mexicanos —y en especial de quienes menos tienen— hacia sus conciudadanos en desgracia. Sin embargo, empresarios y pudientes no se caracterizan por tal actitud, y sí por su sed de reflectores y reconocimiento público.
La reconstrucción será una tarea de gran envergadura, pues la zona de emergencia abarca a más de 100 comunidades en Oaxaca y más de 40 en Chiapas, en las que el número de damnificados asciende, de acuerdo con datos oficiales, a más de 2.3 millones de personas, a las que los rapaces ven como dos millones de votos. Sin duda, hay que brindar nuestro apoyo a quienes lo demandan con urgencia.
Pero también es recomendable que busquemos la mejor vía para que les llegue sin merma ni intermediarios ventajosos que lucren de alguna manera con ello.