Luis Farías Mackey
La primera víctima de nuestras crisis fue el valor y significado de la palabra, ésta dejó de comunicar y significar algo, es ya ruido, espuma, mantra, locura. Nada.
Yo, que creí que estaba ya exento de sorpresas, hoy (20 vii 25) escuché de voz de la presidente (es un decir) del partido totalitario, Luisa María Alcalde -cuyos méritos son de hija y cortesana, perdón, y protagonista en minifalda en propaganda de un movimiento (describo un hecho público y notorio, no califico)- escuché, repito, que las oposiciones hoy en México se atreven a reclaman que “¡todos los mexicanos somos iguales!”, como, por cierto, lo dispone nuestra Constitución… hasta hoy.
Pero Alcalde sostiene que no: que no todos los mexicanos somos iguales. Jamás en los ámbitos democráticos en la historia universal, político alguno se había atrevido a tan absurda y suicida aseveración: la democracia se funda en la libertad, pluralidad e igualdad ante la ley.
Detengámonos y respiremos hondo y pausado. Es obvio que por naturaleza nadie es igual a otro, pero en derechos y libertades, en calidad ciudadana, en convivencia civilizada, en términos de justicia social y derechos políticos y económicos, todos somos iguales ante la ley, sin importar de raza, credo, género, riqueza, saber y menos filiación política.
No dudo que la señora Alcalde se sienta hecha a mano y envuelta en huevo, pero ciudadanamente, en el mejor de los casos, es igual que Alito y Marquito.
Decir que ellos no son iguales, niega hasta los mismos Sentimientos de la Nación. La pobre es tan limitada que convirtió una muletilla demagógica y populista en dogma ideológico insostenible. Lo peor no es que denigre a otros, es que se crea superior.
Me atengo a su aserto: ellos no son iguales a los demás mexicanos, están por encima de la Constitución, de cualquier otro mexicano, son moral, legal y políticamente superiores. Una nueva aristocracia sin nobleza ni mérito, soportada en la ignorancia, en la tozudez, en la arrogancia.
Su afirmación es digna del nazismo y su supremacía racial, de las Cruzadas y su guerra contra el demonio, de las hogueras inquisitoriales contra los apóstatas, de la guillotina de Robespierre -que hasta a él alcanzó-, del Gulag, de Guantanamo, de Trump.
Alcalde, como cabeza de un ente de interés público y personalmente como ciudadana de la República, viola con su aserto todos los conceptos de libertad, ciudadanía, igualdad y democracia. Donde hay alguien superior a los demás, no hay democracia, las más de las veces hay totalitarismo, dictadura de la mayoría o moral del esclavo, jamás libertad. pero es imposible que doña Luisa María lo entienda. A lo imposible nadie está obligado.
Me pregunto, si ésa es su comprensión de la democracia, cuál podrá ser la de la justicia.
En fin, doña Luisa María De la Croix nos manda decir, nuevamente, que nacimos para callar y obedecer. Y luego piden que los españoles se disculpen.