Luis Alberto García / Moscú
*Mejor jugador, es orgulloso capitán y negación de la derrota.
*Fuerza y coraje, con recuerdos del tercer sitio en Francia 98.
*Davor Suker y Robert Prosinecky en la mente de Zlatko Dalic.
*Franceses y balcánicos, en la gran final de las dos Europas
Quizás la selección de Croacia que dirigió en Rusia el desconocido Zlatko Dalic no tenga tanto talento como aquella que consiguió el tercer lugar en el Campeonato Mundial de Francia en 1998, con astros tan sobresalientes como Davor Suker y Robert Prosinecky, quienes seguramente pasaron por la mente de ese técnico tan discreto; cuyo combinado nacional mostró la naturaleza que da sentido nacional al pequeño país balcánico.
Y para su fortuna, Dalic tuvo a Luka Modric -el potro indómito de crines rubias al aire, medio campista del Real Madrid, niño refugiado de la guerra de la década de 1990 que puso fin a la existencia de la antigua Yugoslavia- , quien encarnó virtudes y valores que realzaron su figura hasta situarlo como ganador del Balón de Oro del torneo ruso.
Si se atiende al futbol del diminuto futbolista que también jugó en el Tottenham inglés, estamos ante uno de esos grandes medio campistas convencidos de que, desde el pase, el cambio de ritmo y el regate en el corazón del juego, se pueden gobernar los partidos.
Hay quienes ven en Modric una figura conmovedora que destila el orgullo y la negación de la derrota para ser capitán y líder de un grupo con fuerza y coraje, características de una nación que resurgió de sus cenizas.
Iván Rakitic es segundo de a bordo de Luka en la selección croata, el surtidor de balones para que Lionel Messi haga goles en el Barcelona multicampeón, a veces lugarteniente del argentino-, Ivás Perisic es un cuchillo como lateral, igual que Mario Mandzukic, una fiera adelante, su escolta más temible.
“Mañana –lo dijo el sábado 14 de julio de 2018-, el mundo nos estará mirando y yo solo diré: ‘Salgan y hagan su mejor futbol”, anunció Dalic, recordando a sus alumnos que, por el camino, para ser primera de grupo, Croacia pasó por encima de Argentina, a la que, con todo y Messi, mandó a la tumba de los octavos de final, obligándola a un cruce con Francia.
Ahí fue donde Croacia hizo su epopeya de resistencia contra el brutal desgaste de superar tres prórrogas y dos tandas de penales ante Dinamarca y Rusia, sin llorar ni quejarse como los argentinos, que se atuvieron a Messi, quien parecía ajeno a todo, con un gol suyo a Nigeria que fue lo único digno de recordarse de su parte.
La mayoría de los contendientes en la Copa FIFA / Rusia 2018 ya tenía hechas las maletas para un triste regreso a sus naciones de origen, cuando Francia y Croacia protagonizaban la final entre la Europa occidental y la oriental, con los balcánicos buscando su primer título en Moscú.
Para volver al principio de estas líneas, veinte años después de su primer corona, Francia no emocionó tanto como Croacia -por categoría y por haber llegado hasta la justa final por el lado crudo del cuadro, representado por Argentina, Uruguay, Bélgica-, favorita bajo la frialdad del sello pragmático que le impuso Didier Deschamps, integrante de la selección campeona del 1998, buen aprendiz de su maestro Aimé Jacquet.
Didier no se anduvo con rodeos ni teorías sofisticadas: aplicó las líneas maestras que el fútbol francés definió originalmente para acompañar el talento de sus jugadores, la mayoría hijos y nietos de subsaharianos, maghrebíes y caribeños: defensa sólida, medios fornidos y tácticos, velocidad y contragolpe de sus delanteros.
“Preparamos a los jugadores lo mejor que se pudo y debimos mantener la calma, tener confianza y concentrarnos, tres términos en los que nos hemos centrado para prepararlos para la final”, comentó Deschamps, quien pudo igualar al brasileño Mario Zagallo y al alemán Franz Beckenbauer como los únicos en la historia que han sido campeones del mundo como jugadores y entrenadores: el primero lo fue como futbolista en 1958 y 1962, y como técnico en 1970; el segundo, en 1974 y 1990.
“Cuando eres jugador, eres actor, pero como entrenador estás trabajando con los jugadores y estamos al servicio de ellos, el partido es de ellos”, añadió Didier Deschamps horas antes del partido definitivo, contemplado desde el palco de honor por Emmanuel Macron, Kolinda Grabar-Kitarovic y Vladimir Putin.
Ngolo Kanté, Paul Pogba, Blaise Matuidi y Kylian Mbappé –joven estrella francesa que tiene la oportunidad de seguir la leyenda de “Pelé”, sin que se lo recuerden ni lo juzguen por sus 19 años de edad-, fueron los cuatro exponentes de ese diseño eficaz de Francia, al que Antoine Griezmann puso la pausa y los goles, tres de ellos en tiros penales.
Luka Modric, jugador de corta estatura como Griezmann, pero de enormes cualidades futbolísticas, durante todo el torneo de Rusia se dedicó a desafiar con talento la rudeza del juego físico, porque la pelota, además de aminorar la desigualdad económica entre unas pocas estrellas millonarias, también dice que, en el futbol, la cabeza y los pies importan más que la distancia que los separa.
Nacido el 9 de septiembre de 1985 en Zadar, territorio entonces de la hoy extinta Yugoslavia,. Modric fue –como Suker en 1998- más que merecedor de la Bota de Oro de la FIFA, como el mediocampista generador de peligro permanente, temido por sus adversarios debido a que de sus pies alados surgen las mejores oportunidades de gol.
Con Darijo Srna y Suker, Modric integra el trío de máximas estrellas de un futbol croata que, en 1992, en tiempos de guerra, fue sorprendentemente afiliado a la FIFA, para lograr cinco participaciones mundialistas, mostrando que la “Vatreni” -el fuego en su idioma- ha entrado a la historia por derecho propio y legítimo.
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