El pasado 5 de agosto, conocido ya como el nuevo “Lunes Negro”, no solo nos recordó la fragilidad de los mercados financieros globales, sino que también puso en evidencia las promesas incumplidas y los riesgos asociados con la Inteligencia Artificial (IA) en la economía actual. Mientras que el desplome de los mercados fue impulsado por diversos factores, desde tensiones geopolíticas hasta políticas monetarias restrictivas, la tecnología, especialmente la IA, desempeñó un papel crucial tanto en la amplificación de la crisis como en el aumento de la incertidumbre entre los inversores.
El término “Lunes Negro” nos hace recordar imágenes de caos financiero, similar a lo que ocurrió el 19 de octubre de 1987, cuando las bolsas de valores de Hong Kong, Europa y Estados Unidos se desplomaron en cadena. El desplome de agosto de 2024 estuvo marcado por eventos como el aumento en la tasa de interés del Banco de Japón y los conflictos en Medio Oriente, que generaron una tormenta perfecta para los mercados financieros. Sin embargo, lo que realmente agravó la situación fue la creciente desconfianza en el sector tecnológico, especialmente en las empresas involucradas en el desarrollo de IA.
Durante años, la IA ha sido promocionada como la próxima gran revolución tecnológica, capaz de transformar industrias enteras y generar enormes beneficios económicos para todos. Sin embargo, en el contexto del “Lunes Negro”, estas promesas comenzaron a desmoronarse. Empresas tecnológicas como Nvidia, Apple, Microsoft y Tesla, todas ellas profundamente involucradas en la IA, experimentaron caídas abruptas en el valor de sus acciones, con pérdidas que se estima alcanzaron cerca del billón de dólares en conjunto. La razón principal de este colapso fue la incapacidad de la IA para cumplir con las expectativas de rentabilidad a corto plazo que los inversores habían depositado en ella.
Los analistas han advertido durante ya algún tiempo sobre la formación de una “burbuja de IA”, y el “Lunes Negro” parece haber sido el catalizador que desencadenó que la burbuja estallara. David Cahn, analista de Sequoia Capital, señaló el mes pasado que la mayoría de las inversiones en infraestructura de IA son altamente especulativas y que la industria necesitaría generar alrededor de 600,000 millones de dólares en ingresos anuales para ser rentable. Este objetivo, sin embargo, está lejos de cumplirse. Empresas como Google, Microsoft y Apple, que se esperaba lideraran esta revolución, no han podido alcanzar los retornos esperados, y la falta de resultados tangibles ha incrementado el miedo y la incertidumbre en los mercados.
Este fenómeno no solo afectó a las grandes tecnológicas, sino que también tuvo repercusiones significativas en los mercados globales, incluido México. La Bolsa Mexicana de Valores (BMV) registró una caída del 1.8%, reflejando la profunda conexión entre nuestra economía y las dinámicas financieras internacionales. Esta contracción del mercado no es solo un número en un informe; es una señal de cómo la volatilidad externa puede desestabilizar las expectativas económicas locales, afectando desde la confianza de los inversionistas hasta el bienestar ciudadano.
El peso mexicano también sufrió una depreciación, cayendo a niveles que no habíamos visto desde 2022, lo que subraya la vulnerabilidad de nuestro “super peso” frente a las sacudidas globales. Y es irónico, en este caso, la IA, que se suponía sería una herramienta para el crecimiento y la estabilidad económica, terminó siendo un factor que amplificó el pánico financiero. Las expectativas infladas sobre su capacidad para generar retornos inmediatos se desmoronaron.
Sin embargo, la tecnología sigue siendo una herramienta poderosa que puede ayudar a mitigar los efectos de este tipo de crisis, siempre y cuando se utilice de manera inteligente y con expectativas realistas. En México, la clave está en aprovechar la tecnología no solo como una fuente de innovación, sino también como un medio para educar y proteger a los ciudadanos. Las plataformas digitales y las aplicaciones financieras que utilizan IA tienen el potencial de transformar la manera en que los mexicanos interactúan con sus finanzas.
Estas herramientas pueden ofrecer análisis avanzados que antes solo estaban disponibles para expertos, democratizando el acceso a información crítica. Con recomendaciones personalizadas y alertas en tiempo real, los usuarios pueden estar mejor preparados para tomar decisiones informadas, reduciendo así su exposición al riesgo en tiempos de incertidumbre económica. Estas plataformas también pueden ayudar a los ciudadanos a comprender mejor los mercados financieros y a desarrollar estrategias para proteger su patrimonio.
La IA ya se empieza a utilizar para desarrollar sistemas de alerta temprana que identifiquen patrones de riesgo en los mercados y permitan a los inversionistas tomar medidas antes de que se produzcan caídas drásticas. Imagina un sistema donde los algoritmos analizan constantemente datos de mercado y alertan a los usuarios cuando se detectan señales de una posible crisis.
Este tipo de proactividad no solo podría salvar inversiones individuales, sino también contribuir a la estabilidad económica a nivel macro. Estas herramientas, combinadas con una mayor educación financiera y un enfoque más cauteloso en las inversiones tecnológicas, pueden ayudar a construir una economía más resiliente y preparada para enfrentar futuros desafíos.
El “Lunes Negro” de agosto de 2024 ha sido un recordatorio doloroso de los riesgos asociados con las promesas no cumplidas de la tecnología. Aunque la IA tiene un potencial inmenso, su implementación y comercialización deben ser gestionadas con cuidado y entenderlo con una visión a largo plazo. México tiene la oportunidad de aprender de este evento, fortaleciendo su ecosistema tecnológico y capacitando a su población para enfrentar los desafíos financieros del futuro con mayor preparación y confianza.
La tecnología, si se utiliza correctamente, puede ser una aliada muy poderosa en tiempos de crisis, pero la debemos manejar con realismo y responsabilidad. Solo a través de un enfoque equilibrado podremos asegurarnos de que la tecnología cumpla su promesa de mejorar nuestras vidas, en lugar de convertirse en una fuente adicional de riesgo e inestabilidad.