Desde tiempos remotos, los imperios y grandes potencias han sufrido la amenaza, tantas veces materializada de los magnicidios a sus cabezas reinantes o gobernantes. El riesgo entonces era mayor, pues el monarca podía caer en combate al frente de sus tropas, o bien envenenado o apuñalado en medio de una intriga palaciega.
De la antigüedad destacan el asesinato de Filipo de Macedonia, padre de Alejandro el Grande y acuchillado al llegar al banquete de su boda con Eurídice, su segunda esposa, más joven y por ende atractiva que la legendaria Olimpia, madre de Alejandro. Posteriormente es recordado el magnicidio por antonomasia de la antigüedad, el de Julio Cesar, asesinado en los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, en el Foro Romano. Aunque se desconoce a ciencia cierta qué motivo a los senadores romanos a apuñalar en masa a Cesar, se cree que obedeció a que los magnicidas no estuvieron conformes con que el antiguo héroe militar se convirtiera en autócrata. Finalmente, tres años después, sucedió en el Monte Palatino el homicidio del emperador Calígula, perpetrado a manos de sus propios guardias y como consecuencia de sus incontables excesos.
Desde entonces hasta nuestros días, se han sucedido atentados en contra de reyes, dictadores, políticos y personajes relevantes, así como la necesidad de organizar cuerpos de guardias, generalmente tropas escogidas entre los mejores y más leales soldados, que protegieron al monarca o a los grandes capitanes en la guerra, pero también les cubrieron las espaldas en tiempos de paz.
Los ejemplos de estas formaciones, nos remiten entre tantos, a los Inmortales de los reyes persas, la Guardia Pretoriana romana, los Jenízaros otomanos y la Guardia Imperial de Napoleón Bonaparte. La tendencia a que estos cuerpos de protección los compongan tropas de elite, ha prevalecido hasta nuestros días.
Tal es el caso de las Guardias Británicas que no solo cumplen con la misión de custodiar las residencias reales, sino que son unidades selectas que se han distinguido en combate en contiendas como la guerra de las Malvinas o bien México, donde la seguridad del presidente y sus instalaciones estuvo bajo responsabilidad del Estado Mayor Presidencial y ahora de elementos del ejército. Una clara excepción la constituye el Servicio Secreto norteamericano, una fuerza civil de alrededor de 7,000 efectivos y encargada de la seguridad del presidente, sus instalaciones, su familia, así como de los ex presidentes. El reciente atentado al ex presidente Trump, justifica la vigencia y necesidad de estos cuerpos de guardias alrededor de los jefes de estado y gobierno.
Los magnicidios en los tiempos recientes no distinguen de personaje relevante o nación alguna, sus motivos son variados, pueden versar por motivos políticos, económicos, sociales, religiosos, terrorismo o simplemente por iniciativa de algún lunático.
Los magnicidios no siempre obedecen solo a motivos internos, han tenido graves repercusiones internacionales como lo fue el asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero de Austria Hungría el 28 de junio de 1914 en Sarajevo y que detonó la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos, no ha sido la excepción y no pocos magnicidios, algunos de ellos frustrados han marcado su historia y trayectoria como potencia global.
Cuatro presidentes norteamericanos han sido asesinados en funciones: Abraham Lincoln en 1865, James A. Garfield en 1881, William Mckinley en 1901 y John F Kennedy en 1963. A su vez han sobrevivido atentados los presidentes Andrew Jackson en 1835, Theodore Roosevelt en 1912, su primo Franklin Delano Roosevelt en 1933, Gerald Ford en dos ocasiones en 1975 y Ronald Reagan en 1981.
El sábado pasado, el expresidente Donald Trump, en campaña para suceder a Joe Biden, fue herido de un rozón de bala en la oreja durante un mitin en Butler, Pensilvania. El atacante, un tirador apostado en el techo de una bodega cercana, fue abatido por un francotirador del Servicio Secreto. Un asistente al mitin cayó muerto y dos más resultaron heridos por los disparos del magnicida.
Las imágenes de Trump ensangrentado, arengando a sus seguidores y levantando desafiante el puño mientras era evacuado por su equipo de seguridad dieron la vuelta al mundo en instantes. Sin duda robustecieron la ventaja entre el electorado americano que ha venido consolidando el republicano desde la desafortunada intervención del presidente Biden en el pasado debate presidencial. A la retórica a modo de las masas de Trump, se añade un incidente que pudo haber derivado en tragedia pero que hoy lo empodera como un hombre valiente y decidido. El atentado incluso abonará a atenuar los no pocos escándalos y líos legales alrededor de Trump.
Napoleón Bonaparte, elegía a sus generales partiendo de dos cualidades: el talento y la suerte. Donald Trump es un hombre con suerte y Butler, Pensilvania, localidad nombrada en memoria de un general americano derrotado y muerto en un combate contra nativos norteamericanos, se ha convertido para el aspirante republicano, en la antesala de su retorno a Casa Blanca.